El sonido de las puertas automáticas al abrirse y cerrarse reverberaba en la oficina de control del doctor Ortega. Desde su escritorio, observaba con atención los monitores que mostraban diversas áreas del hospital: el subsótano, la sala de control de seguridad y los pasillos cercanos al túnel sellado hacia la Unidad Zeta. Sus ojos, fríos y calculadores, no perdían detalle.
Había cometido el error de subestimar a Méndez, un hombre que siempre había cumplido sus órdenes sin cuestionarlas. Ahora, verlo colaborar con ese grupo de intrusos —un médico idealista, una enfermera testaruda y una técnica de mantenimiento con demasiado ingenio— lo llenaba de una mezcla de furia y algo que no sentía desde hacía años: incertidumbre.
Ana, su asistente personal, entró a la oficina con un andar apresurado. Llevaba una tableta en las manos y el rostro marcado por la tensión.
—Doctor Ortega, hemos perdido acceso temporal a la cuarentena en el subsótano. El sistema se reinició hace unos minutos, pero los sensores muestran actividad inusual en el túnel sellado.
Ortega asintió lentamente, sin apartar los ojos de las pantallas. En una de ellas, Méndez disparaba a una criatura mientras el médico y su grupo intentaban usarla para abrir el túnel. En otra pantalla, Clara y Luis escapaban de la sala de control de seguridad a través de un acceso de ventilación.
—¿Qué tenemos en el túnel? —preguntó Ortega, su voz fría como el metal.
Ana tocó la pantalla de su tableta y revisó los datos.
—Una criatura activa. Parece estar golpeando la puerta sellada. Las cámaras del subsótano también detectaron… otra criatura en movimiento.
Ortega entrecerró los ojos. Dos. Había enviado solo una criatura para patrullar esa área. Que una segunda se estuviera moviendo significaba una sola cosa: algo estaba fallando en su sistema de contención.
—Active el protocolo Cerbero en el subsótano —ordenó Ortega, girándose hacia Ana.
Ana parpadeó, sorprendida.
—¿Está seguro? El protocolo Cerbero cerrará todas las salidas del subsótano. Incluso los sistemas de ventilación quedarán bloqueados. Eso los atrapará ahí abajo… y también a nuestros hombres.
—No necesito que nadie salga del subsótano, Ana. Necesito tiempo. Cierre todo y mantenga el área contenida.
Ana dudó por un momento, pero finalmente asintió y comenzó a ejecutar los comandos. Las luces en los monitores cambiaron a rojo, indicando que las puertas de emergencia y los accesos al subsótano estaban bloqueados. Ortega observó con satisfacción cómo el grupo quedaba atrapado, con las criaturas acechando cada uno de sus movimientos.
Un mensaje a la Fundación Epsilon
Ortega se levantó de su silla y caminó hacia un escritorio secundario, donde había un teléfono rojo, separado del sistema del hospital. Levantó el auricular y marcó un número que había memorizado hacía años.
Después de un par de tonos, una voz masculina, fría y distante, respondió al otro lado de la línea.
—Epsilon.
—Soy el doctor Nicolás Ortega, del Proyecto Theta —dijo, sin titubear.
—Necesito activar el Protocolo Omega.
La voz al otro lado guardó silencio por un momento, antes de responder.
—¿Qué ha sucedido?
—Una intrusión. Uno de mis guardias de seguridad, Méndez, ha traicionado nuestra operación. Está trabajando con un grupo que ha comprometido temporalmente las medidas de contención. Intentaron acceder al Zeta.
—¿Y lograron entrar?
—No todavía. Pero no puedo garantizar que las criaturas del subsótano no escapen a otras áreas del hospital.
La voz del otro lado suspiró.
—Entendemos la gravedad de la situación, doctor Ortega. Protocolo Omega autorizado.
Ortega colgó el teléfono y se permitió un momento de respiro. El Protocolo Omega significaba una cosa: la destrucción total de la Unidad Zeta si el área quedaba comprometida. Era un último recurso, pero Ortega sabía que la Fundación Epsilon no dudaría en borrar cualquier evidencia del proyecto si las cosas se salían de control.
Sin embargo, Ortega no estaba dispuesto a perder años de investigación tan fácilmente. Si el grupo llegaba al Zeta, los enfrentaría directamente antes de activar el protocolo. No permitiría que destruyeran su obra maestra.
Méndez y el grupo atrapados
Mientras tanto, en el subsótano, Alejandro, Gabriela, Méndez y la criatura que golpeaba la puerta del túnel se detuvieron de repente cuando las luces parpadearon y un sonido metálico reverberó por los pasillos.
—¿Qué fue eso? —preguntó Gabriela, mirando a su alrededor con nerviosismo.
Méndez revisó su radio y negó con la cabeza.
—Es Ortega. Cerró todo el subsótano. Estamos atrapados aquí abajo.
—¿Qué significa eso? —preguntó Alejandro, con el ceño fruncido.
—Significa que no podemos volver a la superficie —dijo Méndez, guardando su radio en el cinturón.
—Ni siquiera las salidas de ventilación estarán disponibles. Ortega quiere asegurarse de que nadie salga de aquí, ni nosotros ni las criaturas.
Gabriela soltó una maldición mientras golpeaba la pared con su barra metálica.
—¿Entonces qué hacemos ahora?
Alejandro miró hacia la puerta del túnel, que ahora estaba abollada pero todavía cerrada. La criatura que habían usado como "herramienta" estaba agitada, golpeando frenéticamente las paredes mientras gruñía. Alejandro sabía que no tendrían otra oportunidad.
—Seguimos con el plan —dijo, con la voz firme.
—Si llegamos al Zeta, tal vez podamos encontrar una forma de desactivar el sistema de contención desde adentro.
Méndez asintió, aunque su expresión era sombría.
—Eso es, si las criaturas no nos matan primero.
Clara y Luis: Desesperados por volver
Clara y Luis, todavía en los conductos de ventilación, se detuvieron cuando escucharon el sonido de los sistemas de contención cerrándose. Luis maldijo en voz baja, golpeando una pared metálica con el puño.