17 de septiembre. Amaneció siendo un día nublado y en un ambiente tenso. Lucille abrió los ojos lentamente con mucho cansancio en su cabeza, más de lo normal. Ya dos días de lo sucedido, su cuerpo aún permanecía adolorido. Giró poco a poco su cabeza evitando los movimientos bruscos. Vio a Ares apoyado en ella con la boca semiabierta. Soplaba al dormir y su mano derecha estaba rodeando la cintura de Lucille, pero sobre las frazadas. Apretaba de ella al mismo tiempo que arrugaba entre las cejas. Lucille lo tocó sintiéndola congelada y la levantó para acomodarla bajo las sabanas. Suspiró tratando de volver a la posición en la que amaneció, pero al cerrar los ojos aquella criatura se interpuso frente a sus ojos dándole pesadillas despiertas y sin dejarla descansar otro día más. No la daba descansar ni un segundo mientras estuviera consiente.
Lucille sintió sonar una tabla del pasillo afuera de la habitación y levantó la cabeza rápidamente sin encontrarse con nadie. El medio la invadió haciéndola temblar un poco y voces recorrieron cerca de su cabeza poniéndola más insegura de lo que se encontraba. Sus ojos redondos se iluminaron por completo. Sacudió la mano de Ares tratando de despertarlo sin poder decir ni una palabra. Lo movió hasta que hoyó a Ares decir algo.
-¿Qué sucede? -Dijo Ares casi sin separar los labios-.
Lucille siguió sacudiéndolo, pero el siguió dormido. Lucille volvió a sentir como rechinaba otra tabla y entró en desesperación. Un escalofrió recorrió su espalda.
Levantó levemente las sabanas y salió de la cama ensuciando sus pies desnudos al tocar el suelo. Se quedó sentada en la cama un par de segundos alejando la mano de Ares sin lograr despertarlo completamente. Apretó las manos al levantarse de la cama e hizo lo que casi ninguno se atrevería. Se fue hacia la puerta dando lentos pasos y asomó su cabeza de ella mirando el pasillo encontrándoselo vacío. Sacó mas parte de su cuerpo dando dos pasos hacia delante y donde pisó una tabla rechinó. Miró el suelo y de golpe la puerta de la habitación tras ella se cerró. Se giró para abrirlo sin lograr hacerlo y comenzó a gritar el nombre de Ares, por supuesto, él ya se había levantado para tratar de abrirla, pero tampoco pudo. Un miedo entró en el cuerpo de Lucille acelerando su corazón.
-¡Lucille!
-¡Ares, Ares!
Al abrir los ojos luego de haberlos cerrado con fuerza, se encontraba en un lugar diferente. Otros de los juegos del Diablo se presentaron en su mente.
El sol golpeaba su cara cegándola un poco. El césped se metía entre sus dedos de los pies junto con lo que era la tierra húmeda. Se giró nuevamente sin encontrar la puerta de su habitación y al volver apareció entre unas sábanas blancas colgadas. Comenzó acorrer entre ellas desesperada tratando de escapar y volver a su casa, pero no hizo más que solo alejarse de aquellas sabanas limpias. Estaba en un jardín trasero de una casona cual se le hacía familiar. Había una mujer anciana casi blanca sentada en una mecedora en el balcón. Lucille se acercó a ella lentamente ensuciando aún más sus pies. Cruzó sus brazos y en cuanto subió un escalón de la pequeña escalera, una mujer salió disparada de la puerta sollozando con ambas manos levantándolas por los aires. Se alejó de la casa dándole la espalda a Lucille y por aquel cabello brilloso color café claro pudo reconocer a su madre a una edad mucho más joven.
Su vestido de jeans flameaba mientras caminaba. Lucille se le iba a acercar solo para mirarla más tiempo de frente, pero se distrajo cuando la anciana se levantó de su asiento. Cuando iba a dar un paso ella se detuvo de inmediato. La pensó dos veces sin darle señal a Lucille de por qué nunca siguió tras ella.
La anciana volvió a sentarse lentamente sujetándose de los apoya brazos negando con la cabeza sin decir ni una palabra.
-¿Qué esperas?
Lucille miró hacia atrás viendo a su madre con la cara hacia el cielo y las manos en su cadera. Retrocedió y se metió a la casa adentrándose en un horrible ambiente. Olía a sudor y putrefacción. La luz estaba tenue y sentía solo el sonido del televisor. Miró por la ventana y ya era de noche. Estaban en un día de horrible torrencial, las gotas pesadas golpeaban fuertemente el techo.
Lucille comenzó a caminar por el pasillo de la casa siguiendo el sonido del televisor. Caminó hasta ser completamente iluminada asomando solo su cabeza. Vio a su padre mucho más joven sentado en el sofá pegado el televisor con una camisa sucia y una barba larga. Lucille poco a poco se acercó más a él y de pronto, su padre giró robóticamente la cabeza hacia ella haciendo crujir sus huesos.
-Ahí estas. -Dijo él levantándose rápidamente del asiento-.
Se acerco a Lucille y la golpeó tirándola al piso.
-Papá…-Susurró Lucille al levantar la mirada-.
Él volvió a golpearla dando un puñetazo en la cabeza. Lucille sintió mucho dolor frente a su reacción.
-¡No lo hagas! -Gritó Lucille, pero ni siquiera se defendió ante él-.
La agarró de casi la raíz de su pelo y la tiró arrastrándola por el pasillo.
-¡Mujer!, te dije que no quería comida recalentada. -Dijo su padre-.
Lucille comenzó a llorar del dolor suplicándola que la dejara ir, pero él solo la tiraba más. Abrió la puerta del closet y la tiró dentro dejándola encerrada en medio de la oscuridad.
-Esto es lo que mereces, perra.
Lucille trató de tocar todo alrededor sin sentir nada. Solo podía ver la luz entrando por los espacios entre las puertas y la pared. Golpeó pidiendo auxilio, pero no recibía respuesta. De repente, una luz comenzó a iluminarse detrás de Lucille.
Poco a poco se dejaba ver a su madre sentada en el sillón en lo que parecía una sala de estar. A su madre le tiritaban las piernas y mantenía la cabeza agachada. Estaba muy intranquila. La luz comenzó a iluminar cada vez más la sala dejándola ver por completo. Era muy grande y rustica. El sol entraba por la ventana. Había una mujer sentada frente a su madre. Traía un vestido negro al igual que un velo que cubría por completo su cara.
Editado: 25.04.2020