Lucille: La marca del Diablo

21. El nuevo profeta

Sus ojos se secaron y Edwin los cerró. Se levantó junto a ella e hizo desaparecer el arma en sus manos entre fuego y cenizas. Él se quedó con el arma de Virginia en su mano. Caminó a su auto y comenzó a alterar su respiración corriendo de entre el cuerpo de Lucille a su auto unas siete veces. Luego de eso llamó por teléfono a unos colegas de trabajo con voz quebradiza y angustiado.

-Le dieron a Virginia, repito, ¡Le dieron a Virginia!

-¿Que ocurrió?

-Le dispararon, necesito una ambulancia, les mandaré la dirección de inmediato.

Edwin colgó de inmediato y se apoyó en el auto cambiando toda su cara. Policías de la misma cuidad llegaron luego de minutos y Edwin se colocó junto a Virginia sujetando una de sus manos y lloraba falsamente al sentir al auto cerca.

Los policías lo interrogaron y luego esperar a sus colegas. Lloró junto a ellos cuando llegaron y se quedó ahí en cuanto los paramédicos se llevaron el cuerpo de Lucille y Virginia en bolsas.

Edwin volvió a la cuidad en su auto junto a los demás detectives para hablar con su director. Aquel le pidió dejar su arma sobre su escritorio y le pidió que se sentara frente a él.

-¿Que acaba de ocurrir, Swithen? -Dijo él colocándose de pie-. ¿Por qué tengo un agente muerto en este lugar?

-Lucille Jitrenka se hizo prófuga de la justicia y con Virginia la encontramos en otra cuidad. Ella...

-¿Por qué no le dijeron a nadie?

-Ella me pidió no decirle a nadie. Pues, ya al encontrarla se opuso, obviamente, y le disparó a Virginia en lo que gritaban. Yo le disparé luego a Lucille para detenerla. Pero ya era demasiado tarde. Lucille hizo un tiro perfecto.

Su director se detuvo mirándolos directamente a los ojos.

-Se que fue duro para ti, Edwin. Eras muy cercano a Virginia.

Edwin Swithen comenzó a sollozar con falsedad haciéndose la víctima.

-Ve a casa.

Edwin se levantó arrastrando los pies al salir de la oficina. Fue a su auto y se quedó ahí por horas viendo como trasladaban el cuerpo de Lucille desde la morgue a resguardarlo en un hospital.

Aquel se fue a su pequeño departamento y solo encendió una luz del primer comedor. Sintió la presencia de su padre respirando fuertemente entre la oscuridad.

-Lo has hecho excelente, muchacho.

Edwin asintió sirviéndose un vaso de leche. Se sentó en la silla apoyando un brazo en la mesa.

-¿Por qué ella? -Preguntó Edwin-. O sea, hay muchas mujeres bellas en el mundo.

-No porque es bella, es porqué está hecha de mi sangre y de todo mal. Le quité la empatía desde la cuna al tenerla en mis brazos.

-Entonces...¿Somos medios hermanos?

Su padre se le acercó un poco dejándole ver un poco el rostro. Dos serpientes salieron del suelo acercándose a Edwin. Empezaron a enrollarse en cada una de sus piernas y él las acariciaba como si fuesen perros.

-Espera tres días, hijo. Tres días.

Edwin Swithen obedeció las órdenes de su padre.

Dos días luego de esa charla se duchó y se puso su traje negro, combinándolo con una camisa negra. Aquel se fue en su auto al cementerio al funeral de Virginia con un ramo de cempasúchil. En el que vio a sus compañeros de trabajo llorando con su familia por la pérdida de una maravillosa agente, no pudo evitar notar que en frente también enteraban a Lucille. No se acercó creyendo que de algún modo su madre lo reconocería y lo pondría en ridículo.

Cuando creyó que todos de fueron, se acercó con las manos vacías a la sepultura había una imagen de ella en un cuadro gigante en donde lucia preciosa. Su nombre estaba marcado bajo ella y su fecha de nacimiento.

-Tu fuiste el hombre que le quitó la vida a mi hija.

Edwin se giró mirando a la madre de Lucille. Rio apareció tras ella para sujetarla de los hombros.

-Sí, señora. -Dijo el con seguridad y sin escrúpulos sin sacar las manos de sus bolsillos-.

Su madre comenzó a llorar y su hermano la alejo sin decir nada más que mirarlo feo de pies a cabeza.

Edwin arqueó una ceja y volvió a su auto para echar el asiento hacia atrás. Cerró los ojos para tomar una siesta y acomodó sus brazos.

La noche cayó y un hombre golpeó la ventana del auto de Edwin.

-Ya vamos a cerrar. -Dijo el hombre desdé afuera-.

Edwin se bajó del auto y comenzó a sacar una faja de billetes.

-¿Eres el único trabajando a esta hora?

-Sí, señor. -Dijo el hombre cegándose por el dinero-.

-¿Es suficiente como para que olvides mi cara y presencia? -Dijo Edwin colocando los billetes frente a su cara-.

-Claro que sí, señor.

Edwin sonrió a un lado. El hombre recibió los billetes y se alejó de Edwin. Cuando él cerró la puerta del auto volvió a llamar la atención del hombre.

-Espere. -Sacó más billetes-. ¿Esto sirve para que deje el portón abierto? Me iré en 30 minutos.

El hombre le entregó las llaves.

-Quédeselas. Tengo la copia. -Él se empezó a alejar-. Que tenga una buena noche, señor.

Edwin se despidió agitando una mano. Guardó las llaves en su bolsillo. Abrió la cajuela del auto y de ahí sacó una pala y una linterna. La dejó abierta y comenzó a acercarse a la tumba de Lucille silbando una canción. Al estar ahí movió las flores sobre su tumba y enterró la punta de la pala. Cavó y cavó hasta golpear el cajón de Lucille.

Aquél al despejarlo de tierra, abrió la puerta tratando de no caer sobre ella ni que la tierra se le viniera encima. Vio su pálida cara y como su cuerpo estaba más delgado cubierta con un vestido ajustado.

-Que bien se te ve el rojo, Lucille.

Edwin se hizo hacia atrás y levantó el torso de Lucille para apoyarlo en su hombro. Lo jaló más rápido colocando todo su peso sobre.

-No te rompas, no te rompas. -Repitió quitándole los zapatos dejándolos dentro del cajón-.

Sacó el cadáver de Lucille del agujero y cerró el ataúd aun colocándole la tierra encima. Dejó completamente plano y terminó colocándole las flores sobre ella. Lanzó la pala a un lado y volvió a sostener el cuerpo de Lucille sobre su hombro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.