ANDREA
Siempre dijeron que la verdad duele, pero jamás mencionaron que a veces arde, como brasas en el alma, profundizando heridas que ni sabía que existían, como si las páginas de melancolía que leí hubieran cobrado vida dentro de mí.
Dicen que el dolor es pasajero, que con el tiempo se disuelve y solo queda como un recuerdo. Pero puedo asegurarte, con cada fibra de mi ser, que eso es una mentira. El dolor no desaparece; se enraíza, se transforma en compañero silencioso, y aprendes, no a olvidarlo, sino a convivir con él, como una sombra que nunca se aparta.
Ahora todo tiene sentido, su forma de vestir, su manera de actuar, cada palabra y cada gesto que antes parecían incomprensibles. Finalmente veo el hilo que conecta todo, revelando un significado que hasta ahora me era ajeno.
Samael es el monstruo de mi Brusela, el alma oscura que transforma cada tormenta en un abismo, condenando su vida a arder en las llamas de un infierno interminable.
Siento algo frío y húmedo deslizarse por mi mejilla. Al tocarlo, descubro que son lágrimas. ¿Cuándo empecé a llorar? No lo sé, pero ahí están, formando pequeños charcos en la página que estaba por leer, arruinando la tinta antigua como si mi dolor se mezclara con la historia escrita en ella.
Intento concentrarme en las palabras, pero un crujido rompe el silencio.
Una puerta se abre, y el sonido, tan simple y cotidiano, desata un torbellino de miedo en mi interior. Mi corazón late con fuerza descontrolada, y el pánico se desliza por mis venas como un veneno imposible de detener.
Alguien ha llegado. ¿Será Brusela?
No quiero creerlo, pero el sonido de las pisadas es inconfundible, firme y pesado.
¿Cómo estás tan seguro?
Cuando vives bajo las reglas de alguien estricto, alguien que te exige más de lo que tienes, aprendes a reconocer cada detalle, incluso el ritmo de sus pasos.
Me deslizo rápidamente bajo la cama, procurando no dejar rastro de mi presencia. Contengo la respiración, como si el simple acto de inhalar pudiera delatarme. Las pisadas se acercan, cada vez más, hasta detenerse justo en la habitación.
Desde mi escondite, mis ojos se fijan al frente, y entonces lo veo, el pequeño charco de sangre que brilla bajo la tenue luz, las huellas de unas botas marcadas por todo el suelo, y la ventana abierta de par en par, como si el viento hubiese sido cómplice de todo esto.
Carajo
Escucho la puerta de la habitación abrirse, y mi cuerpo se paraliza. Intento controlar mi respiración, hacerla tan suave como pueda, temerosa de que cualquier sonido traicione mi presencia. Cada inhalación es un riesgo, cada exhalación, una amenaza.
Lo observo desde mi escondite, mis ojos clavados en el hombre que avanza lentamente hacia el escritorio. Solo puedo ver sus botas, pesadas, marcando el suelo con pasos firmes que retumban en mi pecho. Es un hombre, lo sé por la forma de sus botas, por la fuerza de cada pisada. La oscuridad lo cubre, pero algo me dice que este podría ser él.
El monstruo, el mismo Samael del que habla en el diario.
Un escalofrío recorre mi espalda, un enojo helado que me invade sin poder evitarlo. No puedo creer que esté aquí, no puedo creer lo que estoy a punto de hacer. Mi mente entra en caos, pero me aferro a lo único que tiene sentido: la ley de Newton.
Para cada acción, hay una reacción, y con ella, su destino está sellado.
Y que yo sepa, Samael tiene muchas caras al igual que muchas acciones.
Casi salgo de mi escondite bajo la cama, enfrentando la incertidumbre de ver si realmente es él, si el monstruo de las peores pesadillas de brusela está aquí. Pero lo que observo me deja completamente helada.
Gotas de sangre empiezan a caer de su cuerpo, y las huellas que deja a su paso, mezcladas con lodo, me hacen temblar. ¿Quién es este hombre? ¿Y por qué está cubierto de sangre?
El miedo se apodera de mí, se clava en mi pecho como una daga afilada. Un instinto de supervivencia despierta dentro de mí, y algo invisible me alerta, como una voz que susurra que debo irme, huir rápido, antes de que lo que sea que está por suceder, ocurra.
Intento contener mi respiración, pero mi pecho sube y baja de forma errática. De repente, escucho una risa, sarcástica, que congela mi sangre.
¿Por qué se ríe? ¿Me descubrió?
Mis ojos no pueden apartarse de las botas del hombre, que avanzan lentamente hacia la cama. Cada paso parece retumbar en mi pecho, y siento cómo mis ojos se llenan de lágrimas, pero esta vez no son por tristeza ni melancolía. Son lágrimas de puro miedo, de nervios, de una horrible expectativa que me consume por completo. Cada paso que da hacia mí me hace más pequeña, más vulnerable. Mi cuerpo está paralizado, el terror me ahoga y me congela donde estoy.
Cuando está a punto de llegar a la cama, escucho el crujido de la puerta abriéndose. El hombre se detiene, sus pasos se alejan y abandona la habitación, dejando un silencio mortal detrás de él.
Apenas puedo respirar. Con un suspiro tembloroso, me lanzo fuera de la cama, con el diario en mis manos, y lo coloco nuevamente en su lugar. Mientras tanto, la chaqueta corta que llevo puesta cubre rápidamente la herida en mi brazo, intentando evitar que la sangre siga cayendo.
Entonces, una voz varonil resuena desde fuera, seguida de otra que, de alguna manera, reconozco. Mi corazón se detiene un segundo.
Es la voz de Brusela.
Parece que están discutiendo, pero no puedo distinguir claramente de qué hablan. Podría quedarme aquí buscando más respuestas, pero las que he encontrado hasta ahora son suficientes para mí.
Lo único que me importa ahora es saber si el hombre en la habitación era Samael, y por qué tenía sangre en su cuerpo.
Mientras paso junto a la ventana y me adentro en el bosque, no puedo evitar echar un vistazo hacia el cuarto de Brusela. En ese instante, la puerta se abre, y me apresuro a esconderme detrás de un árbol, temerosa de ser descubierta. Apenas asomo la cabeza para ver quién aparece.
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Editado: 18.01.2025