El metal del conducto crujía levemente bajo el peso de cada uno mientras se arrastraban a través de la estrecha estructura. El aire en el interior era aún más sofocante que en el subsótano, con un hedor acre a óxido y algo más… un olor a carne en descomposición.
—Dime que eso no es lo que creo que es —susurró Gabriela desde adelante.
—No lo sé, pero no quiero averiguarlo —respondió Alejandro, moviéndose con cuidado mientras evitaba mirar las manchas oscuras que cubrían algunas de las paredes metálicas del conducto.
Méndez, que cerraba la marcha, miraba hacia atrás constantemente.
—Ortega no va a tardar en darnos caza. Tenemos que salir de aquí lo antes posible.
Clara, quien iba detrás de Gabriela, hablaba lo menos posible. Desde la muerte de Luis, su expresión se había vuelto más sombría, y su mirada perdida sugería que su mente estaba atrapada en un bucle de culpa y horror. Alejandro lo notaba, pero sabía que no había tiempo para detenerse. Si sobrevivían, entonces podrían lidiar con el trauma.
El conducto que no debería estar allí
Después de lo que pareció una eternidad, el conducto se bifurcó en dos caminos. Luis había sido quien conocía los planos del hospital y, sin él, ahora estaban volando a ciegas.
—¿Cuál tomamos? —preguntó Gabriela en voz baja.
Méndez revisó su memoria.
—La sala de control debería estar al oeste del subsótano. Si seguimos el conducto izquierdo…
Antes de que terminara la frase, un ruido escalofriante se escuchó a lo lejos dentro del conducto.
Algo se estaba moviendo.
Pero lo peor no era el sonido. Lo peor era cómo se movía.
No eran pasos regulares ni un reptar normal. Era algo descompuesto, irregular, como si su cuerpo no estuviera hecho para desplazarse por un espacio tan estrecho.
—Sea lo que sea, está viniendo hacia aquí —dijo Alejandro, sintiendo el sudor frío bajar por su espalda.
—Elijamos ya.
Méndez señaló el camino de la izquierda y comenzaron a moverse más rápido, aunque cada centímetro dentro del conducto se sentía más claustrofóbico.
Los ruidos detrás de ellos se hicieron más fuertes. Algo raspaba las paredes del conducto, como garras largas arañando el metal.
—No mires atrás —murmuró Clara, aunque ella misma no podía evitar hacerlo.
La salida inesperada
Finalmente, llegaron a una rejilla oxidada. Méndez se apresuró a empujarla con el pie, pero no se movió.
—Está atascada —gruñó.
—¡Méndez, apúrate! —gritó Gabriela, con pánico en la voz.
El sonido detrás de ellos ahora era claro: algo los estaba persiguiendo dentro del conducto.
Alejandro se giró rápidamente y encendió su linterna. Solo alcanzó a ver un destello de piel grisácea y huesuda antes de que la criatura se escabullera de nuevo en las sombras.
Méndez golpeó la rejilla con más fuerza y, con un crujido violento, finalmente cedió. Uno por uno, cayeron al suelo de una habitación oscura y húmeda. Clara fue la última en salir y, en cuanto lo hizo, Méndez empujó la rejilla de vuelta a su lugar y la aseguró con una caja de herramientas oxidada.
Un segundo después, un golpe ensordecedor retumbó dentro del conducto.
Algo había llegado a la rejilla… demasiado tarde.
—No nos va a dejar en paz —dijo Gabriela, con la respiración entrecortada.
—No tiene por qué hacerlo —dijo Alejandro, apuntando su linterna hacia la habitación.
—Si estamos donde creo que estamos… la sala de control está al otro lado de esta puerta.
Un acceso bloqueado
La habitación en la que habían caído era un antiguo almacén de suministros olvidado. El techo tenía filtraciones, y el agua estancada formaba charcos oscuros en el suelo. Pero lo más importante era la puerta de metal frente a ellos, con un cartel oxidado que apenas se podía leer:
SALA DE CONTROL SECUNDARIA - RESTRINGIDO
—Lo logramos —susurró Clara, casi sin poder creerlo.
Alejandro intentó abrir la puerta, pero no se movió.
—Está cerrada.
Méndez revisó la cerradura y maldijo entre dientes.
—Es un bloqueo electrónico. No podemos abrirla sin acceso al sistema.
—Luis podría haberla hackeado —murmuró Clara, con la voz quebrada.
—Pero Luis ya no está —respondió Méndez, con un tono más duro de lo necesario.
Gabriela miró alrededor.
—Debe haber otra forma. Si esta es una sala de control, debe haber un panel de acceso en algún lugar cercano.
Alejandro se frotó el rostro con las manos.
—Si no podemos abrirla, no podremos entrar al sistema. Y si no entramos al sistema, Ortega seguirá teniendo el control.
—No podemos rendirnos ahora —dijo Clara, con renovada determinación.
—Si Luis estuviera aquí, encontraría la manera.
El pasillo de los muertos
Decidieron buscar otro acceso y encontraron un pasillo lateral. La única forma de llegar a la sala de control sería encontrar un panel alternativo que les permitiera desbloquear la puerta.
Pero cuando entraron al pasillo, se dieron cuenta de que algo andaba muy mal.
Las paredes estaban cubiertas de marcas de garras, y el suelo tenía rastros oscuros y pegajosos que ninguno de ellos quería examinar demasiado de cerca.
—No me gusta esto —dijo Gabriela, apretando su barra metálica.
Méndez avanzó con precaución, su arma en alto.
—Manténganse cerca.
Caminaron lentamente, cada uno sintiendo la creciente sensación de ser observados. El pasillo era estrecho, y las sombras parecían moverse con cada parpadeo de las luces.
Finalmente, encontraron una puerta a la izquierda con un viejo letrero que decía Acceso a sistemas de seguridad.
—Este es el lugar —dijo Alejandro, pero su voz apenas era un susurro.