Lumen: Donde la curación se transforma en horror.

Capítulo 15: Los secretos de Ortega

El hospital estaba inmerso en un silencio antinatural. No era el tipo de calma que inspiraba tranquilidad, sino una quietud densa, cargada de tensión, como si las paredes mismas del Hospital Universitario Lumen estuvieran conteniendo un secreto oscuro. Alejandro, Gabriela y Clara se encontraban en el puesto de enfermería, susurrando con la urgencia de quienes sabían que el tiempo no estaba de su lado.

El plan para contener a la criatura había funcionado, pero no era suficiente. La criatura era solo el síntoma de algo mucho más grande, mucho más retorcido. Y el epicentro de todo era el doctor Ortega.

—No podemos detenernos ahora —dijo Alejandro, su voz firme pero baja. Estaba cansado, con las ojeras profundas de alguien que no había descansado en días, pero su determinación era inquebrantable.
—Ortega es la clave de todo esto. Necesitamos encontrar todo lo que podamos sobre él y estos experimentos.

Gabriela, sentada en una silla junto al mostrador, aún sostenía la barra metálica que había usado para defenderse en el subsótano. Aunque había logrado mantenerse en pie hasta ahora, su mirada estaba marcada por el miedo y el cansancio.
—¿Y si hay más criaturas? —preguntó.
—Si había una, puede haber otras.

Clara, que se apoyaba contra el borde del mostrador con los brazos cruzados, negó con la cabeza.
—Si hubiera más, ya lo sabríamos. Esa cosa no era exactamente discreta. Pero tienes razón en algo, Gabriela: Ortega no hace nada sin un propósito. Si esa criatura existe, hay más detrás de ella.

Alejandro se pasó una mano por el cabello, pensando rápidamente.
—Necesitamos registros, cualquier cosa que nos dé contexto. Clara, mencionaste algo sobre un archivo físico.

Clara asintió lentamente.
—Sí. Está en las oficinas administrativas, en la planta baja. Pero no es un archivo común. Es el archivo privado del hospital, donde se guardan los documentos más sensibles: registros médicos confidenciales, informes financieros… y, probablemente, los datos de los experimentos.

Gabriela miró a Clara con escepticismo.
—¿Y cómo se supone que vamos a entrar ahí? Ortega debe tenerlo más protegido que su propia vida.

Clara sonrió levemente, pero no había humor en su expresión.
—Llamémoslo un favor de un amigo en mantenimiento.

La planta baja del hospital era un lugar frío y austero, con largos pasillos revestidos de baldosas blancas y grises que reflejaban la luz fluorescente. A esas horas de la noche, estaba casi desierta, salvo por un guardia ocasional que hacía rondas con pasos lentos. Alejandro, Gabriela y Clara avanzaban en silencio, moviéndose con cuidado hacia las oficinas administrativas.

El archivo estaba detrás de una puerta de metal reforzada, con un lector de tarjetas magnéticas que parpadeaba con una luz roja. Alejandro miró la cerradura con una mezcla de frustración y esperanza. Si todo lo que necesitaban estaba al otro lado de esa puerta, no podían permitirse fallar.

—¿Cómo lo abrimos? —preguntó Gabriela en un susurro.

Clara sacó un pequeño dispositivo de su bolsillo, del tamaño de un teléfono móvil, con cables y luces parpadeantes.
—Esto es una herramienta para mantenimiento avanzado. Oficialmente, sirve para reiniciar los sistemas eléctricos en caso de emergencia. Extraoficialmente… bueno, digamos que tiene más usos.

—¿Estás segura de que funcionará? —preguntó Alejandro, mirando hacia el pasillo para asegurarse de que no los vieran.

—Nunca he tenido que probarlo en algo tan complicado como esta cerradura, pero si no funciona, estamos en problemas.

Clara conectó el dispositivo al lector de tarjetas. El aparato emitió un zumbido, y la luz roja parpadeó durante unos segundos antes de cambiar a verde. Con un clic metálico, la puerta se desbloqueó.

—Funcionó —dijo Clara, casi sorprendida.

—Todavía no estamos seguros de nada —murmuró Alejandro.
—Entremos.

El archivo privado era un lugar sorprendentemente grande. Estanterías de metal se extendían a lo largo de la habitación, repletas de carpetas etiquetadas con fechas, nombres y códigos. En el centro de la sala había una mesa con varios monitores apagados y una silla giratoria. El aire estaba cargado de polvo, como si el lugar no hubiera sido visitado en semanas.

—Parece que Ortega no viene aquí a menudo —dijo Gabriela, mirando las capas de polvo sobre los estantes.

—O lo hace, pero se asegura de que nadie más lo haga —respondió Clara.

Alejandro se acercó a las estanterías y comenzó a leer las etiquetas. Había registros médicos, informes financieros, listas de pacientes… pero nada que mencionara directamente el Proyecto Theta.

—Tiene que estar aquí —murmuró, pasando las manos por las carpetas. Finalmente, encontró algo que le llamó la atención: una carpeta etiquetada con un símbolo familiar, el mismo que había visto en la sala Theta: Θ.

—Aquí está —dijo, sacando la carpeta y colocándola sobre la mesa.

Gabriela y Clara se acercaron rápidamente, y los tres comenzaron a revisar su contenido.

Las primeras páginas eran informes iniciales del Proyecto Theta, fechados hace casi dos décadas. Se hablaba de terapias experimentales para la regeneración celular, financiadas por una organización externa llamada Fundación Epsilon.

—¿Quiénes son ellos? —preguntó Gabriela, señalando el nombre de la fundación.

Clara frunció el ceño.
—He oído ese nombre antes. Es una organización internacional, supuestamente dedicada a financiar investigaciones médicas innovadoras. Pero siempre han sido muy reservados sobre sus proyectos.

Alejandro pasó las páginas hasta llegar a los registros de los primeros experimentos. Había nombres de pacientes, todos ellos marcados como "no viables" o "fallidos". Pero lo que más le llamó la atención fueron las anotaciones escritas a mano al margen de los informes.




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