Lucille: La marca del Diablo

15. Querido Polo

Mi alarma sonó sin parar y mi madre no tardó en entrar a la habitación despeinada y rodeada de aquella suave tela morada que cubría su cuerpo y amarrada a la cintura. Hizo un escándalo en cuanto pisó mi alfombra.

-A levantarse. Vas a llegar tarde.

Cubrí mi cara con la almohada. Me quejé en cuanto ella dejó la puerta abierta pasando por ella al pasillo yéndose a donde sea. Grité aun con mi almohada en la cara y la solté al desestresarme.

Me levanté malhumorada y dejé caer mi cuerpo a un lado al tratar de levantarme. Al recuperar mis fuerzas me pude levantar de la cama y arreglé mi cabello frente al espejo. Me deslicé a un lado para cerrar la puerta y luego quitarme la ropa y me miré desnuda viendo mis cambios físicos que últimamente he estado teniendo sobre mi cuerpo.

Sentí como golpearon la puerta y mi hermano la abrió de golpe. Corrí a la cama y me cubrí con una de las frazadas en ella. Enfurecida, sentí como la tonalidad de mi cara cambio a una rojiza y como la sangre comenzaba a hervir. Mi hermano por otro lado, estaba con una sonrisa burlesca antes de gritar:

-¡Lucille está desnuda! -Dijo él sin la más mínima vergüenza-.

Pesqué lo que tuviera cerca y comencé a lanzársela hasta que cerró la puerta y se alejó de ella al sentir sus pasos.

Solté un grito de rabia y solté todo el aire de mis pulmones. Dejé la frazada y me dirigí al baño que tenía en mi cuarto. Abrí la llave de la ducha y me quité los aretes antes de entrar dejándolos en el joyero. Dejé lejos el anillo que Ares me regaló para que no fuese a caer por la rendija.

Me metí a la ducha y sentí como el agua tibia el volvió mi cuerpo. Me quedé bajo el agua sin hacer movimiento pensando en todo lo que venía por esta semana. La ansiedad no me dejaba tranquila.

Como siempre molestando, mi padre golpeó la puerta del baño sin intentar abrirla.

-¿Te vas conmigo a la escuela? -Dijo del otro lado-.

-¡Sí! -Repliqué-.

Eché rápidamente el shampoo y el acondicionador en mi pelo, y lo quité. Luego el jabón suavizante sobre mi piel y cerré la llave al creer haber terminado. Salí empapada y tiritona de ahí para envolverme con una toalla. Sequé mi cuerpo para luego colgar la toalla en el baño. Arreglé mi pelo mojada quebrándolo aún más y cepillé mis dientes.

Al terminar, asomé mi cabeza por la puerta esperando no encontrarme a nadie y seguir deambulando desnuda por mi habitación. Y así fue.

Me vestí rápidamente y corrí en calcetines por el pasillo con mis zapatos en la mano hasta bajar las escaleras. Me senté en el último peldaño y me coloqué mis botines azules. Vi a mi madre caminar frente a mí con el desayuno de mi hermano. Lo dejó en la mesa y él bebió su leche, y comió su pan en cosa de segundos. Para mí, no había nada en la mesa.

-Ya vámonos. -Dijo mi padre estresado-.

Las venas que resaltaban de su frente debieron ser por las cartas de los bancos que llegaban a casa o las llamadas a su celular todos los días. Mi madre no estaba lejos de que esa vena resaltara. Pero, la diferencia. Él no se desquitaba con el mundo como ella.

Me iba a acercar a la puerta cuando recordé mi mochila. Rodeé los ojos y corrí a mi cuarto para ordenarla. Mi madre gritó mi nombre desde abajo culpándome de lo tarde que ya íbamos. Me quedé quieta unos segundos en la puerta de mi cuarto solo para molestarla aún más. Después de contar hasta diez bajé corriendo. Salí de la casa cerrando la puerta a mi espalda. Fue al auto de mi padre y me subí detrás haciendo a un lado a Rio.

-¿¡Porque te demoraste tanto! -Exclamó mi madre-.

Mo recibió ninguna de mis respuestas de tantas que tenía en la cabeza. Solo puse los ojos en blanco y me coloqué los audífonos.

Como ya era tarde, fuimos primero a dejar a mi madre -ni siquiera me despedí-. Luego venia yo. Me bajé del auto y caminé hacia la entrada del instituto. Pasé cerca de la oficina con la cabeza agachada y caminé por las escaleras con ambas manos por en los bolsillos.

-Señorita. -Escuché detrás de mí y me detuve-.

Me giré arreglando la falda y colocando mis manos ante él. Uno de mis profesores estaba con una sonrisa perturbadora de lado a lado. Traía un traje gris y una de sus manos en el bolsillo de su pantalón.

-Sabe que las alumnas atrasadas deben esperar en otra sala. -Dijo él, pero permanecí quieta-.

-Lucille.

Mi maestra favorita apareció como heroína desde arriba de la escalera. Juraría haber visto un brillo a su alrededor. Se cruzó de brazos.

-Te demoraste mucho en el baño. -Dijo ella alzando una ceja-.

Mi profesor borró todo rastro de sonrisa en su cara. Por el contrario, yo si sonreí como nunca. Él abrió la boca, pero antes de soltar alguna palabra, mi maestra le interrumpió:

-Ve, sube. Para que no te atrases con lo que escribí en la pizarra.

Subí la escala por cada dos escalones colocándome detrás de mi profesora.

-Gracias, señorita Gómez. -Susurré cerca de ella-.

No hizo un gesto. Corrí lejos de ambos sin mirar atrás hasta el tercer piso y entre a la sala número 17 cual era la mía. Me senté junto a mi mejor amiga y solté el aire que tanto mantenía en mi pecho.

Seguí la clase como cada día.

A las 13.14 sonó la campana para poder salir a colación. De la mano de mi mejor amiga entre risas bajamos y vi a mi maestra con hablando con otro profesor en la mesa. Con mis amigas nos sentamos con nuestras bandejas y tuve una vista perfecta frente a ella.

-Hoy la profe me salvo del Diablo. -Dije antes de probar mi jalea-.

-Ugh. -Repudió mi amiga-.

Su cabello rubio se movía cunado el viento pasaba entre el. Sus dientas blancos brillaban y su sonrisa llamaba la atención de todos los profesores masculinos. Especialmente del cual tenía a un lado.

-Deseo tener su cuerpo casi a los 30. -Dijo mi amiga-. Con esas piernas haría de todo.

La campana sonó tres veces antes de que fueran las cuatro de la tarde para que pudiéramos salir. Me liberé tirando las cosas desordenadas dentro de mi mochila y dirigirme al escritorio de la señorita Gómez para entregarle uno de sus libros cuales me prestó en su casa. El único que me llamó la atención de su repisa.




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