ANDREA
Es como si el universo hubiera decidido que hoy era el día de pegarme una cachetada tras otra.
Primero con Brusela, ahora en mi casa, recibí el toque tan amoroso de la mano de mi padre. Es como si el destino se hubiera alineado para que todo el mundo, en algún momento, se tomara el derecho de golpearme, figurativa o literalmente.
Pensaba que lo peor de estos días sería descubrir que todos me mentían, que estaba rodeada de falsedades, pero resulta que esto también tiene su giro: me toca ser la piñata de todos, el blanco de las frustraciones ajenas.
La ironía es tan grande que ni siquiera me sorprende. Si al menos me dijeran que soy la piñata de la temporada, al menos tendría un nombre para esto. Pero no, aquí estoy, soportando los golpes como si fuera la persona más adecuada para aguantarlo todo.
— Te crees muy machita por hacer el show que hiciste —exclama ese hombre, ese desgraciado que, por una razón que aún no entiendo, fue quien me trajo a este asqueroso planeta. Me mira con esos ojos inyectados de furia, como si su rabia fuera a cambiar algo.
Y, la verdad, me importa un carajo.
Sé perfectamente que todo tiene sus consecuencias, y yo ya sabía lo que iba a pasar después de ejecutar mi hermosísimo plan.
Cada paso que di me llevaba a este momento, y lo sabía. Sabía que iba a terminar así, pero no me arrepiento. La perra de Sofía fue la última pieza de este maldito rompecabezas, y no puedo evitar reírme de lo que me tocó vivir.
Me esperaba esta discusión con mis padres, sabía que iba a llegar el momento en que todo iba a explotar. Pero, si soy sincera, lo único que salió mal en toda mi ecuación fue lo que sucedió con Brusela en el salón de arte.
Eso es un caso aparte. Aunque, al final, creo que terminamos en buenos términos, a pesar de que el cincuenta por ciento de la conversación fue llanto. Fue una catarsis, aunque aún queda un sabor amargo de lo que no dijimos.
Y aquí estoy, después de llorar más que el río Magdalena, en el mismo lugar, atrapada en este ciclo de nunca acabar.
— ¡Responde! —su grito resuena fuertemente por toda la sala, cortando el aire, mientras mi madre observa desde la esquina. Hay una pequeña sonrisa en su rostro, una que trata de disimular, pero sé lo que está pensando.
En su mente no está agradeciendo a Dios, porque ese ni siquiera la conoce. Está agradeciendo, quién sabe a quién, que las paredes sean insonorizadas. Porque si no, todo este caos se habría escuchado en toda la calle.
Dañando su perfecta reputación.
— ¿Qué quieres que te diga? Ya sabes lo que hice, y lo más seguro es que no te importe, porque lo que realmente te importa son esas malditas conexiones sólidas. — Me cruzo de brazos, no dejando que me intimiden, manteniendo mi postura firme. Los observo, sabiendo que ya sé cómo va a terminar esto. Sé cuál es el resultado de esta ecuación, pero no me importa. Ya lo he vivido una, dos, tres veces, y ya no tiene el mismo efecto. Si antes me dolía, ahora ya no.
Ser la hija ejemplar, esa etiqueta tan aburrida, tan cansada. Ya pasé por esa etapa, ya fui la hija perfecta, y honestamente, eso fue hace siglos. Sé lo que todos quieren, lo que esperan de mí... pero ¿saben qué? Que lo sean ellos. Yo ya no me voy a conformar con eso.
Mientras sigo en mi postura desafiante, noto algo extraño. Observo alrededor, buscando entre las caras conocidas. Alguien falta. ¿Dónde está tía Keisha?
— Si crees que tu queridísima tía te va a salvar, muñequita, te voy diciendo que la suerte no está de tu lado. Ella salió, y cuando llegue vas a contarles pero solo dirás que simplemente te golpeaste. — Mi madre suelta esas palabras con una calma helada mientras se acerca a mi padre, quien toma un cable enrollado en sus manos, la mirada fija y llena de furia.
Al ver el objeto en las manos de mi padre, algo en mi interior se tensa de inmediato. Mi cuerpo comienza a reaccionar, pero trato de mantenerme firme, incluso cuando mi mente se ve arrastrada a los recuerdos oscuros que no quiero revivir. No quiero llorar, no quiero que vean que me afecta, no quiero darles esa satisfacción.
Me niego a mostrarme vulnerable, no esta vez. Pero el miedo se cierne, y por un momento, las ganas de escapar se sienten más reales que nunca.
— Te voy a quitar esas estúpidas ideas que se te están metiendo en la cabeza. De ir en contra mía y de mis ideales. — Su voz es un rugido furioso, lleno de ira, mientras se acerca con pasos decididos. Su mano se cierra en un agarre doloroso alrededor de mi cabello, y en un brusco tirón, me arrodillo frente a él, la presión en mi cuero cabelludo desgarrándome con cada movimiento.
Antes de que pueda hacer algo, el cable se impacta contra mi cuerpo con una fuerza inhumana.
El primer golpe me deja sin aliento, una quemadura instantánea que recorre mi piel como una ola de fuego. El siguiente golpe no es diferente, pero el dolor se intensifica, ardiendo, creciendo, envolviendo cada fibra de mi ser. Cada impacto me estremece, y el ardor en mi cuerpo se eleva, como si algo dentro de mí se estuviera desintegrando.
El cable sigue cayendo una y otra vez, y cada vez que me golpea, siento que una parte de mí se desvanece. No solo es el dolor físico, sino el terror que se enreda en cada golpe, como si mi cuerpo estuviera condenado a sufrir, a ser marcado una vez más. Las marcas que dejará serán profundas, lo sé, pero más que eso, es la sensación de que no soy más que un objeto, una creación fallida que nunca puede satisfacer sus expectativas.
Y en medio de ese caos, lo único que me queda es recordar: he vivido con estos golpes toda mi vida. Cada vez que me caía, me levantaba, con la esperanza de alcanzar una perfección que nunca podría ser mía. Mi cuerpo puede estar marcado por sus manos, pero mi alma, esa sigue luchando, aunque el peso de su desprecio amenaza con aplastarme.
Según la base de la educación y el corregimiento para ser alguien perfecto según sus estándares, todo se fundamenta en golpes. Eso lo llama la vieja escuela, su método para formar a alguien. Pero quién lo viera a puerta abierta, acaricia a su hija como si fuera una diosa, una figura que jamás debería recibir un castigo. La contradicción es palpable, y me ahoga.
#577 en Thriller
#267 en Misterio
#1979 en Otros
suicidio misterioso, misterio asesinato drama, dolor amor trizteza lectura lecciones
Editado: 20.02.2025