Lumen: Donde la curación se transforma en horror.

Capítulo 30: Las que escaparon

Ortega se quedó de pie, mirando la pantalla con una intensidad que delataba lo que pocos habían visto en él: pánico real.

Las cámaras del ala antigua del hospital mostraban imágenes borrosas, distorsionadas, pero suficientes para revelar las siluetas de tres mujeres moviéndose entre las sombras.

La líder, la que Ortega había visto con más claridad, caminaba con una postura firme. Su bata de hospital estaba rasgada y sucia, su cabello largo y oscuro caía sobre su rostro, pero incluso a través de la mala calidad de la imagen, se podía notar que sus ojos lo veían a él.

No a la cámara.
No al hospital.

A él.

—No puede ser… —susurró Ana, con los ojos muy abiertos.

Ortega apretó los puños, pero no respondió de inmediato. Su mente trabajaba a toda velocidad.

Las que escaparon.

Las que debieron estar muertas.

Pero allí estaban, vivas… y dentro del hospital.

Ortega golpeó el escritorio con furia.
—Quiero un informe inmediato de los niveles de contención. ¿Cómo entraron? ¿Por qué no fueron detectadas antes?

Ana tragó saliva y asintió rápidamente, tecleando en su tableta. Pero cuando revisó los registros de acceso y seguridad, su rostro palideció aún más.

—Doctor… no hay registros de entrada. No hay evidencia de que hayan entrado por ninguna de las puertas principales.

—¿Entonces cómo demonios están aquí? —Ortega se giró bruscamente hacia la pantalla.

La imagen parpadeó… y la mujer de la bata sucia se acercó más a la cámara.

Sonrió.

Y luego, la pantalla se apagó.

Ortega sintió un escalofrío recorrerle la columna.

Ana se llevó una mano a la boca, aterrada.
—Doctor… ellas no entraron.

Ortega cerró los ojos un momento, luego los abrió con una expresión de furia y miedo controlado.
—No. Siempre han estado aquí.

El pasillo de las sombras

En otro punto del hospital, el grupo de Alejandro avanzaba con cautela. Después de su escape de la sala de control secundaria, no tenían un plan claro. Solo sabían que Ortega ya no tenía el control absoluto.

Méndez iba al frente, su arma lista, mientras Clara y Gabriela caminaban juntas, todavía tratando de asimilar lo que acababa de pasar.

—¿Vieron lo mismo que yo? —murmuró Gabriela.
—La voz en los altavoces… Ortega estaba asustado.

—Sí —respondió Clara, con la mirada fija en el suelo.
—No estaba fingiendo. Lo que sea que haya pasado, lo tomó por sorpresa.

Alejandro iba en la retaguardia, revisando cada esquina del pasillo. Su instinto le decía que algo había cambiado.

Entonces… lo sintió.

Una sensación de presión en el aire. Como si alguien estuviera mirándolos.

Se detuvo en seco.

—¿Alejandro? —preguntó Gabriela, girándose hacia él.

—¿Lo sienten? —murmuró él, sin moverse.

Méndez frunció el ceño.
—¿Qué cosa?

Alejandro tragó saliva.
—No estamos solos.

Encuentro en la penumbra

Antes de que nadie pudiera reaccionar, una figura emergió de la oscuridad.

Era una mujer.

Su cabello largo y oscuro caía sobre su rostro, y su bata de hospital estaba rasgada y cubierta de suciedad. Sus pies descalzos no hacían ruido sobre el suelo frío.

El grupo entero se tensó. Méndez levantó su arma por instinto, pero Alejandro levantó una mano, deteniéndolo.

La mujer no se movía como las criaturas.

No gruñía.
No tenía los ojos amarillos brillantes.

Solo los miraba, con una expresión casi humana.

Gabriela retrocedió un paso.
—¿Quién eres?

La mujer ladeó la cabeza… y sonrió.

—Nosotros fuimos los primeros.

Su voz era baja, áspera, como si no hubiera hablado en mucho tiempo.

Méndez apretó la mandíbula.
—¿Los primeros… qué?

Los ojos de la mujer se fijaron en él, con un brillo casi hipnótico.
—Los primeros en ser olvidados.

El pasado oculto

Alejandro sintió un nudo en el estómago.
—Tú… tú eres uno de los experimentos.

La mujer asintió lentamente.
—Nosotros fuimos antes que ellos. Antes que las criaturas. Antes que el Zeta. Ortega nos hizo… y luego nos enterró.

Clara tembló.
—¿Enterró?

—En los pasillos antiguos. En los túneles que él mismo mandó cerrar. Nos dejó morir en la oscuridad.

El grupo intercambió miradas. Eso evidenciaba que había más.

—¿Cuántos son? —preguntó Méndez, con la voz más tensa que antes.

La mujer sonrió de nuevo.
—Suficientes.

Alejandro respiró hondo, tratando de organizar sus pensamientos.

Si Ortega pensaba que estas mujeres estaban muertas…
Si habían sobrevivido escondidas en los túneles sellados…
Si estaban regresando ahora…

Significaba que estaban aquí por venganza.

—Ortega nos borró —continuó la mujer.
—Pero olvidó que algo enterrado… siempre encuentra la manera de salir.

Gabriela tragó saliva.
—¿Entonces por qué nos ayudas?

La sonrisa de la mujer se desvaneció.
—Porque él te teme a ti.

Alejandro sintió que la habitación se cerraba a su alrededor.

—¿A mí? —preguntó con un hilo de voz.

La mujer lo miró fijamente.
—Tú eres la pieza que nunca estuvo en su tablero. Ortega no planeó que alguien como tú llegara aquí. Eres la variable. Y ahora… nosotros somos el error en su ecuación.

El grupo quedó en silencio. Ortega había perdido el control de su propio hospital.

La mujer dio un paso atrás, y las sombras parecieron tragársela.

Antes de desaparecer por completo, susurró:

—Nos volveremos a ver.




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