Lumen: Donde la curación se transforma en horror.

Capítulo 18: Planificar para el abismo

La oficina de Luis se había convertido en un improvisado cuartel general. Los documentos, fotografías y cintas de video que el técnico había guardado durante años estaban esparcidos por la mesa metálica, cada uno revelando un nuevo fragmento de los secretos que el hospital había tratado de ocultar. Alejandro, Gabriela, Clara y Luis formaban un grupo desigual, unidos por una causa que ninguno había pedido.

—Esto no va a ser como bajar al subsótano y encontrar una sala más —dijo Luis, encendiendo un cigarrillo con manos temblorosas mientras señalaba la fotografía borrosa de la Unidad Zeta.
—Estamos hablando de un nivel del hospital que ni siquiera debería existir. No está en los planos oficiales, y Ortega lo protege con todo lo que tiene.

—Si Ortega lo protege, entonces ahí es donde tenemos que ir —respondió Alejandro, inclinándose sobre la mesa.

—No es tan simple, doc. —Luis lo miró fijamente, expulsando una bocanada de humo.
—Para empezar, no hay una entrada directa al Zeta desde el subsótano. La única manera de llegar es a través del ascensor de carga, y para activarlo necesitas una tarjeta de acceso nivel Omega.

Clara frunció el ceño.
—¿Nivel Omega? ¿Quién tiene esas tarjetas?

Luis apagó el cigarrillo en un cenicero improvisado, hecho con una tapa de frasco, y se encogió de hombros.
—Ortega, por supuesto. Y tal vez Méndez, el jefe de seguridad. Pero conseguir una de esas tarjetas… bueno, eso es otro problema.

—No podemos simplemente quitársela a Ortega —dijo Gabriela, cruzando los brazos.
—Ese hombre no va a darnos nada sin luchar.

—¿Y Méndez? —preguntó Alejandro.
—¿Podemos ir tras él?

Luis soltó una risa amarga.
—Buena suerte con eso. Méndez no es solo un jefe de seguridad. Es un perro guardián, y no uno cualquiera. Tiene entrenamiento militar, y siempre anda armado. No se va a sentar a conversar con ustedes.

El grupo quedó en silencio, cada uno considerando los obstáculos que tenían por delante. Finalmente, Clara habló.

—Si conseguir la tarjeta no es una opción fácil, entonces tenemos que encontrar otra manera de entrar. ¿Hay algún acceso alternativo?

Luis negó con la cabeza.
—No oficialmente. Pero hay rumores de un viejo túnel de servicio que conecta el Zeta con la parte antigua del subsótano. Era un acceso de emergencia que usaban cuando el hospital se construyó, pero fue sellado hace décadas.

—¿Sellado cómo? —preguntó Alejandro.

Luis se inclinó hacia adelante con rostro serio.
—Con soldadura. Si quieren entrar por ahí, necesitarán herramientas para cortar el metal. Y mucho cuidado, porque si ese túnel todavía está conectado al Zeta, no tienen idea de lo que podrían encontrar al otro lado.

La planificación tomó horas. Alejandro trazó un esquema improvisado en una hoja de papel, basándose en los datos y las fotografías que Luis había proporcionado. Cada movimiento tenía que calcularse con precisión. No había margen para errores.

—Primero, necesitamos llegar al túnel sellado —dijo Alejandro, dibujando un círculo alrededor de la sección correspondiente en el plano del subsótano.
—Luis, ¿sabes exactamente dónde está?

Luis asintió.
—Sí, pero el problema no es encontrarlo. El problema es abrirlo.

—Eso nos lleva al siguiente paso. Necesitamos herramientas para cortar metal —dijo Clara, apuntando con el bolígrafo.
—¿Dónde podemos conseguirlas?

—En el taller de mantenimiento, pero hay un problema —respondió Luis.
—Méndez vigila esa área como un halcón. Si entran ahí, tendrán que ser rápidos.

Gabriela frunció el ceño.
—¿Por qué Méndez vigila tanto esa zona?

—Porque Ortega no confía en nadie. Y porque el taller también tiene acceso a algunos de los sistemas eléctricos del hospital. Si alguien quisiera sabotear algo, ese sería el lugar para empezar.

—Perfecto —murmuró Alejandro, con sarcasmo.
—Así que, básicamente, tenemos que entrar al taller sin que nos descubran, cortar un acceso soldado y luego enfrentarnos a lo que sea que Ortega haya escondido ahí abajo.

—Eso suena bastante bien resumido —dijo Luis, encogiéndose de hombros.

Clara se levantó de su asiento y comenzó a recoger algunas de las herramientas que Luis tenía en su oficina.
—Si vamos a hacer esto, tenemos que dividirnos. Luis y yo iremos al taller a conseguir las herramientas. Alejandro y Gabriela, ustedes vayan al subsótano y encuentren el túnel. Tenemos que trabajar rápido y reunirnos allí antes de que alguien nos descubra.

Alejandro asintió, aunque no le gustaba la idea de separarse.
—¿Estás segura de que pueden manejarlo?

Clara lo miró con una leve sonrisa.
—No es la primera vez que hago algo así.

Llegar al taller fue un desafío en sí mismo. Clara y Luis tuvieron que moverse por los pasillos del hospital como sombras, evitando las cámaras de seguridad y esquivando a los guardias que hacían rondas. Cuando finalmente llegaron al taller, encontraron la puerta cerrada con un candado electrónico.

—Déjame adivinar, también necesitas un favor de mantenimiento para abrir esto —murmuró Clara, sacando el mismo dispositivo que había usado antes en el archivo.

Luis asintió.
—Tienes diez segundos antes de que el sistema active la alarma.

—Eso es más de lo que necesito —respondió Clara, conectando el dispositivo.

La luz del candado cambió a verde justo a tiempo, y ambos entraron al taller, cerrando la puerta detrás de ellos. El lugar estaba lleno de herramientas, desde sierras eléctricas hasta sopletes industriales. Clara comenzó a recoger lo que necesitaban mientras Luis vigilaba la puerta.

—¿Crees que esto funcionará? —preguntó Luis en voz baja.

Clara lo miró fijamente.
—No lo sé. Pero no tenemos otra opción.

Mientras tanto, en el subsótano, Alejandro y Gabriela seguían las indicaciones de Luis para encontrar el túnel. El aire estaba frío, y las luces parpadeantes hacían que cada sombra pareciera un movimiento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.