Lúgubre "Vivir entre el dolor del pasado"

64. Aquellas llaves

BRUSELA

La curiosidad que emana de aquella casa se vuelve más intensa, mientras los monstruos se ocultan en la oscuridad que rodea la habitación, como si estuvieran a punto de atacarme, aunque solo permanecen al acecho desde las sombras; siento sus miradas, pero al buscar, no hallo nada, solo veo lo que todos verían: oscuridad.

Ellos me acompañan, junto al suave sonido del arrullo que resuena no muy lejos, en algún rincón de la casa. Pensamientos cruzan mi mente, y muchos de ellos, tristemente, carecen de respuesta. Pero hay uno en particular que no me deja en paz desde hace días: aquella caja.

Tengo el presentimiento de que aquello encierra algo importante. Tal vez, mi curiosidad termine siendo la causa de mi perdición. Y cuando muera, tendrán que decir que fue por curiosidad, aunque suene absurdo. El dicho se cumplirá: ahora sí, morí por curiosidad, como aquel gato del que tanto se habla.

Esa caja... hay algo en ella que me inquieta. Siento que guarda un significado profundo, un contraste marcado entre todos los enigmas que rodean a Samael.

El monstruo

Ahora que lo pienso bien, resulta curioso el motivo por el cual sale tanto. No es que me interese particularmente compartir el mismo oxígeno, y mucho menos la misma casa con él. Pero, ¿por qué tanta salida? ¿A dónde va realmente?

Me pregunto si aquella caja tiene relación con su comportamiento, o si en realidad guarda un secreto aún más grande

Llevo días analizando cada detalle: es precavido, analítico, como un acertijo esperando ser resuelto.

Pero hay algo que no puedo ignorar: los juegos de llaves que siempre lleva.

Son dos.

Uno claramente pertenece a su camioneta, pero el otro... no tengo idea de qué abre. Aun así, algo dentro de mí me dice que ese segundo juego de llaves podría encajar perfectamente en la cerradura de esa caja misteriosa.

Solo sería adivinar cuál de todas.

Todo son certezas, y eso, en el fondo, me abruma. Conozco sus rutinas, sus costumbres, incluso sus manías, pero no sus debilidades. Y si todo lo que sé son certezas, entonces no hay seguridad real, solo una ilusión de control.

Sería difícil quitarle las llaves, suponiendo que siempre las lleva encima, como parece hacerlo.

El viento golpea con fuerza las ventanas; el día en Sanford hoy está triste. Tal vez algo malo esté por suceder. Esta ciudad tiene la peculiaridad de anticipar las desgracias y anunciarlas con su clima.

Me levanto de la cama y camino fuera de la habitación, sintiendo cómo todos los monstruos a mi alrededor me observan, aunque ninguno se atreve a acercarse. Quizás saben que convivo con uno peor… y que, aun así, he logrado soportarlo.

Aunque más de una vez he estado a punto de rendirme.

Mis pasos rechinan sobre la madera, rompiendo el silencio espeso de la casa. Justo antes de doblar hacia el pasillo que conduce a la sala y a la entrada principal, escucho el leve sonido de la manilla girando. Solo puede significar una cosa:

Él ha llegado.

Mi mirada, que antes era tranquila, se vuelve dura y severa, ocultando todo lo que siento y pienso. No sé cómo acercarme a él, no sé cómo alcanzarlo. Aun así, mi cuerpo actúa por instinto: intenta mostrarse serena, aunque en el fondo no quiera. Algo en mí reacciona automáticamente; una alerta interna se activa cada vez que está cerca, y mi cuerpo se tensa sin que yo lo pueda evitar, incluso después de haberse acostumbrado a sus actos hacia mí.

Por mis cálculos, debe ser ya de madrugada, la hora en que el insomnio suele atraparme sin remedio. Esta noche no fue la excepción. No hay descanso cuando las sábanas se enroscan en mí no para reconfortarme, sino para asfixiarme, mientras los monstruos de aquella habitación vuelven a tomar el control.

Debería estar dormida

Tal vez por eso nunca lo veo llegar, siempre lo hace en la madrugada, como un fantasma que se desliza en la oscuridad. Eso explicaría por qué algunos días se levanta tan tarde… o quizá hay razones más oscuras que aún no comprendo.

Me escondo con cuidado, eligiendo un punto ciego desde donde él no pueda verme al cruzar hacia el pasillo de las habitaciones. Solo puedo observarlo gracias a la tenue luz que entra por las rendijas de las ventanas; las luces están apagadas, y esa silueta vestida completamente de negro apenas se distingue entre las sombras.

Camina con paso silencioso, casi calculado, hasta perderse en dirección a la cocina. Pero algo me detiene. Algo me hiela la sangre.

Sus botas… están cubiertas de un líquido oscuro que no logro identificar. Gotea desde la suela, marcando cada paso con una huella opaca que brilla apenas bajo la poca luz. No sé qué es… pero no puedo apartar la vista.

Tiene un tono oscuro… como todo lo que lo rodea. No puedo descifrar qué es ese líquido, pero algo en él me inquieta profundamente. Mientras avanzo, sin esconderme esta vez, sintiendo que él ya ha seguido su rumbo hacia la cocina, un olor me detiene. Un leve pero inconfundible aroma impregnado en el aire, lo bastante fuerte como para no pasarlo por alto.

Hierro…

Es un olor familiar, uno que mi mente debería reconocer de inmediato… pero no lo hace. Como si algo dentro de mí no quisiera aceptar lo que es.

¿Por qué llegaría tan tarde, en plena madrugada, con esa ropa completamente negra y esas botas manchadas? ¿Qué lo lleva a esconderse entre sombras, como si arrastrara consigo una culpa o un secreto? Tal vez el olor no proviene del líquido… tal vez su ropa carga con algo más.

Algo peor

Muevo un poco la cabeza, apenas para observarlo sin ser vista, y lo sigo con la mirada. Lo veo acercarse a la nevera, y es entonces cuando me doy cuenta de algo que no había notado antes: sus pasos a pesar de ver que sus pasos estén visiblemente calculados, tienen leves destellos de torpeza siendo un poco torpes, como si no tuviera mucha precisión, como si su cuerpo estuviera luchando por mantenerse firme.




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