El eco de los pasos apresurados de Clara resonaba en los pasillos del subsótano, su respiración entrecortada era el único sonido que acompañaba el parpadeo intermitente de las luces rojas. En su mente, solo había una frase martillándole sin cesar: “Todo ha fallado.”
Cuando finalmente encontró un espacio seguro, una pequeña sala de mantenimiento abandonada, se dejó caer contra la pared. Sus manos temblaban, su cuerpo estaba cubierto de sudor y su corazón latía con tal fuerza que podía sentirlo en los oídos. Luis no había salido detrás de ella. La criatura se había quedado con él.
Clara cerró los ojos por un instante y trató de calmarse. Sabía que no tenía tiempo para derrumbarse, pero la culpa y el miedo la estaban aplastando. Luis estaba muerto, el panel seguía sin acceso, y las criaturas seguían vagando por el subsótano.
Después de lo que parecieron horas, se obligó a levantarse, aferrándose a la barra metálica que aún llevaba en las manos. Solo había una opción: regresar con el grupo y contarles lo que había pasado.
En el túnel: Tensión creciente
Mientras tanto, Alejandro, Méndez y Gabriela estaban todavía atrapados cerca del túnel sellado. La criatura que habían atraído seguía golpeando la puerta metálica con fuerza, abollándola más con cada embestida. Pero la segunda criatura, la que había aparecido desde la oscuridad, estaba más cerca. Podían oírla moverse lentamente, como si los estuviera acechando.
—Esto no va a funcionar si no conseguimos abrir esa puerta pronto —susurró Gabriela, mirando hacia la oscuridad con los nervios a flor de piel.
—¿Crees que no lo sé? —respondió Alejandro en un tono más cortante de lo que pretendía. La presión estaba empezando a hacer mella en todos.
Méndez, con su pistola lista, escaneaba el pasillo.
—¿Dónde demonios están Clara y Luis? Tendrían que haber desactivado la cuarentena ya.
—Tal vez algo salió mal —murmuró Alejandro, aunque en el fondo temía que ya supiera la respuesta.
Antes de que pudieran decir algo más, un rugido ensordecedor resonó desde el pasillo. La segunda criatura estaba más cerca, y su presencia se sentía como una amenaza constante, como si estuviera disfrutando de su caza.
—No podemos quedarnos aquí —dijo Gabriela, apretando su barra metálica con fuerza.
—No podemos movernos hasta que Clara y Luis vuelvan —respondió Alejandro, aunque sabía que quedarse significaba arriesgarse a un ataque.
El regreso de Clara
El sonido de pasos apresurados los alertó. Méndez levantó su pistola, apuntando hacia la dirección de donde provenían, pero Alejandro lo detuvo al reconocer la figura que se acercaba.
—¡Es Clara! —dijo, aliviado.
Clara llegó hasta ellos, jadeando y tambaleándose. Tenía la mirada perdida, como si estuviera atrapada en algún tipo de trance. Alejandro corrió hacia ella, ayudándola a sentarse.
—¿Dónde está Luis? —preguntó Gabriela de inmediato, aunque ya intuía la respuesta.
Clara tardó un momento en responder, su voz quebrada por el agotamiento y el miedo.
—No lo logró. La criatura… lo atrapó.
La noticia cayó sobre el grupo como una bomba. Gabriela apartó la mirada, apretando los labios para contener una maldición. Méndez golpeó la pared con el puño, y Alejandro cerró los ojos, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Y el panel? —preguntó Méndez, con un tono más severo del que pretendía.
—¿Conseguiste desactivar la cuarentena?
Clara negó con la cabeza, y el nudo en su garganta se hizo más grande.
—No. No pude. El sistema rechazó el acceso. Ortega… él lo bloqueó desde el principio. No había forma de entrar.
Alejandro respiró hondo, sintiendo cómo la frustración y la desesperación comenzaban a apoderarse de él.
—Entonces seguimos atrapados aquí abajo. Y ahora estamos en peores condiciones que antes.
Clara lo miró con lágrimas en los ojos.
—Lo siento. Hice todo lo que pude.
—No es tu culpa —interrumpió Gabriela, aunque su voz estaba cargada de tristeza.
—Ortega tiene el control de todo. Él nos quiere atrapados aquí.
Méndez, que había estado en silencio, finalmente habló.
—Si Ortega sabe lo que estamos haciendo, entonces no va a detenerse aquí. Va a enviar más criaturas o peor. No podemos quedarnos esperando a que nos encuentren.
—¿Y qué sugieres? —preguntó Alejandro, con un tono desafiante.
—Que vayamos directo al Zeta. Sin distracciones. Sin planes elaborados. Tenemos que forzar nuestra entrada antes de que sea demasiado tarde.
Clara sacudió la cabeza, todavía temblando.
—No podemos. La puerta está sellada, y no tenemos las herramientas para abrirla.
—Entonces encontramos otra manera —dijo Méndez, con los ojos encendidos por una determinación casi peligrosa.
Las primeras grietas en el grupo
La tensión dentro del grupo era palpable. El fracaso de Clara y Luis había aumentado el peso de la misión sobre los hombros de todos, y ahora las emociones estaban a flor de piel.
—Esto es una locura —dijo Gabriela, rompiendo el silencio.
—Cada vez estamos más cerca de morir aquí abajo. Ortega tiene todas las cartas.
—Entonces le quitamos el mazo —respondió Méndez, girándose hacia Alejandro.
—Tú eres el líder aquí, doc. ¿Qué vamos a hacer? ¿Vamos a quedarnos aquí lamentándonos o vamos a actuar?
Alejandro sintió la presión de la mirada de todos sobre él. No podía darse el lujo de dudar, pero sabía que tomar una decisión apresurada podría costarles la vida.
—Primero, necesitamos reagruparnos y encontrar un lugar seguro —dijo finalmente.
—Si seguimos avanzando sin un plan, vamos a terminar como Luis.
El comentario hizo que Clara apartara la mirada, sus hombros temblando ligeramente. Gabriela le puso una mano en el hombro, pero no dijo nada.