Lumen: Donde la curación se transforma en horror.

Capítulo 10: Bajo el hospital

El ascensor hacia la planta principal fue lento, como si cada escalón que Alejandro subía lo empujara a cargar más peso sobre sus hombros. Los ecos del subsótano no lo abandonaban: el zumbido de las máquinas, el grito inhumano del paciente, y las palabras frías y calculadas de Ortega. "Progreso", lo había llamado. Pero Alejandro no veía más que horror.

Cuando llegó a la planta principal, respiró profundamente, tratando de aclarar su mente. Pero sabía que no podía simplemente detenerse. Había algo más en el subsótano, más allá de esa sala Theta. El hospital entero estaba construido sobre un sistema que nadie parecía comprender completamente, y ahora Alejandro estaba decidido a descubrir todo lo que pudiera, incluso si eso significaba regresar al lugar más aterrador que había conocido.

Pero no podía hacerlo solo.

En el puesto de enfermería, Gabriela estaba esperando. Su rostro se iluminó cuando vio a Alejandro entrar, pero la preocupación en sus ojos no desapareció.

—¿Qué pasó ahí abajo? —preguntó en cuanto él se acercó.

Alejandro miró a su alrededor para asegurarse de que nadie más estuviera cerca. Clara no estaba, probablemente atendiendo a algún paciente, y el área estaba inusualmente tranquila.

—Había un paciente conectado a esas máquinas… —dijo Alejandro en un tono bajo—. Vi cosas que no deberían existir. No sé cómo explicarlo. Pero Ortega estaba allí, supervisándolo todo.

Gabriela apretó los labios.
—¿Y qué vas a hacer?

—Voy a regresar al subsótano. Sé que hay más. Esa sala Theta no es lo único que están escondiendo.

—¿Regresar? —Gabriela lo miró como si estuviera loco—. Alejandro, apenas saliste de ahí. Si Ortega te encuentra otra vez, quién sabe qué hará.

—Lo sé, pero no puedo dejar esto así. Necesito pruebas.

Gabriela vaciló por un momento, luego suspiró.
—No puedes hacerlo solo.

Alejandro arqueó una ceja.
—¿Estás diciendo que me ayudarás?

Gabriela cruzó los brazos, claramente incómoda.
—No estoy diciendo que sea buena idea, pero tampoco voy a dejar que vayas solo a… lo que sea que haya ahí abajo.

Alejandro sonrió ligeramente, agradeciendo en silencio que no estuviera solo en esto.

Una hora más tarde, cuando el turno nocturno estaba en pleno efecto y el hospital comenzaba a dormirse en su rutina, Alejandro y Gabriela se dirigieron hacia la escalera que conducía al subsótano. Esta vez, Alejandro había traído una mochila con una cámara digital, un bloc de notas y un bolígrafo. Sabía que no podía enfrentarse a Ortega directamente, pero si lograba obtener pruebas, al menos tendría algo con qué pelear.

—¿Y si nos encuentran? —preguntó Gabriela mientras descendían las escaleras, su voz apenas un susurro.

—Nos aseguraremos de que no lo hagan —respondió Alejandro, aunque no estaba completamente seguro de que fuera cierto.

El subsótano estaba tan frío y húmedo como lo recordaba. Los zumbidos de las máquinas seguían presentes, pero esta vez había otro sonido, más tenue, que parecía venir de las profundidades: algo entre un goteo y un lamento distante. Gabriela lo notó también, porque se detuvo en seco.

—¿Escuchaste eso? —susurró.

—Sí. Sigamos.

Esta vez, Alejandro no se dirigió directamente a la sala Theta. En cambio, decidió explorar los pasillos laterales, buscando otras puertas o áreas que no hubiera notado antes. La luz de su linterna iluminaba las paredes cubiertas de moho, las tuberías que goteaban un líquido oscuro, y en ocasiones, viejas cajas llenas de documentos empolvados.

—Esto parece más un sótano abandonado que parte de un hospital —murmuró Gabriela.

Alejandro estaba de acuerdo, pero no respondió. En su lugar, se detuvo frente a una puerta que no había notado en su visita anterior. Era diferente de la sala Theta: no tenía candado electrónico ni marcas visibles, solo un letrero oxidado que decía: "Acceso restringido: Laboratorio A-7".

—¿Qué crees que hay ahí dentro? —preguntó Gabriela.

Alejandro sacó un pequeño destornillador de su mochila y lo metió en la cerradura, girándolo cuidadosamente.
—Vamos a averiguarlo.

La puerta se abrió con un chirrido, revelando una sala mucho más pequeña que la sala Theta, pero igual de perturbadora. Había mesas metálicas alineadas con precisión, y sobre ellas, frascos llenos de líquidos de colores extraños. Pero lo que llamó la atención de Alejandro fueron las carpetas dispersas por todas partes.

—Mira esto —dijo, abriendo una de las carpetas.

En su interior había fotografías de pacientes. Cada una mostraba a una persona en lo que parecía ser un estado inicial de enfermedad terminal. Junto a las fotografías, había informes médicos llenos de jerga que Alejandro no entendía completamente, pero una palabra se repetía constantemente: "Compatibilidad".

—¿Qué están buscando? —murmuró Gabriela, mirando por encima de su hombro.

—No lo sé, pero parece que estaban seleccionando a los pacientes según algún tipo de criterio.

Siguieron revisando las carpetas, y lo que encontraron fue aún más perturbador. Había registros de pacientes desaparecidos, incluidos los nombres de María Estévez y Héctor Zambrano. Sus expedientes incluían notas que decían cosas como "Fase 1 completada" y "Ajustes en proceso".

Gabriela tomó una de las carpetas, sus manos temblando.
—¿Qué significa esto?

Alejandro cerró la carpeta que tenía en las manos.
—Significa que Ortega está usando a los pacientes como… conejillos de indias.

El sonido de pasos interrumpió su conversación. Alejandro apagó la linterna rápidamente, y ambos se quedaron inmóviles en la oscuridad. Los pasos eran lentos, deliberados, y se acercaban cada vez más a la puerta del laboratorio.

—¿Qué hacemos? —susurró Gabriela, apenas audible.

—Espera —murmuró Alejandro.

Los pasos se detuvieron justo afuera de la puerta. Alejandro pudo sentir su propio corazón latiendo con fuerza en sus oídos. Había alguien allí, y probablemente sabían que ellos estaban adentro.




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