ANDREA
—¿Se puede saber qué demonios te pasa? —La voz de Brusela, cargada de histeria, resuena con fuerza mientras me agarra del brazo y me arrastra al interior del viejo salón de arte abandonado, cerrando la puerta tras de nosotras con un golpe seco.
—No, ¿se puede saber qué te pasa a ti? —le espeto con furia, señalándola sin dudar—. Después de huir como una miserable cobarde, ¿ahora sí te atreves a hacerte la heroína? No necesitaba que me salvaras, sabía perfectamente lo que hacía desde el principio. No necesito que vengas a jugar a la salvadora ni que te metas en lo que no te...
Mi arrebato se corta de golpe cuando un ardor punzante se extiende por mi mejilla.
Me llevo la mano a la mejilla ardiendo, el hormigueo se extiende como fuego bajo mi piel. Mis dedos tiemblan entre el escozor y la incredulidad. Brusela está demasiado cerca, tan cerca que casi puedo sentir su respiración agitada, pero lo que más me perturba es su mirada: una tormenta de emociones desenfrenadas que no logro descifrar.
—¿¡Con qué derecho crees que puedes tocarme!? —espetó con la voz rota entre furia y desesperación. Mi pecho sube y baja con violencia mientras alzo la mano, sin pensarlo, con la misma rabia con la que ella lo hizo. Un latigazo de adrenalina recorre mi cuerpo, cegándome de todo excepto del deseo de devolverle el golpe.
Pero antes de que mi mano alcance su destino, ella la atrapa en el aire con una fuerza que hiela mi sangre. Su agarre es férreo, inquebrantable. Su otra mano se cierra alrededor de la mía, la que aún conserva la herida. Un dolor punzante se filtra por mis venas, pero me muerdo la lengua para no reaccionar. No le daré el placer de verme flaquear. Sus ojos, que hace un segundo eran un torbellino, ahora son dos fragmentos de hielo puro. Y ese frío me cala hasta los huesos.
—Con el mismo derecho que tú has tenido al entrar en mi casa sin mi permiso —su voz es firme, cortante, mientras tira de la manga de mi sudadera, dejando al descubierto el vendaje que cubre mi herida.
Un escalofrío me recorre cuando intento apartarme, pero su agarre se vuelve aún más fuerte, clavando sus dedos en mi piel como si temiera que me desvaneciera en el aire.
Estoy atrapada
Intento mantenerme serena por fuera, contener el torbellino que me sacude por dentro, pero mi respiración me traiciona. Siento que me ahogo entre su cercanía y la verdad desnuda ante mis ojos.
—Eso es mentira —murmuro, pero incluso yo puedo escuchar la fisura en mi voz.
Suelta una risa sarcástica, una de esas que erizan la piel y dejan un eco venenoso en el aire. Me observa con detenimiento, con una mezcla de burla y triunfo reflejada en sus ojos.
—¿Me crees estúpida? —su voz gotea veneno—. Ya decía yo que era demasiada coincidencia tu actitud con lo que sucedió hace algunos días.
—¿Y qué sucedió, según tú, hace algunos días? —pregunto, esforzándome por sonar tranquila, aunque mi pulso retumba en mis oídos.
—Que una maldita se metió en mi casa a buscar cosas que no debía —su tono se vuelve afilado mientras me escudriña, como si cada mínimo gesto mío pudiera delatarme—. Al principio pensé que se me había escapado, que era demasiado escurridiza y difícil de atrapar… pero ya veo que no.
La ironía en su voz me cala hondo, cada palabra es una daga que se hunde más y más en mi pecho.
Necesito que deje de mirarme. Su mirada me atraviesa como un cuchillo, escarbando más allá de lo que estoy dispuesta a admitir. Me siento atrapada, sofocada, como si sus manos fueran cadenas invisibles que me impiden huir. Quiero alejarme, necesito alejarme, pero su agarre es implacable, como si estuviera exprimiendo el aire de mis pulmones.
Este lugar me asfixia, el aire se siente denso, pesado, cargado de todo lo que quiero evitar. Tal vez tenga razón, tal vez soy solo eso: una rata, una cobarde, alguien que siempre corre en lugar de enfrentar lo inevitable.
Intento abrir la boca, buscar una excusa, una mentira, cualquier cosa que me ayude a escapar de este instante. Pero su voz me corta antes de que siquiera pueda respirar.
—No pienses en negarlo. Esa herida en tu brazo es la coartada perfecta —su tono es helado, seguro, mientras sus ojos se clavan en la venda con una certeza que me aterra.
—Solo admítelo, ¿a qué le temes?
Su voz es un susurro afilado, una trampa envuelta en calma. Me observa con esa intensidad sofocante, esperando que me quiebre. Pero no lo haré.
No puedo...
—¿A qué le temes tú? —mi voz finalmente se abre paso, más firme de lo que esperaba. Si quiere jugar a esto, entonces jugaremos—. Porque que yo sepa, no fui yo la que corría al baño tratando de que nadie preguntara por unas marcas.
Su expresión se tensa por un segundo, lo suficiente para que lo note.
—Eso es completamente diferente —su voz titubea apenas, pero es suficiente para que algo dentro de mí se resquebraje.
Ya no puedo más.
Con un movimiento brusco, sacudo mis manos y consigo liberarme de su agarre. Un fuego incontenible arde en mi interior mientras retrocedo, la respiración entrecortada, los nervios consumiéndome.
—¡No, maldita sea! ¡No es para nada completamente diferente! —grito, con la frustración y la rabia desbordándose de mi pecho. Me alejo de ella, temblando de furia, de cansancio, de todo lo que llevo cargando y ya no quiero soportar.
Te advertí que ibas a salir perdiendo, que todo esto iba a ser una maldita pérdida de tiempo. Que al final ibas a terminar muy mal después de aliarte con alguien como ella. Pero nunca me escuchaste…
Su voz rebota dentro de mi cabeza como un eco insoportable, como un veneno que se esparce por mi piel y me quema desde dentro. Algo en mi interior se rompe, se desmorona en un torbellino incontrolable de frustración y rabia.
—¡Cállate! —grito con desesperación, llevándome las manos al cabello y tirando de él con fuerza, como si eso pudiera apagar el caos que me consume.
#577 en Thriller
#267 en Misterio
#1979 en Otros
suicidio misterioso, misterio asesinato drama, dolor amor trizteza lectura lecciones
Editado: 20.02.2025