Lúgubre "Vivir entre el dolor del pasado"

60. Volver a la acción

ANDREA

Han pasado algunos días desde mi agradable y desastroso cumpleaños número dieciocho.

El ambiente se siente tenso sin importar a dónde mire; la atmósfera en casa se ha vuelto casi irrespirable. Mis padres actúan de forma extraña, como si guardaran un secreto demasiado pesado para compartir. Apenas se hablan, y cuando lo hacen, sus palabras son frías, distantes, casi inexistentes.

Antes, al menos me dirigían reproches o comentarios amargos, pero ahora ni siquiera eso; solo me observan desde lejos, como si estuvieran esperando algo... o temiéndolo. Mi tía, en cambio, parece ajena a todo, como si la tensión no la tocara.

Mi hermano es un caso aparte.Él vive en su propio mundo, uno en el que todo gira a su alrededor, como si él fuera el centro de todo.

De la incertidumbre que representa, hay pocas cosas positivas que decir, salvo que pasa más tiempo en la calle que en casa. No está solo; ha logrado reunir un grupo de aliadas en el instituto, chicas que lo siguen con lealtad inquietante.

No sé qué planea, pero su actitud me da mala espina. Todo se siente como un rompecabezas del que me faltan demasiadas piezas. Y cada día, la sensación de que algo se está gestando a mis espaldas se hace más fuerte.

Lo peor es que hay detalles que no puedo ignorar. Hoy, por ejemplo, noté una venda en el brazo de mi padre. No pregunté, aunque la curiosidad me carcomía; su mirada apagada me dio la respuesta que no quería escuchar.

Algo está pasando

Algo que nadie se atreve a decir en voz alta.

Y lo más inquietante es que, en este juego silencioso de secretos y sospechas, todos parecen estar involucrados.

Después de aquella conversación que escuché, estoy segura de que hay algo más, algo que he intentado encontrar sin éxito. No es solo un presentimiento; es una certeza que se esconde en cada mirada esquiva, en cada silencio incómodo. Me están ocultando algo, algo más grande de lo que estoy dispuesta a imaginar.

Y tarde o temprano, lo descubriré... o, en el peor de los casos, todo estallará antes de que pueda hacerlo.

Pero la tensión no se limita a las paredes de esta casa; ojalá fuera así. En el instituto, la situación es aún peor. Todos murmuran sobre mí después de lo que ocurrió en el comedor con Sofía. Sé que debí haber sido suspendida, pero el director decidió lo contrario, y solo hay una razón para ello: mi tía.

Fue a hablar con él ayer, y cuando salió de su oficina, llevaba una sonrisa tranquila en los labios. Luego, como si nada hubiera pasado, me preguntó si quería ir a comer.

No sé qué le dijo al director, y eso me inquieta. Parte de mí se siente traicionada por haber sido salvada de una consecuencia que tal vez merecía. Pero otra parte, aunque no quiera admitirlo, se siente aliviada. No puedo decidir cuál de las dos pesa más.

Y se preguntarán por qué.

La respuesta es simple: Siempre he sido de los que buscan más allá de lo evidente, incluso si eso significa cruzar ciertos límites.

Sabiendo que hay un secreto que podría conectarse conmigo, revisé la oficina y la habitación de mis padres. No encontré nada. Así que no me quedó otra opción que esconder un micrófono camuflado entre los libros de la estantería.

También noté algo inquietante: hay cámaras. Siempre he sido observadora, tal vez demasiado. No sé quién las puso, pero sospecho que fue mi tía. Sé que grabó el incidente en el que Kendric me golpeó.

Lo extraño es el motivo. ¿Para qué hacerlo? ¿Por qué no me ha dicho nada? Tampoco yo le he preguntado. Ella cree que no lo sé, y yo fingiré que nada ha cambiado.

Solo sé que no sé nada

Pero mientras ella finge que en estas cuatro paredes no hay tensión ni secretos, yo seguiré investigando.

Con el micrófono en su lugar, solo necesito una conversación clave. Algo que me dé más respuestas que dudas. Un detalle que conecte todo lo que no encaja.

Me aseguré de colocarlo cuando nadie estuviera en casa. Fingí estar enferma en el instituto para salir antes, sabiendo que tendría el tiempo justo para hacerlo sin ser descubierta.

Ahora solo falta que alguien caiga y empiece a hablar. Sé que mi tía oculta algo. Mientras ella busca lo que sea que esté persiguiendo, yo haré lo mismo. Pero a diferencia de ella, quiero saber el porqué de todo esto.

Y quién sabe... cuanto más jugoso sea el secreto, más posibilidades tendré de convertir a alguien en mi próxima marioneta. Al final, pronto habrá otro espectáculo.

Entro en mi habitación y mi mirada se detiene en el escritorio. Allí, recostado, está el lienzo que pinté el día de mi cumpleaños. Lo observo en silencio, dejando que el recuerdo de aquel momento me arranque una leve sonrisa.

-¿Qué pintas? -pregunte curiosa.

-Una obra sin terminar no se enseña -respondió con seriedad.

Ahí estaba de nuevo la Brus gruñona que todos conocemos. Suspiré, rindiéndome. Cuando esa pequeña cabeza decide algo, es casi imposible hacerla cambiar de opinión.

Decido concentrarme en mí, aunque por momentos mi mirada se desliza hacia ella.

Podría mentir mil veces y seguir haciéndolo, pero hay algo en lo que jamás podría engañarme: mis cuadros han cambiado desde que la conocí. Negarlo sería mentirme a mí misma, y eso sí dolería.

El teléfono de Brusela comienza a reproducir Own My Mind de Måneskin.

-Well, I don't know your secrets, I'm no visionary -canta suavemente.

Sé que, en el fondo, quiere preguntar por mi desaparición en estos días. Sin embargo, no quiere arruinar el momento con esa pregunta.

Aunque, siendo sincera, dudo que preguntar lo arruinara. Si ella lo hiciera, respondería con normalidad. Pero no diré nada. Por ahora, prefiero no pensar en ello.

Sonrío mientras sigo sentada frente al lienzo, dejando que mi mente viaje al recuerdo de aquella vez en el cementerio, cuando escuchamos una canción de Måneskin.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.