Lúgubre "Vivir entre el dolor del pasado"

46. Planes

ANDREA

Me siento cobarde, pero lo que más me duele es sentirme estúpida por ello.

He enfrentado momentos terribles en mi vida, situaciones realmente difíciles, y nunca me consideré una persona cobarde. Sin embargo, ahora me encuentro huyendo como si fuera una presa fácil, todo por el miedo a que se descubra lo que ocurrió.

No sé con certeza si realmente me vio, pero tengo una sensación muy fuerte de que sí. Aun así, me aferro a la idea de que quizá no lo hizo. Es como si mi mente y mi corazón estuvieran en guerra: una parte de mí está segura de algo, mientras que la otra desea creer lo contrario.

Este conflicto interno es agotador, confuso y absolutamente abrumador. Mi cabeza no deja de darle vueltas, y el estrés que siento me consume a cada momento.

Sé que no es ingenua, y aunque me aferro a la idea de que no ha sospechado nada, en el fondo me aterra que pueda conocerme tan bien. A veces ese pensamiento me llena de miedo, pero luego me detengo y pienso que también me asustaría que no me conociera en absoluto. Nuestra conexión es tan profunda que, después de esta traición, temo que pueda destruir lo que hemos construido juntas.

Por momentos, me pregunto si esto ha dejado de ser solo una amistad. Dudo de mis propios sentimientos y sospecho que esto puede haber evolucionado hacia una obsesión o incluso hacia una dependencia emocional. Es un vínculo tan intenso que me lleva a cuestionar si estoy atrapada en una necesidad que no sé cómo gestionar.

Pero, ¿qué puedes esperar de alguien que nunca ha experimentado este tipo de afecto, atención o cariño? Cuando finalmente encuentras algo que llena esos vacíos, es difícil no aferrarte con todas tus fuerzas. A pesar de todo lo malo, ella siempre ha sido un refugio donde, de algún modo, lo bueno prevalece.

Siento un miedo que me paraliza, un terror profundo que me obliga a huir, tanto en mi mente como físicamente. Me aterra pensar que lo que hay entre nosotras pueda terminar y romperse en mil pedazos, dejándome sola una vez más. Tengo pavor de no encontrar a alguien que me entienda como ella lo hace, de cruzarnos en los pasillos del instituto y convertirnos en extrañas, cuando antes éramos inseparables. Me da miedo no escuchar sus bromas, no verla reír mientras pinto, o no volver a escuchar cómo me llama ojitos cuando estamos a solas.

Pero estoy atrapada en mi propio temor, cerrada y reservada, diciendo muy poco de lo que realmente siento. Me cuesta expresar lo que me preocupa, lo que me aterra y, sobre todo, lo difícil que es admitir cuánto miedo me da perderla. Y así, aquí estoy, huyendo como una cobarde, incapaz de enfrentar lo que pienso y siento, dejando que todo quede en silencio.

Quisiera decir que salí ilesa de este caos, pero la herida en mi brazo es un recordatorio de lo contrario. Es como si esta carga hubiera complicado todo desde que comenzó el día. Incluso en el instituto he tenido que disimular más de lo que creía posible, intentando que Brusela no note nada, intentando que mi miedo no lo arruine todo.

No se ha acercado a mí, y estoy casi segura de que ha notado algo extraño, porque yo tampoco me he acercado a ella en todo el día. Todo se ha vuelto más complicado con este brazo herido; escribir, comer e incluso vestirme es una lucha constante. Me frustra pensar que, con el más mínimo descuido, podría darse cuenta de lo que estoy ocultando. No soy ingenua; sé que si ella vio sangre en su cuarto, su primera sospecha inevitablemente recaerá sobre mí.

Me siento paranoica, vigilando a mi alrededor mientras camino por los pasillos. Los murmullos a mi alrededor se mezclan con el ruido de fondo, pero no presto atención porque estoy atrapada en mis propios pensamientos, confundida y buscando señales de que nadie me esté observando, especialmente ella. Estoy alerta, intentando mantenerme fuera de su vista, mientras mi mente no deja de dar vueltas sobre lo que podría suceder si me enfrenta.

La última vez que la vi fue en el receso, y aunque quiero creer que no me notó, mis ojos no dejaron de buscarla. Ahora camino hacia la clase de gimnasia, y el miedo crece en mí. El uniforme revelador que exige el profesor hará imposible ocultar mi herida. Sé cómo funcionan los chismes aquí; corren más rápido que el agua, y si el rumor llega a sus oídos, no dudo que vendrá a buscarme para obtener respuestas.

No es fácil librarse de ese profesor, y tengo la sensación de que no tendré la misma suerte con los de las primeras clases. Mientras camino hacia el gimnasio, oigo una voz familiar que me detiene, pero no es la de Brusela.

Es Sofía

Hace meses que no hablo con ella, prácticamente desde que Brusela llegó. Creo que, en mi amistad con Brusela, me envolví tanto que terminé alejándome de otras personas. Aunque nunca me afectó demasiado, porque con el tiempo entendí que esas amistades no tenían el mismo valor ni la conexión profunda que tengo con Brusela.

Pensaba seguir caminando sin prestar atención a lo que sucedía en ese salón, pero una frase captó mi interés y me hizo detenerme. Me acerqué más a la puerta, intentando escuchar mejor.

—No cumpliste el reto con esa mosquita muerta. ¿Cómo era que se llamaba? Ah, sí, Andrea.

Genial, otra conversación llena de misterios.

Quién te manda de chismosa

Haz silencio.

¿Por qué de repente todo el mundo parece estar ocultando algo, y luego, de la noche a la mañana, todo se me revela de golpe?

—¿Cómo iba a cumplir con eso si esa estúpida que no se despega de ella ni un segundo está detrás como una maldita mosca? Ni siquiera recuerdo su insignificante nombre —la voz de Sofía suena furiosa, cargada de frustración.

Por un instante, quiero sentir empatía por ella, porque en el fondo sé que tiene razón. De alguna manera, la dejé de lado cuando Brusela llegó. Dejé de hablarle, la sustituí. Pero también me doy cuenta de que lo que tenía con Sofía era algo pasajero, algo sin la profundidad que encontré con Brusela.




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