Lugares Inciertos

Ruidos

El niño de aspecto perturbado miraba con frecuencia debajo de su cama. No podía correr al cuarto de su madre porque sabía que no lo dejaría quedarse. Él ya era lo bastante grande como para creer en fantasmas o seres maquiavélico raptores de almas. Además, no deseaba meterse en problemas.
Un fuerte ruido se escuchaba afuera.
Eran las ramas, el fuerte viento las agitaba contra la ventana.
Cada que escuchaba un ruido afuera o por los pasillos, el niño no podía evitar estremecerse. Era algo superior al miedo.
A la mañana siguiente, vio que nadie había entrado en su habitación. Todo seguía normal, los juguetes regados por todos lados, la pequeña cama a su lado seguía vacía, la puerta del baño estaba cerrada y su mamá seguramente había partido temprano a trabajar. No era del tipo de madre que se despide de sus hijos antes de salir.

El niño volvió a mirar bajo su cama, esta vez con más calma. Todo seguía igual, intacto, allí abajo yacía el cuerpo que hace unas horas pertenecía a su hermano.




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