BRUSELA
Los verdaderos buenos momentos solo se viven con las personas que de verdad queremos.
Observo a mi ojitos mientras sacaba todas las cosas de la mochila que traje, acomodándolas con cuidado en es pasto.
La miré mientras se quitaba los largos guantes junto con el vestido, dejando al descubierto sus brazos. Sus cicatrices ya no le incomodaban frente a mí, lo que representaba un avance en nuestra confianza mutua. Del mismo modo, yo también me sentía más cómoda vistiendo ropa menos cubierta.
La herida de su brazo ya está curada, dejando solo el recuerdo de lo sucedido a través de una cicatriz. Para los demás, podría parecer horrible y poco femenina, pero para mí es simplemente una marca que la hace ver aún más perfectamente imperfecta.
Que los comentarios ajenos nos valgan mierda.
No quise contarle por qué su tía me contactó, aunque la razón resultó mucho más llamativa de lo que imaginé. En aquella llamada del otro día, después de varios mensajes en los que me explicó quién era, me reveló varias cosas.
Decía ser la tía de mi Ojitos.
—Sé que eres la amiga de mi sobrina, en sí su única y verdadera amiga —se escuchaba la voz de la tía de mi Ojitos, de nombre Keisha, si mal no recuerdo.
—Eso creo —respondí de manera cortante. Que sea cariñosa con mi Ojitos no significa que lo sea con todos.
En eso todavía estamos trabajando.
Creo.
—Bueno, como sabrás, pronto será su cumpleaños. Sé que, tristemente, no estarás en la fiesta que organizó mi hermana, aunque mi niña tampoco la disfrutará. La única persona con la que de verdad querría celebrarlo es con su amiga —exclamó con urgencia en la voz.
—Exacto.
—Necesito que me ayudes a celebrar su cumpleaños —fruncí el ceño sin entender—, pero solo tú y ella, lejos de esa fiesta. Después de cierta hora, y que la traigas de regreso a otra hora específica.
—¿Por qué? —pregunté, interesada.
—Porque necesito hablar con sus padres y no quiero que esté en el radar ni que escuche. Es algo importante que aún no debe saber.
El recuerdo de aquella llamada se desvanece cuando la voz de Andrea me saca de mis pensamientos. Me pide ayuda para bajarle el cierre de su vestido rosado.
Le queda bien, pero esa mierda no es ella.
Me acerco y deslizo el cierre con cuidado. Luego, me volteo para darle privacidad mientras hace lo que tenga que hacer.
—¿Por qué te volteas? —pregunta con un tono risueño.
—Se supone que estoy tratando de ser educada —respondo con ironía, enfatizando la última palabra.
—Me trajiste ropa de cambio tuya, pero no un traje de baño, solo ropa interior normal. Y viendo esta hermosura de agua cristalina, no creas que no me voy a bañar —dice mientras empieza a caminar hacia la laguna con cascada.
Al parecer, no le importa que la vea en ropa interior. Aunque varias cicatrices marcan su delicado cuerpo, sigue viéndose hermosa, vestida solo con un conjunto blanco sencillo y la cadena que le regalé.
—¿Qué pasa? —pregunta con cierta incomodidad, cubriéndose instintivamente con las manos.
Sé que lo dice por mi mirada y mi expresión seria, pero no tiene idea de lo que realmente pienso. Para mí, su cuerpo es hermoso, digno de ser retratado.
Y si fuera lesbiana, probablemente me enamoraría de ella.
—Nada, solo admiro la vista de una diosa que se escapó del Olimpo —respondo con una sonrisa.
Su piel pálida se tiñe de un rubor intenso, haciéndola lucir aún más tierna.
La luz del sol se filtra entre los árboles, iluminando sus ojos, una mezcla de marrón y tonos más claros que hipnotizan. Son de esos que atrapan la mirada, imposibles de ignorar. Su largo cabello castaño brilla con un reflejo sedoso mientras cae sobre su cuerpo, dándole un aire casi irreal.
Es una diosa. El mundo no lo sabe, su familia no lo sabe, pero yo sí lo sé.
Parezco lesbiana.
Pensé que nunca te darías cuenta
—¿No te vas a meter? —pregunta, sentada en el agua, mientras chapotea como una niña pequeña, con una sonrisa radiante.
Ella es feliz.
Y si ella lo es, yo también lo soy.
Solo somos felices lejos de toda la mierda: la de su familia, la de Samael y la de Sanford.
Sin responder, me quito la sudadera y el pantalón, dejándolos sobre la manta que mi Ojitos colocó en el suelo minutos antes, junto con sus cosas de arte.
Al quedar también en ropa interior, observo mi propio cuerpo, sintiendo aún una leve inseguridad en él.
Dudo si entrar al agua, fingir demencia y quedarme afuera. Andrea aún no ha girado la mirada hacia mí, podría aprovechar el momento...
ANDREA
Ella cree que no la observo, pero siempre lo hago.
—¿No piensas venir? —pregunta con una sonrisa, observando cómo agarra la prenda de ropa con la intención de volver a ponérsela.
La observo al igual que ella lo hace conmigo, pero yo no la miro a los ojos, sino a su cuerpo.
No me malinterpreten, es hermoso. Más de uno debería sentirse envidioso. No es tan alta, pero es muy bonita.
No tiene el abdomen plano, pero eso no es un defecto. Ese poco peso le sienta bien, armonizando con sus caderas y la silueta de su cintura. Tiene estrías en algunas partes del cuerpo, que se notan, pero se ve igual que como ella me dijo.
Una diosa.
Tiene algunas cicatrices, pero son tan pocas que las podría contar con una sola mano. No tiene tantas. Si tuviera tantas como yo, haciendo mi propia competencia, diría que ya estamos creando la persona más hermosa que ha caminado por este mundo.
—Deja de verme, ya sé que no soy bonita —expresa con una mezcla de emociones en su mirada.
Ambas estamos rotas y destruidas, pero a diario nos intentamos unir, buscando soluciones que a veces fallan y otras veces sí encontramos.
Ambas tenemos demonios, a veces tan similares como parecen y otras veces tan diferentes, pero si hay algo que puedo decir, es que ambas hemos encontrado varias formas de lidiar con ellos.
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Editado: 08.03.2025