Lúgubre "Vivir entre el dolor del pasado"

30. Cicatrices

ANDREA

Todos anhelan lo perfecto; ¿acaso alguien ha deseado lo imperfecto?

¿Quién podría amar un trozo de carne lleno de cicatrices, algo tan roto como yo?

¿Cómo se puede querer lo imperfecto cuando hay tantas cosas perfectas a nuestro alrededor?

En la penumbra, recorro lentamente mis muslos, notando líneas largas y profundas, sintiendo la piel áspera y deformada por las cicatrices.

¿Encontrarás algún día a alguien que abrace tus imperfecciones, incluso tus cicatrices?

Parece que nadie podría amar algo imperfecto.

Empiezo a escuchar golpes en la ventana, como si una piedra estuviera golpeando el cristal. Decido ignorarlo; quizás sea un pájaro. La debilidad tras días sin comer me abruma. Con el tiempo, los golpes se intensifican, y ya no pienso que sea un pájaro. Con las pocas fuerzas que tengo, me acerco a la ventana cubierta por una cortina.

Al retirar la cortina, veo marcas de lo que parecen ser piedras en el cristal. Al mirar hacia abajo, reconozco a Brusela, que me hace señas para que abra la puerta.

¿Acaso se crió en la selva o no sabe tocar una puerta?

Mis padres perfectos no están, como siempre. La soledad inunda las paredes y el silencio acompaña mi vacío. Salgo de la habitación, descalza y desaliñada, sin haberme bañado en días.

No me importa.

Bajo las escaleras, aferrándome a la barandilla, y abro la puerta lentamente.

—¡Ábrelo rápido, pareces un zombie!—dice Brusela, algo molesta, mientras entra rápidamente.

—Te ves horrible—decido ignorarla y regreso a mi habitación, subiendo las escaleras.

Me sigue y, al llegar a mi cama, me tiro sin ganas, tapándome con la sábana de pies a cabeza. Intento despejar mi mente, pero mi mayor enemigo siempre será mi propia cabeza. Irónico, ¿no?

Escucho ruidos a mi alrededor, pero los ignoro hasta que una puerta se abre. Cierro los ojos, tratando de descansar, cuando siento agua fría caer sobre mí. Me levanto de un salto.

—¡Levántate!—exclama Brusela, mirándome con intensidad y sosteniendo un balde.

—¡Estás loca!—grito, temblando de frío.

—Era por las buenas o por las malas—dice con indiferencia.

—No puedes dejarme en paz.

—No—responde, sin darle importancia.

Enfurecida, busco ropa en el armario, pero no encuentro mis sudaderas. Todo está sucio. La desesperación me invade; nadie debe ver lo imperfecta que soy. Esa idea me atormenta una y otra vez, mientras busco frenéticamente. Al girar, veo a Brusela observándome en silencio, como si analizará cada uno de mis movimientos.

-No sabía que eras tan indecisa con tu ropa- dice mientras se acerca a mí con los brazos cruzados, observando el clóset con una ligera sonrisa.

Intento calmarme para que no note mi nerviosismo y miro el clóset en silencio. Hay prendas, sí, pero son faldas, tops y shorts que revelan demasiado. Con manos temblorosas, elijo un short y una camisa corta antes de dirigirme al baño sin decir nada.

Antes de tocar la manija de la puerta, escucho a Brusela hablar - Parece que hay un monstruo con el que coincidimos- comenta con un tono amargo.

¿Monstruo?

No, soy mi propia destructora.

Me giro hacia ella, mirándola a los ojos.

—¿Por qué lo dices? —pregunto, intentando parecer desentendida.

—Tanto miedo por ponerte un simple pantalón y una camisa —dice, sentándose en la silla de mi escritorio, cruzando las piernas y mirándome con burla.

—No estoy acostum... —mi frase se corta cuando ella interrumpe.

—Mientes —responde con firmeza.

A lo largo de mi vida, puedo decir que ni siquiera mis padres me conocen tan bien como ella. En pocos meses, ha descubierto más sobre mí que quienes han estado a mi lado toda la vida. Me aterra que me conozcan tanto; no sé si me aceptarán cuando vean quién soy realmente.

—¿Qué te aterra? - pregunta calmada.

—Nada —expreso tratado de evitar su fuerte mirada, empiezo a sentir ardor en los ojos, indicio de que quiero llorar. No lo hagas, me repito en mi mente, tratando de ocultar mi debilidad.

—Cámbiate —ordena.

Me giro para ir al baño, pero ella dice: —No, aquí. ¿Te da miedo que te vea? Al final, somos amigas—saborea la última palabra, alzando una ceja con una pequeña sonrisa.

—No —respondo con firmeza.

—¿Por qué? —se levanta y se acerca a mí—. Dijiste que nuestros monstruos podrían llevarse bien. Estoy intentando que el mío se simpatice con el tuyo, pero cada vez que yo avanzo un paso tú te alejas tres.

—Casi muero por tu culpa. Me abrí contigo y te mostré mis peores miedos. ¿Crees que yo no tenía miedo? —me pregunta, pero continúa sin dejarme responder su pregunta—. Claro que tenía miedo. Mucho, si te soy sincera, pero aun así lo hice. Estoy tratando de ayudarte y saber por qué te alejas. Siento que me conoces demasiado y me aterra, pero a la vez no sé nada de ti y me preocupa. Siento que podrías destruirme y yo no puedo hacerte daño - menciona con un toque de desesperación en su voz mientras se acerca más y me observa.

—¿Harías algo malo hacia mí? —pregunto con temor, titubeando.

—Solo si tú lo haces primero —me interrumpe—. Muéstrame tus monstruos. Saca a la luz tus demonios y verdugos para ver si pueden llevarse bien con los míos.

—No quiero que veas algo imperfecto —respondo con la voz entrecortada, las lágrimas asomándose.

—No quiero que me vean débil. No quiero que me miren con pena o lástima. Siento que podría dañarte. No quiero estar con nadie porque podría lastimarlos. No quiero que vean mis debilidades, ni mis demonios, ni que me entiendan. Eso me aterra,no quiero que...

Siento que alguien me envuelve en un abrazo. Reposa mi cabeza sobre su hombro mientras acaricia mi cabello. Estoy sorprendida por su acción pero deja de importarme mostrar mi debilidad por que no me interesa nada ahorita en realidad.

Las lágrimas caen por mis mejillas, empapando su ropa, mientras lloro desconsoladamente. Solo se escuchan mis sollozos.




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