Lumen: Donde la curación se transforma en horror.

Capítulo 20: Reagrupamiento y estrategias

El hospital parecía más frío que nunca. El grupo se había refugiado en una sala de descanso en desuso, lejos de las miradas curiosas del personal nocturno. La pequeña habitación estaba iluminada solo por la tenue luz de una lámpara vieja, y el silencio era roto únicamente por las respiraciones aún agitadas de Alejandro, Gabriela, Clara y Luis. El fracaso del intento de llegar a la Unidad Zeta pesaba sobre ellos como una losa.

Gabriela, sentada en una silla junto a la mesa, sostenía un paquete de hielo contra sus costillas magulladas.
—No podemos volver ahí abajo hasta que sepamos cómo detener a esas cosas. No podemos correr y esperar sobrevivir por suerte otra vez.

Luis, apoyado contra la pared, asintió.
—Esas criaturas no son normales. Ortega las diseñó para ser… cazadores. No hay forma de enfrentarlas sin algún tipo de arma que realmente las frene.

Clara, quien estaba revisando una lista improvisada en un cuaderno que había encontrado en el taller, levantó la vista.
—Si queremos tener una oportunidad, necesitamos más que armas. Necesitamos un plan completo. Algo que nos permita llegar al túnel, neutralizar a cualquier criatura que encontremos y abrir la puerta sin interrupciones.

Alejandro, que estaba apoyado en la mesa, mirando el mapa del subsótano que Luis había trazado, suspiró profundamente.
—¿Qué tenemos a nuestra disposición? Necesitamos evaluar todo lo que podamos usar.

Fase 1: Armamento improvisado

—¿Qué sabemos sobre esas criaturas? —preguntó Alejandro, mirando a Luis.

Luis se rascó la barba, pensativo.
—No sé exactamente cómo funcionan, pero parecen tener resistencia al daño físico. Esas barras metálicas que usasteis… apenas las detuvieron. Pero por lo que vi, parecen sensibles a la luz brillante y a los ruidos fuertes.

Clara asintió.
—El extintor funcionó antes, al menos para desorientarlas. Tal vez podríamos usar algo similar, pero en mayor escala.

Gabriela, todavía sosteniendo el paquete de hielo, interrumpió.
—¿Qué tal algo como granadas de luz? Si podemos hacer ruido y cegarlas al mismo tiempo, podríamos ganar tiempo para movernos.

Luis se rió entre dientes.
—Esto no es una película, chica. No tenemos granadas de luz en el taller de mantenimiento.

—Pero tenemos herramientas —replicó Clara.
—Podemos usar linternas industriales, las que se usan para iluminar zonas de construcción, y modificarlas para que emitan destellos más potentes.

Alejandro asintió, anotando la idea en el mapa.
—Eso podría funcionar. ¿Qué más?

Luis chasqueó los dedos.
—Soplete. Si esa cosa se nos acerca, podríamos usar un soplete para mantenerla a raya. No es lo ideal, pero podría ser suficiente para defendernos.

—Perfecto —respondió Alejandro.
—Entonces, necesitamos linternas industriales, sopletes y cualquier cosa que pueda servir como arma improvisada.

Fase 2: El acceso al túnel

Clara señaló el mapa del subsótano.
—El problema principal es la puerta del túnel. Si volvemos a intentar abrirla con un soplete, estaremos expuestos durante varios minutos.

Luis frunció el ceño.
—La otra opción sería usar explosivos para abrirla, pero eso traería a todo el hospital encima de nosotros. Ortega sabría lo que estamos haciendo antes de que podamos dar un paso en el Zeta.

Alejandro se pasó una mano por el cabello, frustrado.
—¿Y si dejamos que ellos la abran por nosotros?

Todos lo miraron, confundidos.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Gabriela.

—Si logramos atraer a una de las criaturas hacia la puerta, podemos manipularla para que intente derribarla. Esas cosas tienen fuerza suficiente para romper una puerta de metal si están motivadas. Solo tendríamos que mantenernos fuera de su alcance hasta que lo haga.

Luis soltó un resoplido incrédulo.
—¿Estás diciendo que usemos a uno de esos monstruos como herramienta?

—Exacto —respondió Alejandro.
—Es arriesgado, pero si tenemos las linternas y los sopletes, podríamos controlar la situación lo suficiente para que funcione.

Clara asintió lentamente.
—Es una locura… pero podría funcionar.

Fase 3: La distracción

Gabriela se inclinó hacia adelante, mirando el mapa.
—Si vamos a atraer a una de esas criaturas hacia la puerta, necesitaremos una distracción. Algo que la haga seguirnos hasta allí.

Luis sonrió de forma siniestra.
—Podemos usar ruido. Hay altavoces en el subsótano que están conectados al sistema general del hospital. Si logramos hackearlos, podríamos reproducir un sonido fuerte en el área del túnel y atraer a la criatura directamente hacia allí.

—¿Puedes hacerlo? —preguntó Alejandro.

—Puedo intentarlo —respondió Luis, encogiéndose de hombros.
—El problema será acceder al sistema sin que Ortega lo note.

Clara levantó una mano.
—Eso lo podemos manejar. Si Ortega sigue ocupado con sus experimentos, probablemente no estará vigilando los sistemas secundarios. Solo necesitamos ser rápidos.

Un nuevo aliado inesperado

Cuando el grupo terminó de trazar el plan, alguien golpeó la puerta de la sala de descanso. Todos se tensaron al instante. Alejandro levantó una barra metálica improvisada mientras Clara se acercaba a la puerta con cuidado.

—¿Quién es? —preguntó Clara, su voz firme.

—Soy yo… Méndez.

El nombre cayó como una bomba en la habitación. Luis frunció el ceño, y Gabriela se levantó de su silla rápidamente. Alejandro intercambió una mirada con Clara antes de asentir para que abriera la puerta.

Cuando la puerta se abrió, Méndez, el jefe de seguridad, estaba allí. Era un hombre alto y robusto, con una expresión severa y una pistola al cinto. Pero lo que llamó la atención de Alejandro fue su mirada: no era la de un hombre que venía a detenerlos, sino la de alguien agotado, como si estuviera huyendo de algo.




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