Lumen: Donde la curación se transforma en horror.

Capítulo 11: El experimento fallido

Los pasos torpes de la criatura resonaban detrás de ellos, cada golpe sobre el suelo parecía más pesado, más agresivo, como si estuviera ganando velocidad. Alejandro y Gabriela corrían a ciegas por los pasillos del subsótano, apenas iluminados por la linterna temblorosa en manos de Alejandro. El eco de su respiración entrecortada se mezclaba con los gruñidos de aquello que los perseguía, una mezcla entre jadeos y un crujido húmedo, como si sus pulmones se arrastraran por su garganta.

—¡Por aquí! —gritó Gabriela, señalando un pasillo lateral.

Alejandro giró bruscamente, pero al hacerlo, resbaló sobre algo pegajoso en el suelo. Cayó de rodillas, golpeándose las palmas contra el frío suelo. La linterna rodó varios metros, iluminando de forma intermitente las paredes manchadas de moho.

—¡Levántate! —gritó Gabriela, regresando para ayudarlo.

Alejandro sintió algo viscoso en sus manos y miró hacia abajo. Era un rastro de sangre seca mezclada con ese extraño líquido oscuro que había visto antes en las máquinas del laboratorio. Pero antes de que pudiera procesarlo, un ruido detrás de él lo obligó a levantarse de golpe.

La criatura estaba allí, apenas a unos metros de distancia, iluminada por el parpadeo de la linterna caída. Ahora podía verla con más claridad, y el horror lo dejó sin aliento.

Su cuerpo era humano… en algún momento. Pero ahora estaba alargado y deformado, como si alguien hubiera intentado reconstruirlo sin saber cómo encajar las piezas. Los brazos eran desproporcionadamente largos, con dedos finos y retorcidos que parecían garras. La piel, grisácea y translúcida en algunas partes, dejaba ver venas negras que pulsaban con un ritmo errático.

Pero lo peor eran los ojos. Vacíos, inyectados en sangre, y con un brillo amarillento que parecía perforar la oscuridad.

La criatura se detuvo un momento, como si evaluara a su presa. Su respiración era un gorgoteo irregular, y cada movimiento de su pecho parecía un esfuerzo titánico. Pero cuando volvió a moverse, lo hizo con una velocidad antinatural, lanzándose hacia Alejandro con un grito desgarrador.

—¡Corre! —gritó Gabriela, tirando de él.

Alejandro apenas logró recuperar la linterna antes de que ambos comenzaran a correr nuevamente. Podía escuchar el ruido de las garras raspando las paredes, como si la criatura estuviera tratando de acorralarlos.

—¡Por aquí, por aquí! —Gabriela señaló una puerta a su derecha, y ambos entraron rápidamente, cerrándola de golpe detrás de ellos.

El silencio que siguió fue casi tan aterrador como el sonido de la persecución. Alejandro apagó la linterna, dejando que la oscuridad los envolviera mientras contenían la respiración. La criatura estaba al otro lado de la puerta, y ambos podían escuchar cómo sus garras arañaban la superficie metálica, buscando una forma de entrar.

La habitación en la que se encontraban era pequeña y estrecha, con un fuerte olor a químicos y descomposición. Alejandro encendió la linterna brevemente, apuntando al suelo para no atraer la atención de la criatura. Había estantes llenos de frascos rotos, documentos dispersos y una camilla oxidada en el centro.

Gabriela se apoyó contra la pared, tratando de recuperar el aliento.
—¿Qué demonios era eso?

Alejandro negó con la cabeza, todavía temblando.
—No lo sé. Pero no era humano… al menos, no completamente.

Gabriela lo miró con los ojos desorbitados.
—¿Crees que era uno de los pacientes? ¿Uno de esos… experimentos?

Alejandro tragó saliva.
—Sí. Y parece que algo salió muy mal.

Mientras hablaban en susurros, el arañazo en la puerta se detuvo. Ambos se quedaron en silencio, escuchando con atención. El único sonido era el goteo constante de algún líquido en la habitación. Pero Alejandro sabía que la criatura seguía ahí, esperando.

—No podemos quedarnos aquí para siempre —dijo Gabriela.

—Lo sé. Pero si salimos ahora, nos encontrará.

Alejandro apuntó la linterna hacia uno de los estantes, buscando algo que pudiera usar como arma. Su mirada se detuvo en un bisturí oxidado y un tubo de vidrio grueso. No era mucho, pero era mejor que nada.

Gabriela tomó una barra metálica que estaba en el suelo, probablemente parte de la camilla rota.
—¿Un plan? —preguntó, apretando la barra con fuerza.

Alejandro asintió lentamente.
—Cuando salga de la puerta, intentaremos correr hacia las escaleras. Pero si nos atrapa, tendremos que defendernos.

Gabriela respiró hondo, y por un momento, sus ojos encontraron los de Alejandro. Había miedo en ellos, pero también determinación.

—Vamos a salir de aquí. —Su voz era firme, aunque temblaba ligeramente.

Alejandro encendió la linterna nuevamente y la apuntó hacia la puerta. Su mano se detuvo en el pomo, y con un último suspiro, giró la perilla.

La criatura estaba justo allí. Había estado esperando pacientemente, y cuando la puerta se abrió, lanzó un grito ensordecedor, abalanzándose hacia ellos con una fuerza brutal. Alejandro reaccionó por instinto, golpeándola con el tubo de vidrio. El impacto apenas la frenó, pero le dio tiempo suficiente para empujar a Gabriela hacia el pasillo.

—¡Corre! —gritó, mientras intentaba bloquear a la criatura con la puerta.

Gabriela corrió hacia las escaleras, pero cuando miró hacia atrás, vio a Alejandro forcejeando con la criatura. El bisturí en su mano se hundió en la carne translúcida del monstruo, pero parecía no sentir dolor.

—¡No te detengas! —gritó Alejandro, mientras lograba zafarse y correr tras ella.

Ambos subieron las escaleras, con la criatura persiguiéndolos a toda velocidad. El sonido de sus garras contra las baldosas era insoportable, y su respiración ronca llenaba el pasillo como un rugido.

Finalmente, llegaron a la planta principal, donde las luces brillantes del hospital parecían un refugio. Pero Alejandro sabía que no estaban a salvo. Gabriela se detuvo, jadeando, mientras él miraba hacia el pasillo vacío detrás de ellos.




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