Mi niñez y adolescencia no fue igual que la de muchos chicos. En lo que algunos dejaban dientes bajo sus ahumadas y descansar sobre ellos, yo perdí tres por la violencia que vivía con mis compañeros. Mientras algunos buscaban universidades en su adolescencia, yo aprendía magia negra con una bruja. Mis juguetes no duraron mucho ni buenos regalos tuve en Navidad. Mis disfraces de Halloween no eran más que una sábana de mi cama con dos agujeros.
Pero, tuve un buen amigo. A los 7 años aun sin saber lo que era el bien o el mal las frías noches se invierno se hacían notar entre el viento helado que venía desde el espacio abierto de las ventanas y por debajo de la puerta. En el lugar en el que vivía era una sala con una seis literas y 12 niños durmiendo en casa uno de los colchones. Aun con mis cortos pies dormía en una parte de arriba. Cuando sentía mi subconsciente ya a punto de quedarse dormido sentí como fuertemente algo rodear mis tobillos y jalar mis pies a un lado de mi cuarto botándome de la cama. Golpee mi cabeza contra el suelo. Volvieron a tomar mis tobillos en cuanto mi nariz comenzó a sangrar. Levantaron mis pies y miré a los mismos niños de siempre que abusaban de mí.
Me arrastraron por el pasillo y comencé a patalear, pero no logré zafarme. Al llegar a las duchas, uno de los tres me tomó de la nuca y me sujetó para que otros me golpearan en el estómago. Metieron mi cabeza al retrete y me ahogaron en el dejándome ahí yéndose muertos de la risa.
Saqué lentamente la cabeza entre el agua aburrido de lo mismo día por medio. Odiaba la luz de la luna por permitir aquel terror toda la noche. Lagrimas cayeron de mis ojos cuando pensé en que eso ya no era algo que quería seguir viviendo. Entonces, esa noche apareció mi amiga. Una serpiente verdosa y negra que se arrastró a mi espalda. Al principio pensé que venía desde el bosque cerca hasta que el momento que se puso frente a mi dijo:
-¿Por qué tan triste?
Pegué un grito al verla tan cerca. Me hice hacia atrás con todas mis fuerzas chocando con el WC. Comencé a sudar completamente asustado sujetándome de la pared.
-No tengas miedo. No te haré daño.
Ella se me acercó aún más y pasó por mi hombro rodeando casi mi cuello por completo.
-Yo vine a ser tu amiga.
Ahí fue cuando por primera vez sentí lo que era apoyarse en alguien. Su calidez al hablar me reconforto día tras día, noche tras noche.
Venía a mi cama por la noche a acurrarse conmigo y nos encontrábamos en el jardín cuando tenía un tiempo libre.
Creía que era mi única amiga hasta que una de esas noches volvió a ser brutalmente interrumpida con un ataque de aquellos niños bravucones. Justo la noche en la que mi amiga no vino a verme, ellos me llevaron al baño y me golpearon con más brutalidad. Ni siquiera recuerdo por donde ni quién comenzó a golpearme, pero recuerdo el dolor, como mis heridas se hacían más grande y como mis piernas se durmieron, y también recuerdo, cuando ella apareció junto con otra serpiente. Se lanzó sobre una de los chicos rompiéndole la aorta al igual que a los demás matándolos de una. No escuché gritos. Solo vi los cuerpos caer. Al levantar la mirada tenía sangre y me fijé que por ahora había dos serpientes. Esas dos serpientes habían matado a esos tres chicos, y una de ella seguía lanzándose sobre uno de ellos.
Mi amiga vino a mí y me miró a un lado.
-Tenemos que irnos. Ahora.
Entre las dos me dieron fuerzas para levantarme y deambular entre los pasillos siguiéndolas sido totalmente manipulable en su momento. Salí de aquel orfanato haciendo que mis amigas se deshicieran de cualquier persona que se cruzara en mi camino.
Seguí deambulando por la oscuridad de la noche entre una carretera indefenso junto con ellas dos. Ellos se adelantaron siguiendo por el bosque perdiéndose en el. Me quedé en la orilla mirando hacia adentro con ambas manos juntas.
-¿Aló? -Susurré-.
Una luz me alumbró a un lado sintiendo más miedo de todo lo que ya había visto. El auto frenó fuertemente junto a mí y una mujer se bajó. Ella se acercó a mí y trató de cubrirme con una manta, pero quizás fue la sangre en mi ropa que hizo retroceder.
-¿Que pasó muchachito? -Preguntó ella-. ¿Estás bien?
No supe contestar en su minuto ni tenía idea de que decir. Un hombre se bajó del auto.
-Cariño, tenemos que llamar a la policía.
<Policía> pensé. Policía significaba volver a ese orfanato, significaba que ahora mis amigas no podían ir a verme ahí.
-No, no, no...-Dije retrocediendo tropezándome con mis propios pies cayendo hacia atrás-.
La mujer aun así se acercó a mí.
-¿Alguien te hizo daño?
Asentí con la cabeza.
-¿Tienes familia?
Negué con la cabeza.
-Cielo, cerca hay un orfanato. -Dijo el hombre cerca del oído de su mujer-.
-¿Ellos te hicieron daño?
Mentí asintiendo con la cabeza lentamente.
-No puedo volver ahí.
-¿Cómo te llamas?
-Ed...Edwin.
-¿Edwin cuánto?
Levanté mis hombros y los dejé caer sin conocer la respuesta.
La mujer sonrió a un lado y el hombre le apretó su hombro. Aquella aun así se acercó a mi cubriéndome con su abrigo.
-Esto es un milagro. -Dijo la mujer mirando a su esposo-. Eres mi milagro.
Quedé más aterrado cuando esos dos me subieron a su auto prometiéndome mejores cosas. Pero en su momento lo fueron. Cuando ellos me escondieron en su casa la mujer me hizo entender que ella esperaba un bebé en su estómago, pero no pudo nacer, y que esa fue su tercer intento. Fue tan reciente que aun tenían las cosas en su habitación pintada de azul y nubes a su alrededor con una cuna en medio. La desilusión hizo que considerara mi presencia como una maravilla o un milagro. Su esposo siempre supo en su interior que todo lo que tenía en mente su mujer les traería problemas. Pero haría lo que fuese para verla feliz.
Editado: 25.04.2020