ANDREA
El sonido de mis pensamientos se desvanece cuando la brisa fría de la noche me acaricia el rostro.
Alzo la vista y noto que la ventana de mi habitación está abierta. Las cortinas bailan al ritmo caprichoso del viento, como si celebraran una danza secreta. Me levanto, arrastrando los pies descalzos por el suelo helado, y la cierro con un suave chirrido. Pero antes de asegurarla, mis ojos se quedan atrapados en la luna y las estrellas.
Ahí, suspendidos en el cielo negro, me recuerdan a otra noche.
Aquella noche con Brusela.
Una sonrisa amarga curva mis labios. El recuerdo arde, porque aunque tenía buenas intenciones, lo que hice sigue siendo una traición.
¿Acaso las razones importan cuando el resultado es el mismo?
Un suspiro pesado llena el cuarto. Cierro la ventana con un clic firme y bajo las escaleras, cada paso resonando en el pasillo solitario como un eco de mis propios pensamientos. El silencio es tan profundo que parece una presencia, fría y opresiva, abrazando cada rincón de la casa.
Pero entonces, al llegar al pie de las escaleras, un sonido tenue me hace detenerme.
Voces...
Giro la cabeza hacia la izquierda. Desde el final del pasillo, una puerta entreabierta deja escapar una luz amarillenta y murmullos ahogados.
La oficina de papá.
El pulso me late con fuerza en los oídos mientras avanzo lentamente, cada paso cargado de una mezcla de curiosidad y miedo. La incertidumbre crece, enredándose en mis pies como raíces invisibles que me arrastran hacia la verdad.
La puerta está apenas abierta, y desde allí, la luz de la habitación cae sobre el suelo del pasillo brillante. Me asomo con cautela, el aire retenido en mis pulmones con la incertidumbre y el miedo de ser atrapada.
Dentro, mis padres están sentados en el sofá. A su lado, de pie, está tía Keisha. Su postura es rígida, y aunque no puedo ver su rostro, su voz temblorosa llena el aire.
—Merece saber la verdad.
El tono de sus palabras me atraviesa como un susurro afilado. Hay algo roto en su voz. Un sollozo sofocado.
¿Por qué está llorando?.
Mamá responde, y su tono es frío, calculado:
—Quizá. Pero eso no significa que se lo digamos ahora. Después de tanto tiempo… si quieres ser feliz…
La forma en que dice feliz suena como un veneno disfrazado de dulzura.
—Personas como ustedes no merecen llamarse padres.
La acusación de tía Keisha cae como un cuchillo en la penumbra.
—Al menos nosotros sí lo somos —responde mamá con una risa sarcástica, y la palabra sí resuena con un peso cruel.
Algo se quiebra dentro de mí. Sé que esas palabras son un golpe bajo para tía Keisha. Ella nunca ha podido tener hijos, pero para mí, ha sido más madre de lo que mamá ha querido ser jamás.
Mi pecho se encoge con un dolor familiar. Siempre Nicolás. Siempre él. Nunca yo.
¿Qué hice mal?
Los murmullos vuelven a elevarse, pero mis pensamientos se arremolinan, nublando las palabras. Hasta que algo atraviesa el torbellino como un rayo:
—Tú te quedaste con un hijo por interés. Un hijo que ni siquiera es tuyo.
La frase se queda flotando en el aire, una sombra que se extiende sobre mí.
¿Qué?
¿De quién está hablando?¿Un hijo?
La sangre me late en las sienes mientras mamá se levanta como una tormenta. Su mano se eleva y cae con un estallido seco contra la mejilla de tía Keisha.
El sonido de la bofetada sacude el silencio, y la cabeza de mi tía gira hacia mí. Su mirada me encuentra, y su expresión cambia. Veo dolor. Veo rabia. Pero también… algo más. Algo que me hace retroceder.
Ella levanta la mano y, con la misma furia contenida, golpea a mamá. Dos veces.
—Me quitaste lo único que me importaba —dice con los dientes apretados—. Lo más preciado que tenía. Y lo hiciste solo por dinero. Pero te advierto algo: tus mentiras se derrumbarán. Y cuando eso pase, todo lo que construiste se desvanecerá contigo.
Papá se mueve, pero su intento de intervenir es detenido por la voz helada de tía Keisha.
—¿Nos amenazas? —gruñe él.
—No, querido cuñado —susurra ella con una sonrisa amarga mientras toma a mamá del cabello—. Solo te estoy advirtiendo.
La suelta, y mamá cae al suelo como una muñeca rota. Papá no se inmuta. Su rostro es una máscara vacía, como si estuviera observando una escena distante que no tiene nada que ver con él.
Tía Keisha se gira hacia la puerta.
Mi corazón se detiene.
Ella viene hacia mí.
Retrocedo, el miedo enredándose en mis piernas, y corro. Corro de vuelta a mi habitación, cerrando la puerta tras de mí.
Mis manos tiemblan mientras me dejo caer contra la pared.
¿Qué fue lo que vi? ¿Qué fue lo que escuché?
Un hijo que no es suyo.
Las palabras arden en mi mente. ¿De quién hablaban? ¿Qué significa?
Algo se está desmoronando. Y yo estoy atrapada justo en el centro de sus ruinas...
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Editado: 18.01.2025