BRANDON
Las piezas se deslizan según lo previsto, sin desajustes ni sorpresas.
Aun así, me cuesta asimilar cómo una mente tan perversa puede habitar en el cuerpo de un cerdo con un rostro tan inocente. Ahora entiendo por qué dicen que Lucifer es hermoso: al final, antes de convertirse en demonio, también fue un ángel.
Y si el Imitador no es solo un individuo, sino el mismo infierno manifestado para revelar secretos, como si estuviera dividido en ocho secciones al estilo de La Divina Comedia… Entonces, ella sería Lilith. Es perfecta en esa reencarnación: bella, astuta, con una inteligencia magnética, pero con una mente macabra e insistente.
Aliarme con ella ha sido, sin duda, una de mis mejores y peores jugadas. Traicioné la lealtad que juré a la seguridad de las personas y rompí el voto de protección que hice como parte de la fiscalía. Pero, viendo este pueblo, donde a nadie parece importarle nada, donde todos mienten, sufren, sonríen con falsedad y esconden su hipocresía, me pregunto: ¿acaso mi traición es siquiera una décima parte de lo que ellos hacen?
Al final, ¿qué son unos cuantos secretos y verdades ocultas en comparación con lo que guarda mi querida hermanita? Nada. A veces, los sacrificios que otros ven como enormes en realidad son insignificantes cuando se trata de proteger aquello que realmente importa. Y sé que me llamarán egoísta, malvado, incluso loco, pero yo priorizo lo que he buscado durante años sin encontrar. Aquello que he anhelado con desesperación y que siempre me ha sido negado.
¿Me juzgan por ello?
Que lo hagan.
Yo elijo a mi familia, a mi otra mitad, antes que las mentiras de gente inútil en este mundo podrido. Para mí, ellos no valen nada.
Un sonido de notificación en mi celular interrumpe mis pensamientos mientras conduzco hacia la fiscalía. Decido ignorarlo por ahora y revisarlo cuando llegue al estacionamiento.
Son muy pocas las personas que tienen acceso a mi número, por lo que dudo que se trate de algo realmente urgente. Aun así, una leve inquietud se instala en mi pecho.
Minutos después, estaciono frente a la fiscalía. El motor se apaga, y en el repentino silencio, tomo mi teléfono con cierta indiferencia. Solo entonces noto la notificación. Al encender la pantalla, mis ojos se fijan en un mensaje de un número desconocido.
Frunzo el ceño, desconcertado. No suelo recibir mensajes de extraños, y menos a esta hora.
Algo no encaja
Abro el mensaje con cautela, sintiendo un ligero escalofrío recorrer mi espalda. Solo hay cuatro elementos: una dirección, una fecha, una hora… y un breve mensaje.
Mis ojos se deslizan sobre las palabras con creciente intriga.
Yo cumplo con mi parte del trato, siempre y cuando tú cumplas la tuya. Esto te ayudará más de lo que imaginas para mantenerte alejado.
El mensaje está firmado con una simple inicial: A.
Mi ceño se frunce aún más. No recuerdo haber hecho ningún trato… ¿o sí?
Mi mente une los hilos rápidamente, y una posibilidad se vuelve evidente: este número podría ser de Andrea. La idea cobra fuerza en mi cabeza. Si alguien en este pueblo puede obtener información, secretos y rumores con facilidad, es ella. Conseguir mi número no sería un desafío para alguien como Andrea.
Decidido a confirmar mis sospechas, escribo un mensaje breve:
—¿Eres Andrea?
Lo envío sin pensarlo demasiado y dejo el teléfono a un lado. Pero aunque intento distraerme, mi mente sigue trabajando. Si es Andrea, ¿por qué contactarme así? ¿Qué intenta decirme realmente? Y si no es ella… entonces, ¿quién podría ser?
¿Qué significa esa dirección? ¿Por qué debería ir allí si se supone que debo mantenerme alejado? ¿Alejado de quién… y por qué?
Esas preguntas giran en mi cabeza sin descanso, formando un torbellino de dudas que ahoga cualquier otro pensamiento. Mi mente se sumerge en ellas, como si nada más existiera. Todo lo demás se vuelve borroso, distante, irrelevante.
Cuando llego a mi oficina, apenas noto a las personas a mi alrededor. No miro a nadie, solo suelto un saludo seco y automático antes de cerrar la puerta tras de mí. Necesito respuestas… y necesito encontrarlas rápido.
Apenas me siento en el escritorio, una nueva notificación resuena en mi teléfono. La ansiedad se instala en mi pecho, más de lo que me gustaría admitir. Con rapidez, lo tomo y miro la pantalla.
Es otro mensaje del mismo número.
—No, soy la Tulivieja.
Suelto un suspiro. No necesito más para confirmarlo. Solo Andrea respondería así.
Sin perder tiempo, escribo de vuelta:
—¿Cómo conseguiste mi número?
Quiero insistir, preguntar de nuevo, pero apenas termino de escribir, su respuesta llega casi al instante.
—No hay nada que no consiga.
Arrogante, como siempre.
Antes de que pueda procesarlo del todo, otra notificación capta mi atención.
—Sé puntual. Cuando llegues, localízame en el lugar, pero no te acerques. Solo observa. Luego, en la tarde, nos reuniremos.
Frunzo el ceño, sintiendo cómo la intriga se intensifica. ¿Qué demonios está tramando Andrea? ¿Por qué tanto misterio? Algo me dice que, sea lo que sea, esto es solo el comienzo.
Las preguntas se arremolinan en mi mente, pero sé que insistir con Andrea solo la fastidiará. Si no quiere darme más respuestas, no lo hará. Aun así, no creo que esto sea una trampa ni que me suceda algo malo. Ya ha demostrado que sabe más de mí de lo que quisiera admitir, y si quisiera usarlo en mi contra, ya lo habría hecho.
Al final, somos aliados, aunque nuestra alianza esté tejida con hilos frágiles. Si yo caigo, la arrastro conmigo. Eso es un hecho.
Deslizo la pantalla del teléfono y vuelvo a leer los primeros mensajes con más atención, enfocándome en los tres primeros:
#2755 en Thriller
#1356 en Misterio
#6835 en Otros
suicidio misterioso, misterio asesinato drama, dolor amor trizteza lectura lecciones
Editado: 08.03.2025