En los últimos tres meses varios niños y adolescentes han desaparecido sin dejar ningún rastro en todo el pueblo. Grupos de búsqueda, redadas policiales y personas de otras comunidades junto con entidades de protección infantil se desplegaron a lo largo y ancho de toda la zona sin obtener pistas o respuesta alguna.
Nuestros padres al igual que muchos adultos intentaron advertirnos, pero sin preocuparnos demasiado, por lo que obviaron la cantidad de desaparecidos. Mi hermano y yo sabíamos lo que ocurría. Somos lo suficientemente grandes para notar que uno tras otro, en muchas casas los jóvenes empezaban a ausentarse. Además, dos de esos niños desaparecidos asistían a nuestra escuela, por lo que era inevitables de la noticia se esparciera y con ella, los rumores y las teorías surgieran.
Desde hace días las clases estaban canceladas debido a los últimos acontecimientos. Extrañaba ese lugar. Durante el recreo salíamos a correr, jugábamos al escondite o algún otro juego que involucrara tizas y dados. Ahora solo veía desde la ventana a los policías con sus patrullas yendo de un lado al otro. A veces, alguna madre aparecía en el camino llorando y suplicando por respuestas, pero todo seguía igual.
La policía iba casa por casa, hacia algunas preguntas y procedían a entrar a revisar el lugar, pero hasta la fecha no se sabía si encontraron algo significativo para el caso.
Horacio, un vecino de la calle de enfrente, de unos 44 años, fue llevado a la comisaria como presunto sospechoso debido a su carácter bastante problemático y antecedentes penales relacionados con allanamiento y robo. A los pocos días fue liberado debido a que no se encontró ninguna prueba que lo vinculara con los secuestros.
Por todo lo sucedido, mamá cada vez lucia ansiosa. Papá, él que solía ser de los sujetos más serenos que hay, parecía bastante preocupado por nosotros. Y el pueblo, que era un lugar concurrido y alegre, permanecía quieto y en silencio. Las pocas personas que lográbamos ver desde la pequeña ventana que daba al exterior, iban demasiado apuradas, como si alguien o algo las persiguiera. Todo había cambiado por completo en cuestión de días.
Teníamos una teoría. Trataba del secuestrador; Si nadie lo había visto, ni existen pruebas de que alguna persona fuera el culpable, entonces quizás se trataba de algo sobrenatural, algo más allá de lo que otros podían creer…Un monstruo tal vez, acechando las plazas, parques y casas durante la noche, con el propósito de llevarse con él a los más jóvenes, sin dejar huella alguna de su paradero, ¿Por qué lo hacía? No lo sé, esa es la parte que falta por descifrar.
Una de las teorías del departamento policial es que el secuestrador no tuviera encerrados a los niños, o al menos no en una casa dentro del pueblo, sino que al cabo de unas horas después de raptarlos, los llevara a alguna de las ciudades aledañas al mismo y se los entregara a alguien más, actuando como una especie de puente entre el pueblo y el lugar de destino, lo que quiere decir que sabían muy bien por cuáles caminos entrar y salir de aquí sin ser visto. Los vecinos decían que las personas capaces de hacer cosas como esas a pequeños inocentes debían ser considerados “Monstruos”, por lo que nuestra teoría también podría aplicarse ahí.
Tras el encierro prolongado y la constante angustia de los mayores por el panorama tan complicado en la comunidad, mi hermano empezaba a mostrar síntomas de malestar, sobre todo dolor de estómago. A mí, quizás por todo lo que pasaba a mi alrededor, sentía un dolor en mi pecho que se hacía más insoportable con el pasar de los días.
Nuestros padres, sumergidos en todo el horror del pueblo, no prestaban atención a lo que nos sucedía. En el periódico que leía mi padre aparecía en primera plana un acontecimiento inesperado. Cuatro niños que estaban desaparecidos fueron encontrados en condiciones precarias la noche del día de ayer, dentro de una cabaña abandonada, a las afueras de la ciudad. Era una gran noticia, pero aún faltaban varios niños por aparecer. La policía debía ser rápida. Según lo poco que los niños habían contado, las probabilidades de hallar a los otros con vida se reducían con el pasar de las horas.
A pesar del hallazgo, no lograron atrapar a los culpables, pero tenían esperanza que con el pasar de las horas, alguno de los niños recordara algo que sirviera para dar con los culpables. El caso resultó ser algo más grande de lo esperado. Al parecer se trata de una nueva red de tráfico infantil.
Parte del cuerpo policial armo ese mismo día una redada alrededor de la cabaña. Esperaron escondidos entre el bosque a que alguno de los secuestradores regresara por los niños, pero nadie volvió. Entonces asumieron que quizás los habían visto llegar a lo lejos y huyeron, o que alguien les aviso que su escondite había sido descubierto.
Todo de alguna forma, seguía conectando con el pueblo.
Mi hermano, cabizbajo, arrastraba su manta mientras caminaba rumbo a la sala. Allí estaba mi madre, como casi siempre.
En eso una luz proveniente de afuera se acercaba a la casa. Sentía como si mi cuerpo fuera a desfallecer en algún momento. El dolor en mi pecho resultaba desgarrador.
En eso, observo como mi hermano, agotado, recuesta su pequeña cabeza sobre el hombro de mi madre, quien parecía no notarlo.
_ ¿Por qué? – Preguntó él.
Las luces provenientes del exterior ahora se podían ver con claridad. Eran las sirenas de tres patrullas que se dirigían hacia la casa.