Lumen: Donde la curación se transforma en horror.

Capítulo 2: Ecos en la oscuridad

El eco de los pasos resonaba en los pasillos vacíos del Hospital Universitario Lumen mientras Alejandro caminaba hacia la estación de seguridad. Aunque intentaba mantener la calma, su mente no paraba de darle vueltas a la desaparición de doña Luisa. Había algo extraño en todo aquello, pero se aferraba a la lógica: los pacientes desorientados a veces se levantaban y terminaban en lugares inesperados. Tal vez estaba en la planta baja o en una de las salas comunes. Era lo más razonable... ¿no?

La oficina de seguridad estaba ubicada en el sótano, un lugar que Alejandro había visitado solo un par de veces. El aire allí abajo era más frío, y las paredes parecían absorber la poca luz que emitían las lámparas fluorescentes. Al entrar, se encontró con un hombre corpulento con un uniforme desaliñado, sentado frente a un panel de monitores.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó el guardia sin apartar la vista de la pantalla.

—Soy el doctor Salcedo. Estoy buscando a una paciente, Luisa Martínez, de la habitación 302. Parece que salió de su habitación, y no sabemos a dónde fue.

El guardia, cuyo nombre en la placa decía Martínez, suspiró mientras cambiaba las cámaras en el monitor.
—Dame un segundo.

Alejandro se inclinó para observar las pantallas. Había imágenes de los pasillos de cada planta, el estacionamiento y la entrada principal. Martínez rebobinó las grabaciones de la tercera planta hasta encontrar el momento exacto en que la enfermera Clara había revisado a doña Luisa por última vez. Todo parecía normal. Luego avanzó el video.

—Ahí está —dijo Martínez, señalando la pantalla.

Alejandro observó con atención. En la imagen, doña Luisa se levantaba de su cama, algo que parecía imposible considerando su estado. Llevaba su chal envuelto alrededor de los hombros y caminaba lentamente hacia la puerta de la habitación. Pero había algo extraño en la forma en que se movía, como si sus pasos fueran rígidos, mecánicos, como si no fuera completamente consciente de lo que hacía.

—¿Adónde fue? —preguntó Alejandro, con el corazón acelerado.

Martínez avanzó el video, pero la cámara del pasillo no captó su salida. Simplemente... desapareció.

—¿Esto es un error? —preguntó Alejandro, señalando la pantalla.

El guardia negó con la cabeza.
—No lo creo. Pero si no pasó por las cámaras, entonces no sé a dónde fue.

La sensación de inquietud se apoderó de Alejandro. No quería admitirlo, pero algo en esa grabación le ponía los pelos de punta.

—¿Puedo quedarme con una copia? —preguntó finalmente.

Martínez lo miró con una ceja levantada, pero asintió.
—Claro, pero si preguntas mi opinión, deberías dejar que seguridad se encargue.

Alejandro no respondió. Había algo en todo aquello que necesitaba entender por sí mismo.

De vuelta en la tercera planta, el ambiente era aún más pesado. Clara lo esperaba en el puesto de enfermería, sus brazos cruzados y la preocupación escrita en su rostro.

—¿Qué te dijeron? —preguntó.

Alejandro le explicó lo que vio en la grabación, omitiendo el detalle de que parecía... extraño. Clara frunció el ceño.

—Esto no tiene sentido. Luisa apenas podía levantarse sola, mucho menos caminar así.

—Lo sé. Pero la cámara no muestra nada más.

Gabriela, que había estado escuchando en silencio, intervino.
—¿Y si alguien la sacó?

Ambos la miraron. Gabriela se encogió de hombros.
—No sería la primera vez que un paciente termina en otro lado porque alguien lo mueve sin registrar nada.

Clara suspiró.
—Tal vez, pero eso no explica por qué no la vimos en las cámaras después de salir de su habitación.

Alejandro sintió que la conversación se estancaba. Decidió revisar los expedientes de sus otros pacientes, tratando de mantener la mente ocupada. Cuando llegó a la habitación 305, Esteban Rojas estaba despierto, sentado en la cama con una mirada que podía interpretarse como desafío o simple resignación.

—¿Qué quiere, doctor? —preguntó Esteban sin molestarse en disimular su mal humor.

—Solo estoy revisando cómo está. ¿Ha tenido algún dolor esta noche?

Esteban lo miró fijamente antes de responder.
—No más del que ya estoy acostumbrado. Pero no me diga que vino aquí solo para eso.

Alejandro cerró su tabla de registros y se acercó un poco más.
—En realidad, también quería hablar con usted. ¿Ha notado algo raro esta noche?

Esteban soltó una carcajada breve, seca.
—¿Raro? ¿En este lugar? Todo aquí es raro, doctor. Pero no me paga lo suficiente para preocuparme por eso.

Alejandro intentó mantener la calma.
—¿Ha visto algo? ¿Algo fuera de lo común?

Esteban lo miró fijamente, como si estuviera evaluando si debía responder o no. Finalmente, habló en voz baja.
—Hay cosas en este hospital que no deberían estar aquí. Y si tiene algo de sentido común, se irá antes de que sea demasiado tarde.

Antes de que Alejandro pudiera responder, Esteban se recostó en la cama y cerró los ojos, claramente dando por terminada la conversación.

De vuelta en el puesto de enfermería, Alejandro repasaba mentalmente todo lo ocurrido cuando Clara se le acercó.

—Doctor, no quiero alarmarlo, pero tenemos un problema.

—¿Qué pasó ahora?

—Otro paciente está desaparecido.

Alejandro sintió que el frío del sótano volvía a recorrerlo, esta vez más profundo.

—¿Quién?

Clara tragó saliva antes de responder.
—El hombre de la habitación 307.

Alejandro revisó la lista. 307 pertenecía a un hombre que había ingresado hacía dos días: Javier Monteverde, un paciente derivado por síntomas neurológicos inexplicables.

—No puede ser... —murmuró Alejandro.

Gabriela, que había escuchado, dejó caer un clip de papeles que estaba organizando.
—Doctor, esto ya no es normal.

Alejandro asintió lentamente.
—Lo sé.




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