Los conductos de ventilación eran oscuros, estrechos y sofocantes. Cada movimiento de Clara y Luis resonaba en el metal, haciendo que incluso el más leve sonido pareciera un estruendo. El aire era pesado, cargado con el olor del polvo acumulado y algo más… algo que Clara no lograba identificar pero que le hacía sentir un nudo en el estómago.
Luis avanzaba unos pasos por delante, guiándose con el pequeño monitor portátil que llevaba en las manos. El mapa mostraba una serie de rutas interconectadas que los llevarían hacia el subsótano y, si tenían suerte, al panel principal de la Unidad Zeta. Pero la palabra suerte empezaba a sonar como un chiste cruel.
—¿Cuánto falta? —preguntó Clara en un susurro, deteniéndose un momento para ajustar su respiración.
—Estamos cerca del ducto principal —respondió Luis, sin voltear. Su voz era tensa, concentrada.
—Desde ahí podremos descender al subsótano, pero…
—¿Pero qué? —presionó Clara, notando su vacilación.
Luis se detuvo y giró lentamente hacia ella. En la penumbra, su rostro parecía más pálido de lo normal.
—El sistema de ventilación está conectado a los sensores de movimiento de Ortega. Si detecta algo fuera de lo común…
—Lo sabrá —completó Clara, apretando los dientes.
Luis asintió.
—Lo sabrá, y probablemente enviará algo tras nosotros.
—¿Las criaturas? —preguntó Clara, aunque ya sabía la respuesta.
Luis no dijo nada. En su lugar, volvió a mirar el monitor y señaló hacia adelante.
—Si seguimos, podríamos activar los sensores. Pero no tenemos otra opción.
Clara respiró hondo, sintiendo el sudor acumulándose en su frente.
—Entonces vamos.
Un ducto lleno de sorpresas
El ducto principal al que llegaron era mucho más amplio, lo suficientemente grande como para que ambos pudieran moverse en cuclillas en lugar de arrastrarse. Sin embargo, el espacio extra no ofrecía ningún consuelo. Las paredes estaban manchadas con marcas extrañas, como si algo hubiera arañado el metal desde adentro.
—Esto no parece normal —murmuró Clara, pasando los dedos por una de las marcas.
Luis no respondió. Estaba enfocado en revisar el mapa y asegurarse de que no tomaran un camino equivocado.
—Tenemos que descender por aquí —dijo finalmente, señalando una rejilla en el suelo del ducto.
Clara se arrodilló junto a él y miró a través de la rejilla. Abajo, una tenue luz roja iluminaba lo que parecía ser un pasillo del subsótano. Podía ver una de las puertas reforzadas que Luis había mencionado antes, pero lo que más llamó su atención fue el sonido.
Era un ruido constante, como un susurro bajo mezclado con el eco de algo que goteaba.
—No me gusta cómo suena eso —dijo Clara, apartándose de la rejilla.
Luis sacó una herramienta de su mochila y comenzó a aflojar los tornillos que sujetaban la rejilla en su lugar.
—No tienes que gustarte, Clara. Solo tenemos que bajar y llegar al panel.
—Si no activamos el sistema desde aquí, todos estaremos atrapados, ¿verdad? —preguntó ella, como si necesitara recordarse por qué estaban haciendo esto.
—Exacto —respondió Luis, sin mirarla.
Finalmente, la rejilla cayó con un leve estruendo metálico. Ambos se detuvieron en seco, conteniendo la respiración mientras el eco se apagaba lentamente en la distancia.
—¿Crees que alguien lo oyó? —preguntó Clara en un susurro apenas audible.
Luis negó con la cabeza.
—Solo si alguien está muy cerca.
Pero justo cuando estaba a punto de descender, un ruido les hizo congelarse: un gruñido bajo, seguido de un golpe seco contra el metal del ducto, a unos metros detrás de ellos.
Clara giró bruscamente, su corazón acelerado.
—¿Qué fue eso?
Luis levantó su linterna y la apuntó hacia el ducto detrás de ellos. La luz iluminó la oscuridad, pero no reveló nada. El gruñido se repitió, más fuerte esta vez, y Clara sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—No estamos solos aquí arriba —dijo en voz baja.
Luis no respondió. En lugar de eso, se apresuró a bajar por la rejilla abierta. Cuando llegó al suelo, levantó la mirada hacia Clara.
—¡Vamos!
Clara no lo dudó. Descendió rápidamente, dejando atrás el ducto y el sonido cada vez más cercano de lo que fuera que los estaba siguiendo.
En el subsótano
El pasillo que encontraron era estrecho y estaba iluminado por la misma luz roja que parecía impregnar todo el subsótano. Las paredes estaban cubiertas de tuberías que goteaban un líquido oscuro, y el aire tenía un olor acre que hacía difícil respirar.
Luis revisó rápidamente el mapa en su monitor portátil.
—El panel principal está al final de este pasillo.
—¿Y después qué? —preguntó Clara, mirando hacia atrás nerviosamente.
—Después tendremos que volver a subir… si es que podemos —respondió Luis, con un tono sombrío.
El camino hacia el panel parecía despejado, pero cada paso que daban hacía que Clara se sintiera más ansiosa. Los gruñidos que habían escuchado en el ducto ahora parecían resonar en los pasillos, aunque no podían ver de dónde venían.
—Algo no está bien —dijo Clara, deteniéndose.
Luis la miró, frustrado.
—¿Qué quieres decir?
—No deberían ser tan ruidosas. Las criaturas que hemos visto antes… son más silenciosas cuando cazan. Esto suena como si…
Antes de que pudiera terminar la frase, un fuerte golpe resonó detrás de ellos. Ambos se giraron justo a tiempo para ver una puerta metálica abriéndose de golpe, y una figura que emergía lentamente de la oscuridad.
La criatura era diferente a las otras. Era más grande, su piel translúcida brillaba con un tono rojizo bajo las luces de emergencia, y sus ojos no eran amarillos, sino negros como el carbón. Lo más perturbador era que no gruñía ni rugía; simplemente los miraba, moviéndose con una calma inquietante.