Lúgubre "Vivir entre el dolor del pasado"

42. Búsqueda de la verdad

Vives creyendo que la felicidad es una constante, que tu vida es perfecta, sin grietas, sin sombras. Pero... ¿nunca has sentido ese frío extraño en el alma cuando todo parece demasiado bueno para ser real? La perfección, al igual que las mentiras, es peligrosa. Da miedo.

Y aquí estoy, perdido en el camino hacia lo desconocido. Lo extraño me llama, lo oculto susurra mi nombre.

Sanford.

Un pueblo diminuto y olvidado, tan insignificante que ni siquiera los mapas le conceden un lugar. ¿Qué clase de persona elegiría vivir en un sitio así, tan apartado del mundo? Alguien que busca paz, sí. Pero también alguien que se esconde. Alguien que necesita desaparecer.

¿De quién? ¿De qué?

La felicidad, como la ignorancia, tiene un precio, y siempre llega su fin. Los secretos son un reloj de arena; las mentiras, una bomba a punto de estallar. Todo tiene su límite. Y cuando el tiempo se agota, no hay escapatoria. Nuevas verdades nacen, y con ellas, más mentiras.

Pero prefiero el riesgo de vivir en medio de lo incierto que hundirme en una vida tan perfecta que parece una prisión. Porque la felicidad que no enfrenta la realidad es solo una ilusión… y las ilusiones se desmoronan.

Por años fui feliz. Por años viví creyendo que lo sabía todo. Pero, ¿nunca has sentido esa sensación? Algo que te falta, algo tan esencial que duele, aunque no sepas qué es. Una inquietud que te ronda como una sombra sin rostro. Sabes que hay algo mal, pero no puedes verlo. No puedes tocarlo. Y entonces dudas de ti mismo. Te llamas loco, paranoico. Hasta que un día…

Te das cuenta de que no lo estabas.

La mente es un laberinto de advertencias. Una voz que muchas veces ignoramos hasta que es demasiado tarde. Yo no la escuché. Y por eso estoy aquí.

No busco solo respuestas. Busco algo perdido.

Busco a alguien.

Tengo una vieja fotografía entre las manos, gastada, marchita por los años. La miro con un nudo en la garganta.
Una mujer —mi madre— sonríe en la imagen, pero su sonrisa es como un cristal roto: hermosa, pero vacía. Sus ojos están hinchados, rojos, como quien ha llorado en silencio. En sus brazos sostiene dos bebés. Uno envuelto en una manta azul; el otro, en una manta rosa. Los rostros de los bebés se pierden tras las telas. Y detrás de ella…
Una mano descansa en su hombro. La mano de un hombre. Su rostro, sin embargo, ha desaparecido, quemado por un fuego deliberado. Solo queda el vacío, el hueco donde pudo haber estado la verdad.

Doy la vuelta a la foto.
Una sola letra y una fecha.
Una "R" escrita en perfecta cursiva al lado de una fecha: veintiuno de abril del dos mil diez

El día que nací...

A veces, las respuestas no están en el paso del tiempo, sino en las personas que se cruzan en nuestro camino. El tiempo es un mentiroso; nos hace creer que olvida. Pero la mente nunca olvida. No abandona. No perdona. Y un día… cuando menos lo esperas, te das cuenta de que las verdades siempre estuvieron frente a ti. Solo que no quisiste verlas.

Así que aquí estoy. Buscando piezas de un rompecabezas que aún no entiendo. Caminando por senderos inciertos, tras una verdad que puede que nunca encuentre. Pero ¿qué importa? No me detendré. Porque el misterio, como la verdad, no es un final… es un destino. Y el mío siempre fue llegar hasta aquí. Por ella. Por mí. Por lo que dejamos sin resolver.

Porque el pasado no se entierra. Y las mentiras no duran para siempre...




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