Lúgubre "Vivir entre el dolor del pasado"

58. Últimas Jugadas

TIA KEISHA

Tantos años de espera… y, al fin, todo ha valido la pena.

Creyeron haber ganado, haberlo conseguido todo cuando me arrebataron a mi bebé. Actuaron con ventaja, sin dejarme opción.

Pero las malas lenguas susurran que quien ríe al final, ríe mejor.

Y lo mío no será solo una risa… será el eco de su peor pesadilla.

El mayor error de mi querida hermana fue creer que podía celebrar en paz, que yo había olvidado a mi hija.

Qué ingenua

Pensé que, si había sido lo suficientemente astuta para tramar un plan tan elaborado y convertir mi vida en una muerte en vida, al menos habría tenido la inteligencia de prever mi regreso. Pero no.

Tenía un segundo plan por si no lograba convencerla de venir conmigo, pero parece que los años le han podrido aún más la cabeza.

Quién lo diría… La mujer que abajo celebra el cumpleaños de mi sobrina es la misma que se siente triunfante porque ahora puede gastar el dinero sin restricciones. Pero lo que no sabe es que, así como saboreó la victoria, puede perderlo todo en un abrir y cerrar de ojos.

Salgo de la habitación de Andrea mientras bajo las escaleras, perdida en mis pensamientos, planeando cada uno de mis próximos movimientos.

Mi querida hermana no dudó en arrebatarme lo más preciado de mi mundo, mi bebé. Así que yo tampoco dudaré en destruir aquello por lo que trabajó tantos años con un único propósito.

El dinero.

Al llegar al primer piso, me dirijo a la cocina y, sin detenerme, sigo un largo pasillo hasta alcanzar un baño.

Una vez dentro, tomo mi teléfono y marco un número.

El tono de llamada resuena en el silencio. Uno… dos… Al tercer timbre, alguien contesta.

—Es hoy. Ya sabes lo que tienes que hacer. Que no lo noten hasta que decidan usarlo —digo con voz firme.

—Todo está planeado como ordenó —responde una voz masculina, cargada de autoridad.

Sin más, la llamada se corta. No hay necesidad de saludos ni despedidas, ni de palabras triviales. Ambos sabemos lo que debe hacerse.

Agradezco la estupidez de Scarlett al permitirme venir. Con eso, me ha facilitado todo.

También ha hecho más sencillo mi acercamiento a Nicolás, mi sobrino, el único que puede darme la certeza de cuál de los dos es realmente mi hijo.

Todavía recuerdo los días que pasé con Nicolás antes de venir aquí.

—¡Tía, qué alegría verte! —exclama con entusiasmo mientras me abraza.

—Pasa —dice después de soltarme.

Observo la habitación del campus de su instituto. Es amplia y acogedora, pero la iluminación es escasa. Hay tantas cosas acumuladas que el espacio se siente casi asfixiante.

Mi mirada se detiene en una gran maleta sobre su cama.

—Nos iremos en unos días —comento mientras tomo asiento en la silla de lo que parece ser su escritorio.

—¿Por qué? —pregunta, frunciendo el ceño con evidente confusión.

Tengo algunos asuntos que resolver y, además, se dañó algo en mi carro, así que tardará unos días en estar listo —hago una pausa, pensando en otra excusa antes de continuar—. Puedes aprovechar estos días para pasar tiempo con tus amigos, estoy segura de que los extrañarás estos dos meses. —Le sonrío con naturalidad.

—Tienes razón —exclama con entusiasmo.

—¿Me dices dónde está el baño? —pregunto con aparente urgencia.

—Claro, es ese de ahí —responde, señalando una puerta blanca a la derecha mientras rebusca en su armario algo que ponerse para salir con sus amigos.

Murmuro un gracias antes de entrar al baño.

Una vez dentro, noto que es más espacioso de lo que imaginaba. Mis ojos recorren el lugar hasta detenerse en el mesón del lavabo, donde probablemente estén su cepillo de dientes o de cabello.

Abro los cajones hasta encontrar un cepillo de cabello. Lo tomo y observo los cabellos atrapados entre sus cerdas. Con cuidado, extraigo algunos y los guardo en una bolsa transparente que tenía en mi bolso.

Con esto será suficiente.

Me acerco a la poceta del baño y bajo la palanca para que parezca que realmente lo usé. Luego, giro la llave del lavamanos, dejando que el agua corra a su máxima presión, creando el sonido perfecto para reforzar mi coartada.

Tras cerrar el grifo, me dirijo a la puerta. Al salir, me encuentro con Nicolás, que se aplica perfume frente al espejo.

—¿Vas a salir con amigos o tienes una cita? —pregunto con tono burlón.

—Lo que el destino quiera —responde sin despegar la mirada de su reflejo.

—Bueno, entonces no te molesto más. Me voy al hotel donde me hospedaré estos días, el viaje me dejó cansada —exclamo con fingida fatiga.

—Está bien, tía —responde sin demasiado interés, concentrado en asegurarse de que su vestimenta esté impecable.

Me despido con un abrazo antes de salir y dirigirme hacia el auto que me espera en el estacionamiento del campus.

Al entrar, el hombre frente a mí me observa con una mirada fría, una a la que ya me he acostumbrado.

—¿Lo conseguiste? —pregunta con seriedad.

Sin responder de inmediato, saco de mi bolso dos bolsas transparentes: una con el cabello de Andrea y otra con el de Nicolás. Se las entrego sin decir una palabra.

Durante el trayecto al hotel, el silencio se adueña del ambiente. Un silencio que, aunque breve, se siente eterno.

Cuando finalmente llegamos, estoy a punto de bajar, pero su voz me detiene.

—Tendrás todo listo antes de irte —dice con tono neutro, sacando un sobre de su chaleco—. Adentro está el código para activar las cámaras que colocaste.

Extiende el sobre blanco en mi dirección, sin una pizca de emoción en su rostro.

Tomo el sobre entre mis manos, asiento con la cabeza y salgo del auto sin decir una palabra.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.