Lúgubre "Vivir entre el dolor del pasado"

31. Rosas

PRIMERO DE JULIO

ANDREA

Los meses pasan como el viento, sin preocuparse por el tiempo; transcurren velozmente y se desvanecen. Sin embargo, nada extraordinario ha ocurrido.

Muchos creerán que la calma significa paz y felicidad, un rayo de esperanza antes de la tormenta; más sin embargo todos están atentos, algunos con temor, porque hay demasiada tranquilidad en un ambiente tan tenso y lleno de incertidumbre.

Desde hace casi tres meses, las veinte chicas desaparecidas no han sido encontradas. Muchos suponen que ya están muertas. Ya no buscan a las chicas, sino a sus cuerpos. Las familias han perdido la esperanza, y la policía ha decidido interrumpir la búsqueda.

El enigmático imitador ha perdido todo rastro de vida como si la tierra lo hubiese consumido y desaparecido.

El pueblo está en una tranquilidad inquietante, algo que resulta extraño.

Nadie sabe qué está ocurriendo, aunque algunos religiosos del pueblo piensan que esta calma es un signo de la misericordia de Dios. Yo, en cambio, creo que desde que se menciona el pueblo, Dios se ha alejado, porque aquí parece el mismo infierno.

Observo la fecha en mi calendario; la casilla del treinta de este mes está marcada en rojo.

—Andrea, vas a llegar tarde al instituto —exclama tía Keisha desde el el piso de abajo.

—Ya bajo, tía —respondo alzando un poco la voz para que logré escucharme.

Tía Keisha es mi único familiar cercano, además de mi tediosa familia. Es la única que realmente quiero y aprecio, porque a su lado no hay falsedades ni intentos de complacer a los demás.

A pesar de ser una gran mujer, nunca tuvo hijos ni un esposo. Por eso siempre dice que me quiere como a la hija que nunca tuvo, aunque nunca he explicado la razón detrás de esto y mucho menos lo menciono frente a mis padres, porque el ambiente se vuelve tenso cuando lo hacen.

La atmósfera de hipocresía y tensión se vuelve más soportable en esta maldita casa cuando tía Keisha está conmigo. Agradezco que pronto sea mi cumpleaños, ya que es la única ocasión en que ella viene a visitarme.

Bajo las escaleras con calma, mirando el reloj en mi mano y dándome cuenta de que voy tarde. Pero una vez que llego tarde, el mundo no se va a acabar.

Tía keisha me espera al final de las escaleras con una bolsa en la mano que supongo es mi merienda.

Siempre tiene la costumbre de darme algo de merienda para el instituto, diciendo que estoy muy delgada, como si mi madre hiciera lo mismo. Otra mentira más.

—Gracias, tía —digo sinceramente, sonriendo mientras ella me envuelve en sus cálidos brazos. Su abrazo se siente auténtico; con ella no tengo que fingir cómo me siento. Estoy en un verdadero hogar, no porque esté bajo un techo, sino porque estoy a su lado.

A veces pienso que toda mi familia puede irse al diablo, pero solo pido que ella nunca me falte. Y, aunque me entristece imaginar que se irá después de mi cumpleaños, todo volverá a ser como antes, tengo que aceptar la realidad.

Me despido de tía Keisha y me dirijo al instituto. Mientras camino por las calles de Sanford, observo curiosa las rosas floreciendo en todas las casas. Al pasar por la plaza, donde ocurrió el problema con la familia Carter, noto que los locales cercanos tienen macetas llenas de rosas rojas como la sangres. Intrigada, continúo mi camino hasta un pequeño parque cercano al instituto, donde también hay muchas rosas rojas. Observo a las personas en el parque; algunas parecen normales, mientras que otras, al igual que yo, miran con curiosidad las rosas a su alrededor.

Algo no encaja.

Seguro que solo te estás volviendo paranoica por un par de rosas.

Después de un rato, llego al instituto. Al mirar a mi alrededor, hay más rosas lo cual incrementa mi incertidumbre. Camino apresurada por los pasillos hasta llegar a mi aula. Muchos me saludan, pero yo los ignoro.

Necesito encontrar a Brusela, pienso mientras entro de manera precipitada al aula. La busco por todas partes hasta que la encuentro en la última silla al fondo del salón. Me acerco sentándome a su lado; ella está perdida en sus pensamientos, mirando por la ventana y escuchando música con sus audífonos.

Toco su hombro suavemente para llamar su atención logrando que su mirada se enfoca en mí mientras se quita los audífonos.

—Hola, rayito —dice con una pequeña sonrisa.

Le devuelvo el saludo y la sonrisa. Desde hace un tiempo me llama así, pero cada vez que le pregunto por qué, simplemente sonríe y responde: "Todo oscuro tiene brillo" dejándome aún más confundida. Sin embargo, aunque no lo reconozca, no me molesta que me llame así; sé que poco a poco se está abriendo a mí y mostrando cariño, y eso me hace sentir igual hacia ella.

—¿No sientes que algo está raro últimamente? —pregunto en un susurro para que nadie nos escuche. Dudo que les llame la atención, ya que todos están inmersos en sus conversaciones antes de que llegue el profesor.

—Sí, parece que últimamente no usas ropa tan tapada —me observa, fijándose en mi atuendo.

Me detengo a analizar lo que llevo puesto y me doy cuenta de que tiene razón. Desde aquella conversación con ella en mi habitación, he comenzado a vestirme de una manera que me gusta más, a pesar de que algunas cicatrices sean visibles. No me importa; prefiero vestirme como quiero.

Algunas personas en el instituto dejaron de hablarme, otras me miran con desdén y me llaman impura, pero Brusela siempre ha estado ahí para apoyarme.

Poco a poco, he cambiado mi forma de vestir. Ya no uso pantalones anchos ni sudaderas de tallas demasiado grandes. He optado por vestidos y faldas que me hacen sentir más bonita conmigo misma.

A la mierda lo que digan los demás; no son ellos los que llevan la ropa.

—Tú también has cambiado tu estilo —le digo, observándola.

A pesar de que antes ambas usábamos ropa amplia y similar que ocultaba nuestra piel, hemos cambiado en muchos aspectos, no solo físicamente. Ella ha modificado su estilo; ahora ya no lleva ropa ancha, aunque sigue vistiéndose con un aire sombrío todos los días. Sin embargo, ha adoptado un estilo más propio de una chica Rockstar.




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