DIA EN EL QUE SE CONOCIERON BRUSELA Y ANDREA
BRUSELA
Simulo prestar atención al interminable discurso del director sobre la disciplina y las reglas del instituto.
No puedo evitar un bostezo que inmediatamente capta la mirada del director, quien, con el ceño fruncido, me lanza una mirada que dice más que mil palabras. Claramente, no le agrada que haya interrumpido su monólogo sobre lo inspirador que es como director y lo grande que es el instituto.
- ¿Me está prestando atención, señorita Brusela?- pregunta con tono serio, dejando en claro su desagrado por mi falta de interés.
-Claro, señor director, cómo no prestar atención a su tan motivadora charla sobre lo gran director que es en este pueblo- respondo, cargada de sarcasmo, lo que provoca una mirada fulminante de su parte.
Me acomodo en el asiento, estirando la espalda y cruzando los pies, adoptando una postura desafiante como si de alguna manera me protegiera de su mirada.
El director, sin dejar de mirarme, presiona un botón a su lado y nombra a alguien que supongo es un profesor. Al poco tiempo, un hombre entra al despacho, sumido en un incómodo silencio.
-El profesor Ignacio te acompañará al aula para que te integres con tus compañeros. Espero recibir buenas noticias sobre tu comportamiento- dice, regalando una pequeña sonrisa que a mí me parece más falsa que sincera.
Hipócrita
Solo porque en mi expediente diga que fui expulsada de mi antiguo instituto, ahora parezco un animal sin educación.
Quiero lanzarle un par de palabras directas, pero sé que él tampoco se atrevería a hablarme de frente. Justo en ese momento, siento una mano en mi hombro. Al girarme, encuentro al profesor Ignacio que, con gesto serio, me indica que me levante. Le lanzo una última mirada al director, con desdén, antes de salir del despacho.
Recorro los pasillos junto al profesor, mientras los estudiantes a mi alrededor se susurran entre ellos y me miran con curiosidad.
¿Tengo cara de payaso o soy una especie en extinción?
Parece que nunca han visto a una persona.
El profesor avanza a mi lado, señalando algunos salones mientras me va explicando la especialización de cada uno. Finalmente, llegamos a un aula, y señala la puerta donde está incrustado un microscopio hecho de lo que parece ser plata.
-este es el salón de microbiología- me pasa un par de llaves en la mano -Aquí están las llaves de tu casillero - explica. Las observo en mis manos, sin decir nada.
-Entremos, te presentaré a tus nuevos compañeros- añade para después golpear la puerta y, al escuchar una voz al otro lado, la abre.
Yo me quedo afuera del aula mientras él entra, el bullicio que se escuchaba dentro de la sala se apaga de golpe, reemplazado por un silencio sepulcral.
Mientras el profesor comienza a hablar, yo observo a mi alrededor. Los pasillos están vacíos, todos los estudiantes parecen haberse esfumado.
Hay algo familiar en el ambiente que me inquieta, aunque sé que nunca antes he estado en este pueblo. Es una sensación extraña, como si ya hubiera estado aquí, pero al mismo tiempo siento que algo no está bien.
Ya te estás volviendo paranoica.
Elijo ignorar ese sentimiento de familiaridad y me vuelvo hacia el profesor, quien menciona mi nombre y dirige su mirada hacia mí. Respiro profundo mientras exhala lentamente, sin entender por qué, de repente, siento una sensación de nerviosismo.
Quizás es solo la incomodidad de ser el centro de atención, aunque sea solo por un momento breve. No me agrada que todos sepan algo de mí sin realmente conocerme; la sensación de que comentan cosas precipitadas me hace sentir fuera de lugar en este pueblo.
Camino con la cabeza en alto, intentando no mostrar debilidad a los demás, y observo con cautela a cada persona, intentando recordar sus rostros.
Mis ojos se detienen en una chica al fondo del aula, que parece perdida mirando por la ventana, con una expresión de aburrimiento como si todo esto le resultara tedioso. La imagen de esa figura femenina me intriga, aunque no entiendo por qué, la curiosidad se apodera de mí.
El profesor empieza a presentarme a la clase.
-Les presento a su nueva compañera de curso, Brusela - Aparto la mirada de la chica misteriosa, pero noto que ahora todos en el salón, incluida ella, me observan. Siento una conexión peculiar, especialmente cuando me doy cuenta de que la atención de esa chica también está en mí.
La observo de reojo, pero me concentro en sus ojos, en los que parecen ocultarse verdades que no nos atrevemos a expresar en palabras.
Reconozco esa mirada; es la misma que he tenido tantas veces, una mirada llena de tristeza, unos ojos cargados de melancolía.
Es esa clase de mirada propia de gente vacía, ojos que ya han perdido el brillo que alguna vez les dio vida. Sin embargo, todos a su alrededor son ciegos ante ese detalle, incapaces de notar lo que solo unas pocas personas percibirían.
Pero no estoy aquí para hacer amigos, y mucho menos para intentar recoger los pedazos de una muñeca de porcelana rota, que parece haberse quebrado en incontables veces .
No necesito ni quiero cargar con problemas adicionales a los que ya tengo.
Si ver el sufrimiento de otros es lo que me permite mantener la paz, entonces el resto del mundo no me importa en absoluto.
Lo siento, ojos melancólicos
Aunque no te conozco, sé que nuestros mundos no son tan distintos. Sin embargo, temo que, al ser tan parecidos, podrían colisionar y acabar destruyéndose. Es mejor que te mantenga a distancia…
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Editado: 14.11.2024