Lumen: Donde la curación se transforma en horror.

Capítulo 4: La puerta al final del pasillo

El pasillo hacia la sala de tratamientos era el más estrecho del Hospital Universitario Lumen. Alejandro lo había recorrido un par de veces antes, pero esta vez era diferente. La luz parpadeaba más de lo habitual, y el eco de sus pasos sonaba hueco, como si las paredes fueran demasiado delgadas para contener el sonido. La sensación de que algo estaba mal era casi palpable, como un peso invisible que se le apoyaba en el pecho.

¿Qué estoy haciendo? La pregunta rebotaba en su mente. Había algo en Clara, en su advertencia casi desesperada, que debería haberlo detenido. Pero Alejandro no era bueno para quedarse quieto, no cuando las piezas no encajaban.

A medida que se acercaba, notó que la puerta al final del pasillo estaba cerrada con llave, igual que siempre. La placa oxidada decía: Sala de Tratamientos 3. Al lado, un pequeño lector de tarjetas brillaba en un tono rojo intenso. Alejandro sabía que no tenía acceso, pero se quedó allí, mirando la puerta, como si esperara que algo —o alguien— le diera una señal.

El sonido de pasos detrás de él lo sacó de sus pensamientos. Se giró rápidamente, su corazón latiendo con fuerza. Era Gabriela.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó en un susurro que sonaba más como un reproche.

—No podía quedarme sin hacer nada —respondió Alejandro, tratando de mantener la compostura.

Gabriela cruzó los brazos y lo miró con una mezcla de preocupación y exasperación.
—Esto no es una película, Alejandro. Si esa puerta está cerrada, es por algo.

—Lo sé, pero no podemos ignorar que algo está pasando en este hospital.

Ella abrió la boca para responder, pero el sonido de la puerta del ascensor interrumpió su discusión. Ambos giraron la cabeza al mismo tiempo, observando cómo las puertas metálicas se abrían lentamente. Un hombre salió del ascensor.

—¿Ustedes qué hacen aquí? —preguntó, con una voz tranquila pero firme.

—Soy el doctor Salcedo —respondió Alejandro, tratando de sonar profesional.
—Estamos investigando una posible desaparición de pacientes, y pensé que esta sala podría estar relacionada.

El hombre lo miró durante unos segundos, como si estuviera evaluando si Alejandro estaba diciendo la verdad. Luego extendió la mano.
—Soy el doctor Nicolás Ortega, encargado de los estudios experimentales en esta ala. Esta sala está fuera de sus responsabilidades.

Ortega tenía una presencia extraña. Su rostro, anguloso y pálido, parecía casi inhumano bajo la luz parpadeante del pasillo. Gabriela dio un paso atrás instintivamente, pero Alejandro mantuvo su posición.

—Doctor Ortega, tenemos dos pacientes desaparecidos esta noche. No estoy acusando a nadie, pero necesito saber si usted o su equipo han visto algo fuera de lo común.

—Desaparecidos —repitió Ortega, como si la palabra no tuviera sentido.
—Eso suena... problemático. Pero no, no hemos visto nada. Y créame, doctor Salcedo, este lugar es perfectamente seguro.

Ortega sonrió, pero no había calidez en ese gesto. Era una sonrisa mecánica, como si se la hubieran enseñado y ahora la estuviera practicando.

—Si necesitan algo más, sugiero que lo consulten con su supervisor. Ahora, si me disculpan, tengo trabajo que hacer.

Antes de que Alejandro pudiera responder, Ortega deslizó una tarjeta por el lector y desapareció tras la puerta de la sala de tratamientos.

—¿Viste cómo nos miró? —preguntó Gabriela en cuanto quedaron solos.

Alejandro asintió.
—Sí. Algo en ese hombre no está bien.

—¿Crees que tiene algo que ver con esto?

Alejandro no respondió. En su mente, la imagen del doctor Ortega abriendo la puerta y desapareciendo tras ella se mezclaba con el sonido del rasguño que había oído antes.

Cuando regresaron al puesto de enfermería, Clara estaba hablando con un hombre al que Alejandro no había visto antes. Era alto, con cabello oscuro perfectamente peinado y un traje que parecía demasiado caro para el lugar. Clara tenía el ceño fruncido, y su lenguaje corporal mostraba una incomodidad evidente.

—Doctor Salcedo, Gabriela, este es el señor Diego Méndez, jefe de seguridad del hospital —dijo Clara, presentándolos sin mucho entusiasmo.

Méndez los saludó con una sonrisa profesional.
—He escuchado sobre la situación. Dos pacientes desaparecidos, ¿cierto?

—Así es —respondió Alejandro, tratando de sonar firme.

—Estamos revisando las cámaras nuevamente, pero no hemos encontrado nada anormal hasta ahora. —Méndez hizo una pausa, evaluando sus palabras antes de continuar—. Les pediría a todos que sigan con su trabajo como de costumbre. No queremos alarmar a nadie sin motivo.

Gabriela levantó una ceja.
—¿Sin motivo? Tenemos dos camas vacías y ninguna explicación. ¿Eso no es suficiente motivo?

Méndez la miró con una sonrisa intentando destensar la situación.
—Lo que quiero decir es que no queremos generar rumores. Este hospital tiene su reputación, ¿sabe?

Clara suspiró, como si ya hubiera escuchado suficiente.
—¿Algo más, señor Méndez?

El jefe de seguridad negó con la cabeza.
—Por ahora, no. Estoy seguro de que todo esto se resolverá pronto.

Méndez se giró y se fue sin decir nada más. Clara lo siguió con la mirada antes de volverse hacia Alejandro y Gabriela.

—No me gusta ese hombre —dijo en voz baja.

Alejandro asintió.
—A mí tampoco.

El resto de la noche pasó como un borrón. Los minutos parecían horas, y cada pequeño sonido los hacía saltar. Pero no hubo más desapariciones, al menos hasta el cambio de turno.

Cuando llegó la mañana, Alejandro se quedó unos minutos más después de que lo relevaron. Necesitaba respuestas, pero todo lo que tenía eran más preguntas. Ortega, Méndez, las cámaras que no mostraban nada… Todo apuntaba a algo que él no podía entender todavía.

—Doctor Salcedo.

Alejandro levantó la vista. Era Clara, con una expresión que él no supo leer de inmediato.




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