ANDREA
-¿De verdad pensaste que solo era un regalo material? -dice tía Keisha con una sonrisa, justo cuando levanto la mirada del teléfono.
Es la primera vez en todo el día que sonrío de verdad, sin esfuerzo, sin fingir.
-Tú planeaste esto... -susurro, sintiendo una mezcla extraña de confusión y emoción revolviéndose dentro de mí.
-Por supuesto -responde con naturalidad-. ¿Cómo no iba a darme cuenta de quién es la mejor amiga de mi niña?. Olvida lo que dijo tu madre, no tienes que disculparte por semejante tontería. Solo quiero verte disfrutar con quien de verdad quieras. Yo me encargo de la gruñona de Scarlett.
Termina la frase haciendo una mueca exagerada, imitando la expresión severa de mi madre, y no puedo evitar soltar una risa.
Suelto una risa ante su divertida mueca, sintiendo cómo la tensión del día se disuelve un poco.
-Gracias, de verdad, tía -murmuro, aún conmovida, antes de volver a abrazarla.
-No tienes que agradecerme, mi niña. Haría esto y mil cosas más por ti -susurra, acariciándome la espalda con ternura. Luego, con una leve sonrisa, añade-: Llévate mi regalo. Quizás donde vayan también puedan pintar.
-No es una mala idea -respondo con entusiasmo.
-Sal por la puerta delantera, yo me encargo de cubrirte. Ah, y cámbiate los zapatos -dice antes de besarme en la frente y salir de la habitación.
Sigo sus indicaciones, deshaciéndome de los incómodos zapatos y cambiándolos por unas zapatillas. Por un momento, considero también quitarme este vestido sofocante, pero rápidamente descarto la idea. Digamos que, cuando Dios repartió la paciencia, Brusela llegó tarde y no le tocó nada.
Si no me apresuro, no voy a llegar a tiempo. Así que, sin pensarlo demasiado, tomo la caja -más pesada de lo que esperaba- y salgo con ella en brazos.
Al bajar, el lobby está en silencio, sin rastro de nadie. Aprovecho la oportunidad y me dirijo rápidamente hacia la puerta. Al cruzarla, mi mirada busca instintivamente al otro lado de la acera, donde Brusela me espera.
Está recostada contra un poste de luz, con los brazos y las piernas cruzadas, en una postura despreocupada. Pero en cuanto me ve, se endereza y camina hacia mí, cruzando la calle con paso firme.
-¿Sos consciente de que los mensajes también se pueden responder? -me dice en cuanto está lo suficientemente cerca. Su tono tiene un matiz de molestia, pero en el fondo, puedo notar la diversión escondida detrás de su expresión seria-. Pensé que ibas a dejarme sola,casi me hago una con el poste de luz.
Para reforzar su acto de enojo, se cruza de brazos de nuevo, perfeccionando su papel. No puedo evitar sonreír.
-Yo también te extrañé, amargada -digo con una sonrisa juguetona.
Ella me observa en silencio por unos segundos, como si analizara cada palabra que acabo de decir. Sé que expresar lo que siente nunca ha sido fácil para ella, y mucho menos demostrarlo, pero aprecio el esfuerzo, aunque sea en su manera peculiar.
-Me hacía falta un poco de tu locura -responde al fin, tomando la caja de mis manos con naturalidad-. Por un momento, pensé que me estaba volviendo cuerda.
Cualquiera que nos escuchara podría pensar que su respuesta es extraña o hasta grosera, pero yo la entiendo. Para alguien como ella, que lucha cada día con poner en palabras lo que siente, esta es su forma de decir te extrañé . Quizás no de la manera convencional, pero sí de la manera más sincera que puede permitirse.
-No sabía que conocías a mi tía -comento mientras camino a su lado, tratando de igualar su ritmo. No tengo idea de hacia dónde vamos, pero estando con ella, la incertidumbre no me inquieta.
-Me contactó hace algunos días -responde con simpleza, sin dar más detalles.
-¿Para qué? -insisto, genuinamente curiosa.
-Nada relevante -dice con un tono aburrido, como si el tema no tuviera importancia.
Hace un tiempo, cuando recién la conocí, quizás habría creído en su respuesta sin cuestionarla. Pero ahora es diferente. Ahora la conozco lo suficiente como para notar esas pequeñas señales, esos matices en su voz y en su forma de hablar. Cuando pasas tanto tiempo con alguien, llega un punto en el que detectar una mentira se vuelve inevitable. Y ella está mintiendo.
Sé que hay algo más detrás de todo esto, algo que Brusela no quiere decirme. Estoy atrapada entre la curiosidad y la incertidumbre, preguntándome si debería presionar para obtener respuestas o simplemente dejarlo pasar. Pero al final, confío en ambas. Confío en que mi tía jamás haría algo que me lastimara y en que Brusela, a su manera, tampoco lo haría.
-¿A dónde vamos? -pregunto finalmente, intrigada.
-Saca el mapa de mi mochila -responde sin más.
Mientras seguimos caminando, deslizo la mano dentro de su mochila y saco un mapa. Al desplegarlo, veo que es un plano de Sanford. Mis ojos recorren el papel hasta que noto una pequeña "X" marcada en un punto específico.
-¿Esto es una búsqueda del tesoro o algo por el estilo? -pregunto con curiosidad, sintiendo una pequeña chispa de emoción.
Brusela sonríe apenas y responde con misterio:
-Ya lo verás.
Brusela me muestra el mapa y me guía con paso seguro, así que simplemente la sigo, sin cuestionar demasiado. Caminamos durante un buen rato hasta que, antes de darme cuenta, estamos entrando en el bosque.
A este punto, ya parecemos una versión extraña de Tarzán y Jane, aunque con menos destreza y más torpeza propia de gente civilizada tratando de atravesar la naturaleza sin hacer el ridículo.
Mientras nos adentramos entre los árboles, decido romper el silencio con un comentario que me arranca una sonrisa.
-¿Acaso piensas asesinarme? -bromeo, recordando el día de su cumpleaños, cuando ella me hizo exactamente la misma pregunta.
Brusela me mira con una pequeña sonrisa divertida, y sé que ella también lo recuerda.
-No sería mala idea -responde con fingida seriedad, aunque la chispa en sus ojos la delata.
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Editado: 08.03.2025