TIA KEISHA
Las mejores personas son las que más sufren, las que cargan con el peso de las peores desgracias sin tregua ni piedad.
—No me la quites… —suplico con la voz rota, arrancando las agujas de mi piel con desesperación. No me importa si se rompen dentro, si desgarran mi carne, si el dolor me quema desde dentro. No me importa nada. Me desplomo al pie de la cama, sintiendo mi cuerpo ceder, fragmentarse, como si el mismo dolor me estuviera arrancando pedazos.
No me importa la humillación. No me importa cuánto duela. Solo me importa sostener a mi hijo, sentir su calor, abrazarlo aunque me esté desmoronando.
—Por favor… no me la quites —suplico, mi voz quebrada entre sollozos mientras me aferro a sus pies, sin dignidad, sin orgullo, solo con el miedo desgarrándome por dentro.
Scarlett me observa desde arriba, su rostro iluminado por una sonrisa fría, cruel. Sus ojos vacíos de compasión, su expresión tan serena como si lo que está haciendo fuera lo más natural del mundo. No hay duda en su mirada, solo la certeza de que ya no me ve como su hermana.
Mi hermana… Aquella que una vez creí que solo estaba molesta, que su odio sería pasajero, que con el tiempo volveríamos a ser lo que fuimos. Pero ya no. Ahora lo sé con certeza: me odia. Me odia tanto que no le tiembla la mano al arrancarme lo único que me queda, mi bebé.
Pensé que, después de una labor de parto tan larga y dolorosa, al despertar podría ver a mi bebé, abrazarla, sostenerla entre mis brazos y, al fin, saber si era niño o niña. Ni siquiera pude verla. Ni siquiera la ecografía me dejó conocer su rostro, su forma, su existencia.
Ahora lo entiendo todo. Ahora sé por qué Scarlett siempre se negó a decirme su sexo, por qué me impedía saber cualquier detalle. Todo estaba planeado. Todo era parte de su juego macabro. Desde el principio, ella tramaba arrebatarme a mi bebé, despojarme de lo único que me quedaba, arrancarla de mi vida sin darme siquiera la oportunidad de mirarla.
Me la quitaron. Me la arrancaron sin piedad, sin justicia. Ni siquiera me permitieron verla una sola vez. Ni siquiera me dejaron despedirme.
—Prometo que haré todo lo que quieras… solo devuélveme a mi bebé —mi voz se rompe en cada palabra mientras me arrastro hasta sus pies, aferrándome a ellos con desesperación. No me importa la humillación, no me importa nada más que recuperar a mi pequeño.
—No pido nada más, por favor… te lo ruego… ¿qué hice para merecer esto? —Mi súplica se ahoga entre sollozos, las lágrimas caen sin control, ardiendo al deslizarse por mi piel.
El llanto se intensifica, y con él, el vacío en mi pecho. Puedo sentirlo, frío y punzante, consumiéndome desde dentro. Mi vientre, donde antes habitaba mi bebé, ahora es solo un abismo de ausencia. Un hueco que nadie, jamás, podrá llenar.
Siento un vacío inmenso dentro de mí, como si algo esencial me faltara, y creo que es mi propio corazón, arrancado junto con mi bebé. Me cuesta respirar, el aire se vuelve espeso, insuficiente, como si el mundo entero se estuviera cerrando sobre mí.
Ya no está dentro de mí, donde podía protegerlo, donde nada ni nadie podía hacerle daño. Ahora está afuera, en un mundo cruel, expuesta a peligros que no puedo controlar. Peor aún, está con personas horribles como Scarlett, personas que no sé qué intenciones tienen, que no sé qué le harán.
¿Por qué la quieren? ¿Por qué me hacen esto? No lo entiendo. No me importa la humillación, no me importa el dolor, no me importa cuánto tenga que sufrir.
Si tuviera que arrancarme el corazón del pecho y entregárselo a quien sea para recuperarla, lo haría sin dudar. Haría lo que fuera necesario con tal de sentir su calor en mis brazos, con tal de recuperar lo único que me hace sentir viva, lo único que me dio felicidad desde el primer instante en que supe de su existencia. Solo quiero que me devuelvan a mi pequeño corazón.
Scarlett me lanza una patada con desprecio, alejándome de sus piernas como si mi sola presencia le repugnara. Su mirada está cargada de asco, de un odio que me desgarra porque no lo comprendo. No sé qué pasó. Hace apenas unos meses era mi hermana cariñosa, mi confidente, alguien con quien compartí momentos hermosos. Pero desde que supo que estaba embarazada, todo cambió.
Comenzó a alejarse. Se volvió fría, cruel. Sus palabras eran filosas, su trato distante. Al principio pensé que era solo una fase, que estaba molesta por alguna razón, pero que con el tiempo se le pasaría. Sin embargo, cada vez que intenté preguntarle qué sucedía, me respondió con desprecio o simplemente me ignoró, como si yo no mereciera ni una explicación.
No entendía su actitud. No podía asimilar cómo, de la noche a la mañana, alguien tan cercano podía volverse un extraño. Pero lo que más me duele es haberme aferrado a la esperanza de que esto era temporal, de que en algún momento volveríamos a ser las mismas.
Ahora lo sé: me equivoqué.
Qué ingenua fui al pensar que todo volvería a ser como antes. Ahora que la realidad me golpea con fuerza, que las consecuencias de mi ceguera son más dolorosas de lo que jamás quise aceptar, me doy cuenta de que ya no hay vuelta atrás. Nada de lo que haga cambiará lo que Scarlett ya decidió.
Ella, en contraste con mi desesperación, se sienta con calma en el sofá frente a la camilla del hospital. Su postura relajada, su mirada satisfecha… Es como si todo esto fuera un juego para ella, como si mi sufrimiento fuera solo un espectáculo más que observa sin remordimientos.
—Sabes, querida hermanita —su voz gotea veneno mientras toma una fruta de la mesa frente a ella—. Sobre la herencia que nos dejaron nuestros padres al morir… —Deja la frase en el aire, saboreando el momento, disfrutando mi confusión. Y de pronto, lo entiendo.
Esto no es solo odio. Esto es algo mucho peor.
Mi rostro, empapado en lágrimas y marcado por el dolor, se llena también de confusión. ¿Qué tiene que ver esa herencia con todo esto? No entiendo. No quiero entender.
#2755 en Thriller
#1356 en Misterio
#6835 en Otros
suicidio misterioso, misterio asesinato drama, dolor amor trizteza lectura lecciones
Editado: 08.03.2025