Lumen: Donde la curación se transforma en horror.

Capítulo 17: Ecos del pasado

El eco de los gruñidos de la criatura atrapada en la cápsula resonaba en la sala Theta como una advertencia constante. Aunque Alejandro, Gabriela y Clara habían logrado contenerla, la victoria se sentía incompleta. El tanque parecía más una bomba de tiempo que una solución definitiva. Ortega todavía estaba libre, y los secretos del Proyecto Theta seguían enterrados bajo capas de engaños.

Alejandro, todavía arrodillado en el suelo, intentaba recuperar el aliento. Gabriela lo ayudó a levantarse mientras miraba nerviosa hacia el tanque. La criatura parecía inerte, pero su presencia seguía llenando la sala como si en cualquier momento pudiera volver a moverse.

—Esto no puede ser todo —dijo Gabriela, rompiendo el silencio.
—¿Y si hay más como esa cosa? ¿Y si Ortega tiene otras criaturas escondidas en algún lugar?

Clara, que todavía estaba junto a los controles de la cápsula, suspiró y cruzó los brazos.
—Si hay más, entonces estamos en problemas más grandes de los que imaginábamos. Ortega no ha perdido el control, solo está moviendo las piezas.

Alejandro asintió lentamente, mirando a la criatura una vez más.
—Necesitamos más pruebas. Algo que nos permita entender completamente lo que está pasando aquí. No solo para detener a Ortega, sino para asegurarnos de que esto no vuelva a suceder.

—¿Y cómo piensas conseguir esas pruebas? —preguntó Gabriela.

Alejandro miró a Clara.
—Dijiste que había alguien en mantenimiento que te ayudó con el dispositivo para abrir la puerta. ¿Podemos confiar en esa persona?

Clara dudó por un momento, pero finalmente asintió.
—Su nombre es Luis Muñoz, es uno de los técnicos más antiguos del hospital. Lleva aquí más tiempo que Ortega, y ha visto cosas… cosas que nadie debería haber visto. Si alguien sabe algo más sobre este lugar, es él.

—Entonces hablaremos con él —dijo Alejandro, enderezándose.

Gabriela frunció el ceño.
—¿Y qué pasa si no quiere hablar?

Clara sonrió levemente, aunque no había humor en su expresión.
—No es un hombre fácil de convencer, pero tengo mis formas.

Luis Muñoz tenía su oficina en uno de los rincones más olvidados del hospital, en el área de mantenimiento. Alejandro, Gabriela y Clara llegaron allí después de asegurarse de que la criatura seguía contenida y de que nadie los estaba siguiendo. El lugar era oscuro, con el zumbido constante de las tuberías y las luces parpadeando ocasionalmente.

Cuando tocaron la puerta de su oficina, un gruñido bajo se escuchó desde el interior. Clara no esperó respuesta y abrió la puerta de golpe.

Luis estaba sentado en un escritorio desordenado, rodeado de herramientas, papeles y un pequeño ventilador que apenas combatía el calor del lugar. Era un hombre en sus cincuenta, con cabello canoso desordenado y una barba mal recortada. Levantó la vista, irritado, pero cuando vio a Clara, su expresión cambió a una mezcla de resignación y curiosidad.

—¿Qué haces aquí, Clara? —preguntó, con una voz ronca.
—Y, ¿quiénes son estos dos?

Clara cruzó los brazos y lo miró fijamente.
—Luis, necesitamos tu ayuda. Esto es más grande de lo que pensábamos.

Luis soltó una risa seca.
—Siempre es más grande de lo que pensamos, Clara. Pero eso no significa que pueda hacer algo al respecto.

—No esta vez. —Clara dio un paso hacia él, su voz firme.
—Sabemos sobre el Proyecto Theta. Sabemos sobre Ortega y sus experimentos. Y sabemos que has visto cosas que podrían ayudarnos.

Luis se puso tenso, su mirada oscureciéndose.
—¿Theta? ¿Por qué estás metida en eso?

—Porque ya no podemos ignorarlo —intervino Alejandro, dando un paso al frente.
—Una de esas… cosas escapó. Casi mata a varias personas. Ortega está detrás de todo esto, pero no podemos detenerlo sin saber exactamente qué está haciendo.

Luis los miró en silencio por un largo momento, como si estuviera decidiendo si podía confiar en ellos. Finalmente, suspiró y se levantó de su silla.

—Si les digo algo, no habrá vuelta atrás. ¿Están listos para eso?

—No tenemos opción —respondió Gabriela.

Luis asintió y se dirigió a un pequeño armario en la esquina de la habitación. Sacó una caja de metal oxidada y la colocó sobre el escritorio. Cuando la abrió, Alejandro vio que estaba llena de documentos, cintas de video y fotografías.

—Esto es todo lo que he reunido a lo largo de los años —dijo Luis, con voz grave.
—No puedo decirles todo lo que Ortega ha hecho, pero puedo decirles esto: Theta no es el único proyecto en este hospital. Es solo una pieza de algo mucho más grande.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Alejandro, inclinándose hacia la caja.

Luis sacó una fotografía y la colocó frente a ellos. Era una imagen borrosa de lo que parecía ser una sala llena de tanques, similar a la sala Theta, pero mucho más grande.

—Esto está en el subsótano, pero no en la parte a la que ustedes fueron. Hay un segundo nivel, mucho más profundo, al que solo Ortega y un pequeño grupo tienen acceso. Lo llaman Unidad Zeta.

Gabriela miró la fotografía con incredulidad.
—¿Zeta? ¿Qué hay allí?

Luis negó con la cabeza.
—No lo sé exactamente. Lo único que sé es que lo que están haciendo ahí abajo no tiene nada que ver con medicina. Es algo más oscuro.

Clara tomó una de las cintas de video de la caja.
—¿Y esto?

—Cámaras de seguridad —respondió Luis.
—Una vez logré colarme en el sistema y grabar lo que vi. Les advierto que no es bonito.

Alejandro colocó la cinta en un viejo reproductor de video que estaba en la oficina de Luis. La pantalla parpadeó antes de mostrar imágenes granulosas de un pasillo oscuro. Había pacientes en camillas, algunos de ellos gritando, mientras eran llevados por hombres con batas blancas. Pero lo más perturbador era lo que había al final del pasillo: un tanque lleno de un líquido oscuro, y dentro de él, algo que se movía lentamente, como si estuviera vivo.




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