Lumen: Donde la curación se transforma en horror.

Capítulo 21: Sospechas

Mientras el grupo en la sala de descanso afinaba los últimos detalles de su plan, en otra parte del hospital, el doctor Ortega observaba las pantallas de su oficina privada con una expresión severa. Había algo en el aire del Hospital Universitario Lumen que lo inquietaba, una sensación de descontrol que rara vez experimentaba.

En las pantallas, las cámaras del subsótano mostraban imágenes intermitentes: los pasillos desiertos, la sala Theta con la criatura contenida en el tanque, y los restos del caos que el grupo había dejado en su fallido intento de abrir el túnel sellado hacia la Unidad Zeta. Ortega entrecerró los ojos, su mente trabajando rápidamente.

Algo había cambiado. Desde hacía días, pequeños eventos habían comenzado a formar un patrón que no podía ignorar: la criatura escapada, los movimientos inusuales en las zonas restringidas y, más inquietante aún, la desaparición momentánea de Méndez durante la última ronda de vigilancia.

Ortega presionó un botón en su escritorio, llamando a través de un intercomunicador.
—Méndez, necesito verte en mi oficina. Ahora.

Silencio.

Ortega frunció el ceño y volvió a presionar el botón.
—Méndez, ¿me copia?

Nada.

El doctor Ortega se levantó lentamente de su silla, su semblante frío como el mármol. No estaba acostumbrado a ser ignorado, y menos por alguien como Méndez, cuyo trabajo era precisamente ser su extensión en la seguridad del hospital.

—Así que, finalmente, se cansó de obedecer —murmuró Ortega para sí mismo.

Cruzó su oficina, abriendo un armario con llave que contenía varios documentos clasificados, una tableta que utilizaba para acceder a las áreas más protegidas del sistema del hospital y algo más: un pequeño dispositivo del tamaño de un móvil, negro, con una luz intermitente. Ortega lo activó, y en la pantalla apareció un mapa del hospital.

Cada empleado llevaba consigo un dispositivo de rastreo discreto, integrado en sus identificaciones. Cuando Ortega buscó el marcador de Méndez, lo encontró estacionado… en el ala de mantenimiento.

Su mandíbula se tensó.
¿Qué estás haciendo, Méndez?

Mientras tanto, en la sala de descanso, el grupo escuchaba a Méndez con atención, aunque con una clara mezcla de desconfianza y tensión. El jefe de seguridad había demostrado conocer más de lo que cualquiera habría esperado.

—Ortega no me ve como alguien importante —dijo Méndez, mientras limpiaba su pistola con movimientos metódicos.
—Para él, soy solo una herramienta más. Pero llevo años observándolo, aprendiendo sus patrones. El hombre no confía en nadie, ni siquiera en sus propios guardias.

—¿Por qué estás haciendo esto ahora? —preguntó Alejandro, cruzando los brazos.
—Si has estado aquí tanto tiempo, ¿por qué esperar hasta ahora para actuar?

Méndez lo miró directamente, su expresión endureciéndose.
—Porque ahora tengo algo que Ortega no puede controlar: vosotros. Habéis causado suficientes problemas para que empiece a cometer errores. Y ahora es el momento de golpearlo donde más le duele.

—¿Y dónde es eso? —preguntó Gabriela, con los ojos entrecerrados.

—El Zeta —respondió Méndez sin titubear.
—Todo lo que Ortega está haciendo en este hospital, todo lo que está escondiendo, está allá abajo. Si logramos entrar, lo destruimos.

Luis levantó una ceja, desconfiado.
—¿Y qué te hace pensar que no nos estás llevando directamente a una trampa? Ortega podría estar usando esto para limpiar a cualquiera que sepa demasiado.

Méndez apretó la mandíbula, su voz baja pero cargada de convicción.
—Si quisiera entregarlos, ya estarían muertos. Ortega no juega. Si quiere eliminarte, lo hace sin aviso.

El grupo quedó en silencio, procesando las palabras de Méndez. Finalmente, Clara habló.
—Si vamos a confiar en ti, más te vale que seas honesto con nosotros. ¿Qué hay realmente en el Zeta?

Méndez desvió la mirada por un momento, como si buscara las palabras adecuadas.
—Solo sé lo que he visto en las cámaras… y eso ya es suficiente. Tanques, docenas de ellos, con… cosas dentro. No son humanos, ni siquiera como las criaturas que ustedes encontraron. Ortega está construyendo algo más grande. Algo que no podemos permitir que salga de ahí.

Alejandro apretó los puños.
—Entonces tenemos que entrar. Y esta vez, no fallaremos.

Ortega toma medidas

Mientras el grupo afinaba los detalles de su plan, Ortega caminaba hacia el ala de mantenimiento. Sus pasos eran firmes y calculados, y su mente trabajaba con precisión quirúrgica. No necesitaba pruebas para saber que Méndez estaba traicionándolo; su ausencia en momentos críticos era suficiente.

Cuando llegó a la oficina de mantenimiento, encontró la puerta cerrada. Ortega la abrió con su propia llave maestra, pero la oficina estaba vacía. Sin embargo, los rastros de una reunión apresurada estaban por todas partes: documentos esparcidos, herramientas fuera de lugar, e incluso una taza de café que todavía estaba caliente.

—No puedes esconderte de mí, Méndez —murmuró Ortega, con un tono bajo y peligroso.

Caminó hasta el escritorio y encendió el monitor principal. Aunque Luis había desconectado algunos sistemas para cubrir sus huellas, Ortega encontró algo que no esperaba: una cámara de seguridad rota en el subsótano, justo frente al túnel sellado.

Un leve temblor en las comisuras de su boca fue lo más cercano a una sonrisa que Ortega mostró.
—Así que intentaste entrar… y fallaste.

Presionó un botón en su tableta, enviando una alerta a los guardias del hospital.
—Bloqueen todas las áreas del subsótano. Nadie entra ni sale sin mi autorización.

Luego tomó su radio y llamó a su asistente personal, una mujer de cabello corto y gafas, siempre eficiente y discreta.
—Ana, reúnete conmigo en el laboratorio principal. Vamos a necesitar activar las medidas de contención.




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