Lucille siempre se preguntó porque cada uno llega a donde está y las decisiones por los caminos en los que los llevaron. Observaba a la gente caminar tratando de descifrarla como si fuesen libros juzgando sus portadas. Peleas, amigos, trabajos; todo eso cambiaba la actitud de una persona. Pero ahora pensaba mucho en el amor, ¿El amor con la que crio su padre siempre fue una mentira? ¿O eso el Diablo le hacía cree? Sea como sea, logró ponerla en duda. Tenía irritada el dedo pulgar de tanto morderlo al preguntárselo.
El juicio continuo por un mes en donde ni el Diablo apareció asomado por la ventana de su casa. las acusaciones contra Lucille por asesinar al señor Gaines se volvieron nulas, se consideró todo en defensa propia siempre y cuando fuese con un psiquiatra dos veces por semana.
De pie con una falda azul recibió las palabras del juez con una sonrisa en la cara y abrazó sin ganas a Jaques Kubrick por la básica ayuda que les ofreció.
En todo este mes de paz nunca se enteró de lo ocurrido con Robert. Virginia encontró su casa ensangrentada y el cuerpo de Robert con las venas cortadas en la tina, pero los hematomas de su cuerpo nunca la dejaron tranquila. Lloró días, pero sabía que de alguna forma todo contaba con la participación de Lucille. Nunca la llamó aun cuando sabía que fue la última persona que lo vio con vida, pero entre el juicio y otra acusación, creyó que nadie le daría importancia luego de que en aquella grabación se vieron despedirse. Su caso nunca se siguió aun cuando la sangre chorreaba por las paredes. Se consideró como suicidio; y la madre de Robert y Verónica, volvió a llorar desconcertada de la perdida de otro hijo.
Lucille por otro lado, no paró de sonreír de la forma buena en la que estaba su vida. Dejó su empleo para dedicarse a su nueva casa con Ares. Él iba a trabajar por la mañana y en la noche, ella lo atendía con un plato caliente de comida recién echa. Así fueron días tras días sin darse cuenta del reloj de arena que poco a poco se quedaba vacío de arriba. Pero, aun así, cuando el perfecto novio salía de la casa, se quedaba frente al teléfono por horas esperando un golpe de valentía para llamar a su madre, pero nunca lo tenía. Terminaba por hacer otras cosas, como caminar lejos del teléfono o mirar por la ventana esperando la presencia del Diablo.
Fue un dieciocho cuando el apareció desde el pasillo de la casa mirando alrededor. Lucille permaneció sentada en la cabecera de la mesa mirándolo de pies a cabeza. Tres perros aparecieron detrás de él y se sentaron en la mesa ocupando casi todas las sillas. Lucille quedó algo intimidada ante su presencia, pero no nerviosa u otro sentimiento. No demostró nada en su cara hasta que él se le quedó mirando por minutos sin decir nada.
Lucille mojó sus labios antes de hablar, pero en cuanto ella abrió la boca el Diablo la chitó. Frunció el ceño enfadada y se acomodó en su asiento.
El Diablo sonrió sin decir nada y de repente la mesa se comenzó a mover. Lucille se hizo hacia atrás soltando un quejido en cuanto sintió algo agarrar sus piernas. La idea de algo tenebroso debajo de la mesa no la dejó tranquila, pero de repente una nube negra apareció en el espacio de la silla vacía dejando algo. Poco a poco se desvanecía pudiendo ver el rostro y cuerpo de Polo. Lo que fue alguna vez un amor, apareció frente a ella con la cara llena de gusanos y pálido. Tenía los hombros caídos y estaba echo a un lado; tenía la mirada perdida en frente y los tres perros aullaron una vez al cielo al mismo tiempo. Sintió algo en el estómago.
El Diablo sonrió de oreja a oreja transformando toda su visita en un misterio.
-¿Qué tal, Lucille? -Preguntó él apoyando los codos en la mesa-.
Un escalofrió se apoderó de Lucille. La habitación se volvió fría en cuanto ella no pudo quitar la mirada de Polo. sintió una pena gigante en su pecho y miró al Diablo esperando una respuesta. Quiso tocar su cara, pero asqueó los gusanos cruzándose en las heridas de su cara. Por un agujero en su mejilla lograba ver su mandíbula. Polo comenzó a hacer ruidos extraños al tratar de respirar y Lucille golpeó la mesa al levantarse. Colocó ambas palmas al dirigirse contra el Diablo; el temor y la pena no le evitó decir:
-¡Ya estoy cansada! -Exclamó ella soltando unas lágrimas-. Ya…ya no lo soporto. Todos, todos lo que están a mi alrededor sufren. Me tarde meses en entenderlo.
-Años. -Le corrigió el Diablo y Lucille se hizo levemente hacia atrás-. Bla Bla Bla. Ahórrate todas tus palabras. No te devolveré algo que ahora me pertenece, Lucille. No trates de llorar ni pedir misericordia. La lastima no la conozco.
-A veces me pregunto si eres así por ti o porque es tu deber. Pero, sé que eres tú. Que más esperar de un ángel caído. -Dijo haciéndolo enfadar-.
Los perros se bajaron de la mesa y comenzaron a ladrar mirando a Lucille. Ella retrocedió un paso hacia atrás colocándose detrás de la silla. Un perro se subió sobre la mesa y poco a poco se acercó a Lucille. El Diablo no le pestañeo en cuanto su perro se lanzó sobre Lucille.
Ella pegó un grito cuando se le tiró encima y comenzó a morderla quitándole la piel de sus brazos. No pudo inhibir el dolor, pero de repente el perro le mordió cortándole la aorta dejándola sangrando en el piso.
El Diablo chasqueó los dedos y el perro camino nuevamente a la silla dejando el piso con manchas de pisadas con sangre, al igual que parte de la silla. Por otro lado, Lucille permaneció convulsionando en el piso sin poder evitar el dolor. Se concentró en levantar, pero no lo logró de inmediato, pero nunca se desvaneció. Miró el fantasma de Polo en la mesa quieto y sintió como sus tejidos se unieron y dejaron de sangrar.
Enfurecida y con humos en la cabeza se levantó agotada apoyándose de la pared. No le quitó la mirada de encima al Diablo al momento de andar hasta un mueble de dónde sacó un cigarrillo. Al momento de echarle llama al segundo fosforo logró encender su cigarrillo.
Editado: 25.04.2020