El pasillo estaba en silencio, pero Alejandro sabía que no era seguro. El escape había sido demasiado fácil, demasiado conveniente. Gabriela, todavía jadeando, se apoyó contra la pared del hospital mientras él permanecía de pie, con la linterna encendida, mirando hacia la escalera por la que habían emergido.
La criatura no los había seguido hasta la planta principal, pero su ausencia no traía tranquilidad, sino una sensación de inminente peligro. ¿Dónde estaba? Alejandro no podía dejar de pensar en el rostro deformado de aquel ser, sus movimientos antinaturales y los gritos inhumanos que había emitido en el subsótano.
—Esto no se ha terminado —dijo Gabriela, rompiendo el silencio.
Alejandro asintió, pero no respondió. En su mente, estaba repasando el camino que habían tomado y las pistas que había dejado atrás. Esa cosa no era un error aislado; era un producto, un experimento fallido. Y sabía que, si había una criatura así en el subsótano, probablemente no era la única.
Esa noche, Alejandro no pudo concentrarse en su trabajo. Clara lo notó de inmediato, pero no dijo nada frente a los demás. Fue hasta que los pasillos se vaciaron un poco que se acercó a él.
—¿Qué pasó? —preguntó, cruzando los brazos frente al pecho.
Alejandro levantó la vista desde la tabla de registros que estaba fingiendo leer. Dudó por un momento, pero sabía que no podía seguir ocultándolo.
—Hay algo en el subsótano. Algo que no debería existir.
Clara frunció el ceño.
—¿Qué viste?
Alejandro se inclinó hacia adelante, manteniendo la voz baja.
—Una criatura. No sé cómo describirla. Parecía humana, pero estaba… mal. Deformada, alargada, como si su cuerpo hubiera sido estirado. Sus ojos… —Se detuvo, recordando el brillo amarillento que lo había perseguido en la oscuridad.
—Nunca había visto algo así.
Clara no respondió de inmediato. Parecía estar procesando lo que le decía, pero sus labios apretados y la tensión en su mandíbula sugerían que no estaba sorprendida. Finalmente, habló.
—Hace años, alguien me habló de algo así. Un paciente que desapareció en circunstancias extrañas. Unos días después, un camillero dijo que vio algo moviéndose en los pasillos del subsótano. Nadie le creyó. Dijeron que estaba paranoico, que estaba inventando historias.
—¿Y tú? —preguntó Alejandro.
Clara lo miró directamente a los ojos.
—Yo le creí.
A medianoche, mientras el hospital parecía calmarse, Alejandro tomó la decisión de regresar al subsótano. Sabía que era una locura, pero no podía ignorar lo que había visto. Si esa criatura era un producto de los experimentos de Ortega, entonces tenía que haber más pruebas allí abajo, algo que pudiera exponer lo que estaba ocurriendo.
Gabriela lo interceptó antes de que pudiera irse.
—¿En serio vas a bajar otra vez?
Alejandro asintió.
—No puedo dejar esto así.
Ella suspiró, claramente agotada, pero finalmente asintió.
—Está bien, voy contigo.
—No. —Alejandro levantó una mano.
—Ya arriesgaste demasiado esta noche. Necesito que te quedes aquí y vigiles. Si algo pasa, si no regreso… llama a alguien.
Gabriela lo miró con preocupación, pero no discutió.
—Solo ten cuidado.
El subsótano estaba tan frío como antes, y el zumbido de las máquinas seguía llenando el aire, pero esta vez, Alejandro estaba preparado. Llevaba consigo un bisturí, una linterna de repuesto y una cámara en la que esperaba capturar cualquier evidencia que pudiera encontrar.
Caminó lentamente por el pasillo, su linterna iluminando las baldosas agrietadas y las manchas oscuras en las paredes. Cada paso resonaba en la quietud, y cada sombra parecía moverse con vida propia.
Llegó nuevamente a la sala Theta, pero esta vez, la puerta estaba abierta. El aire dentro era pesado y olía a químicos, sangre y algo más que no podía identificar. Las camillas seguían allí, vacías, excepto por una, que estaba cubierta con una sábana. Alejandro se acercó lentamente, sintiendo que su corazón latía con fuerza en sus oídos.
Cuando levantó la sábana, su respiración se detuvo.
El cuerpo debajo era otro experimento fallido. La piel estaba completamente desfigurada, con bultos irregulares que parecían moverse por debajo de la superficie. La mandíbula estaba desencajada, y sus manos estaban retorcidas en ángulos imposibles. Pero lo más perturbador era que el pecho todavía se movía, subiendo y bajando lentamente. Estaba vivo.
Alejandro retrocedió, con las manos temblando. Fue entonces cuando escuchó el sonido.
Un golpe seco, seguido de un arrastre. Venía de la parte trasera de la sala, donde había una segunda puerta que no había notado antes. El ruido se intensificó, como si algo estuviera tratando de entrar. Alejandro apuntó la linterna hacia la puerta, temiendo que fuese la criatura de nuevo.
La puerta se abrió lentamente, y el rostro de la criatura apareció. Era la misma que había visto antes, pero ahora, más cerca, podía notar detalles aún más perturbadores. Había costuras en su cuello, como si su cabeza hubiera sido unida al cuerpo de otra persona. Y sus manos… sus dedos terminaban en puntas afiladas, como si las garras hubieran crecido directamente desde sus huesos.
—No… —murmuró Alejandro, dando un paso atrás.
La criatura gruñó, y en ese momento, Alejandro supo que no estaba allí por accidente. Lo estaba cazando.
Alejandro corrió hacia la puerta principal de la sala Theta, pero la criatura lo alcanzó antes de que pudiera salir. Sintió las garras rasgar su chaqueta, y el impacto lo lanzó contra una de las camillas. La linterna rodó por el suelo, dejando la habitación en penumbras.
La criatura avanzó lentamente, su respiración irregular llenando el espacio. Alejandro buscó a tientas algo con lo que defenderse y encontró un trozo de metal afilado. Cuando la criatura se lanzó hacia él, Alejandro lo levantó instintivamente, clavándolo en su pecho.