Me encontraba caminando por aquel bosque lleno de plantas exóticas, donde criaturas desconocidas se ocultaban entre la espesura. El sonido de las ramas secas bajo mis pies crujía con fuerza mientras apartaba las hojas grandes de los árboles con mi dagger.
Eran hojas extrañas, con un aspecto peligroso. No me atrevería a tocarlas.
Admito que sentía algo de miedo… pero en este bosque suelen habitar hechiceros poderosos y desconocidos.
De pronto, el crujir de las ramas se hizo más intenso. Me detuve confundida, escuchando con atención. No era yo... parecía algo más.
El sonido se acercaba cada vez más, y una sensación de nerviosismo me recorrió el cuerpo.
—¡No! ¡No! ¡Ya te dije varias veces! Tenemos que encontrarlo. ¡Sé que debe estar aquí! —se escuchó una voz, algo lejana y distorsionada.
Unos segundos después, dos chicas se detuvieron frente a mí. Las miré incrédula; no esperaba encontrar personas en este lugar.
Una de ellas dio un paso hacia mí y me observó fijamente antes de soltar una risa seca.
—¿Y tú quién te crees que eres para andar por aquí, eh? —me dijo con tono fuerte y descarado.
—¿Y ustedes quiénes son? ¿Qué hacen aquí? —pregunté, con curiosidad, pero sin mostrarlo en mi expresión.
La otra chica se adelantó y se colocó frente a mí, sonriendo con amabilidad.
—Disculpa a mi amiga… solo está jugando —dijo con una voz suave.
—Eh, yo… —alcancé a decir antes de que ella extendiera su mano hacia mí.
—¡Mucho gusto! Soy Amelia, y ella es…
—Soy Leonor —interrumpió la otra con arrogancia—. Que se te quede grabado en esa cabecita, ¿oíste?
No me importaban sus nombres. Solo quería saber qué hacían en ese bosque.
—¡Ya responde! —gritó Leonor, visiblemente irritada.
—Seraviel —respondí sin inmutarme. Tal vez estaba molesta... o simplemente era engreída.
—¡Qué lindo nombre! —comentó Amelia con su sonrisa gentil. Evité mirarla y desvié la vista, pensativa. Ya que no respondieron mi pregunta...
Di un paso hacia adelante para continuar mi camino.
—Como sea. Adiós —murmuré, apartándome.
Entonces escuché un grito leve detrás de mí.
—¡Dios mío, mis preciosas plantas! —dijo Amelia con voz delicada.
Me giré y la vi arrodillarse junto a las hojas marchitas. Sí… las mismas que había cortado para poder avanzar.
¿Sus plantas? pensé con desconcierto.
—Ah, eso... solo pasó —dije con desdén, sin saber qué más responder.
Leonor se enfureció y se acercó demasiado, mirándome con rabia.
—¿Qué demonios te sucede? ¿Piensas matar el bosque completo? ¿Eh? ¿Eh?! —gritó, exagerando cada palabra.
En realidad… más que enojo, parecía puro dramatismo.