BRUSELA
La plaza del pueblo es un lugar que, para algunos, ofrece tranquilidad, rodeada de locales dispuestos en forma circular, con una fuente de agua en el centro coronada por una torre con la figura de un ángel. Para otros, sin embargo, puede resultar un sitio monótono y aburrido.
¿Qué tiene de especial quedarse horas observando una fuente de agua o sentarse frente a un local tomando café, mirando lo que ocurre a tu alrededor? Para algunas personas, conformarse con tan poco resulta difícil de entender, pues no encuentran atractivo una experiencia tan simple.
A mediodía, la plaza se llena de gente. Los visitantes comienzan a aglomerarse en los locales que rodean la fuente, mientras el sol, en su punto más alto, brilla con fuerza, haciendo el ambiente sofocante. A pesar de la multitud, la sensación de asfixia no desaparece para quienes sienten que el espacio resulta agobiante en medio del calor y la multitud.
Camino alrededor de la plaza y, de repente, las personas que estaban hablando al rededor guardan silencio. Todo el lugar se envuelve en un profundo mutismo cuando una patrulla policial pasa rápidamente, atrayendo la atención de todos, que miran hacia la dirección en la que se dirige.
A mi alrededor, algunos empiezan a conversar entre ellos, preguntándose qué habrá sucedido y si la policía estaba tras alguien. Se escucha a otros mencionar que ya era la tercera patrulla que pasaba por allí en el día.
La misma historia de siempre, solo un montón de curiosos. Prefiero no darle importancia, mientras no tenga nada que ver conmigo.
Siento una mano posarse sobre mi hombro, lo que me sorprende, y al girarme, me encuentro con Andrea, vestida completamente de negro y respirando con dificultad.
—¿Qué pasa? —pregunto con calma.
—Estás bien —responde ella, como si afirmara algo.
Confundida, frunzo el ceño. —Claro que estoy bien, ¿por qué no lo estaría? —le pregunto, intrigada.
—Por nada, olvídalo —dice, intentando desviar la conversación mientras regula su respiración.
—Pareces una ladrona —bromeo, observando su atuendo oscuro.
Andrea se ríe, aunque es evidente que su risa es forzada. De repente, su expresión cambia a una más seria. —No me hace gracia —dice tajante.
—Qué humor traemos hoy —le respondo, burlándome para intentar molestarla.
Ella me lanza una mirada de advertencia, pero no dice nada más.
Siento la vibración en el bolsillo de mi pantalón: una nueva notificación. A mi alrededor, los teléfonos de las personas suenan al unísono, como si todos hubiéramos recibido el mismo mensaje. Intrigados, todos sacamos nuestros dispositivos.
La música de los locales se detiene abruptamente, y las conversaciones y el caminar de las personas también se suspenden, como si el tiempo hubiera quedado congelado, dejándonos solo con la inquietante escena que se desarrollaba.
Miro mi teléfono y me encuentro con una imagen inquietante: un payaso con una expresión burlona, su mirada penetrante me sigue. Intento apagar y encender el teléfono, pero cada vez que lo hago, la imagen del payaso reaparece. Entonces, aparece un chat en el que no puedo escribir, pero sí recibo mensajes de alguien llamado "El Imitador". ¿Quién es este tal Imitador?.
Frunzo el ceño, sin comprender. Levanto la vista y noto que muchas personas tienen la misma expresión de confusión que yo. Mi nerviosismo crece, pero también la curiosidad. Vuelvo a mirar la pantalla y empiezo a leer los mensajes, atrapada por la situación, como si fuera un virus del que no puedo escapar.
"Bienvenidos, marionetas, al circo de la verdad,
donde las mentiras se ocultan con gran habilidad.
Lo que no se ve, nadie puede sospechar,
pero siempre hay algo que te está por mirar".
"Un secreto más, un secreto menos, da igual,
la locura se comparte en este juego infernal.
Si todos están un poco locos, ¿por qué no decir?
Que los secretos también se pueden compartir".
"Ding dong, el reloj ya marcó su señal,
es hora de empezar la función sin final.
Ustedes serán los que harán reír y temblar,
y la marioneta principal de esta función será Elizabeth, la estrella del mal".
Levanto la vista del teléfono y, a lo lejos, veo a Elizabeth, una chica de nuestra misma edad, rodeada por su familia. La observó y noto el miedo y en su rostro, mientras todos a su alrededor también la observan. Los gritos de asombro comienzan a resonar cuando, finalmente, descubro por qué.
La fuente de agua, que solía estar llena de agua clara y cristalina, ahora está teñida de un líquido rojo, parecido a la sangre. Dos gotas espesas caen por las mejillas de la estatua del ángel, mientras la música de circo reemplaza las melodías alegres y pacíficas que sonaban en los diversos locales.
El teléfono vuelve a sonar, y todos dirigimos la mirada hacia nuestras pantallas.
"Marionetas queridas, llegó la función,
el telón se levanta, comienza la actuación.
¿Quién lo diría? Ese ángel, en paz disfrazado,
es una pequeña diabla, que el caos ha sembrado".
"Que no se sepa, Elizabeth, tu oscura devoción,
hombres mayores son tu secreta inclinación".
La música que sonaba vuelve a hacer cambiada por una risa macabra que resuena en el lugar, la cual todos escuchamos sintiendo la extraña sensación como si nadie se pudiese escapar.
" Padre e hija, un juego sombrío,
el amor se oculta tras un poco de frío.
El señor Doberman, fiel pero extraño,
en su oscuro mundo".
"Le encantan las colegiales en su andar,
misterios ocultos que vienen y van.
De su macabra colección, ¿hay una elección?,
un vínculo de sombras".
Alcé la vista y me encontré con la esposa del señor Doberman, que lloraba desconsoladamente en el suelo. Mientras tanto, el señor Doberman, se dirigía a todos los presentes con un tono severo tratando de defenderse de lo que decía el imitador ,mientras Elizabeth, entre sollozos, salió corriendo, mientras las personas a su alrededor la insultaban con palabras como zorra, puta y arrastrada.
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Editado: 14.11.2024