Lumen: Donde la curación se transforma en horror.

Capítulo 31: El despertar de las sombras

El hospital ya no pertenecía a Ortega.

El control que alguna vez tuvo sobre cada pasillo, cada criatura, cada sistema de seguridad… se desmoronaba como una estructura carcomida desde adentro.

Y las responsables de ello se movían en la oscuridad.

Las que escaparon.
Las que él pensó muertas.
Las que ahora caminaban por los pasillos con un propósito.

Habían esperado. Demasiado tiempo.

Ahora, había llegado el momento.

Nadie las ve, pero están en todas partes

Los guardias del hospital estaban en estado de alerta. Después de la falla en la sala de control secundaria y la interferencia en el sistema, Ortega había ordenado doblar la seguridad en todas las áreas críticas.

Pero algo extraño estaba ocurriendo.

Uno a uno, los guardias estaban desapareciendo.

Al principio, pensaron que los intrusos —Alejandro y su grupo— los estaban eliminando. Pero no era así.

Las desapariciones no tenían sentido. No había disparos. No había cuerpos.
Un guardia entraba a una habitación para hacer una revisión… y nunca volvía a salir.
Las radios quedaban abiertas, transmitiendo susurros ininteligibles antes de cortarse.

Algo estaba recorriendo el hospital.
Algo que no estaba en los registros de Ortega.

Algo que no debía estar allí.

Ortega se enfrenta a su peor error

Ana entró apresurada en la oficina de Ortega, con el rostro pálido y una expresión de terror absoluto.

—Doctor… los guardias están desapareciendo.

Ortega no levantó la vista. Seguía observando el monitor, esperando que la imagen volviera.

—Lo sé.

Ana tragó saliva.
—¿Qué hacemos?

Finalmente, Ortega se giró lentamente hacia ella. Su expresión era… vacía.

—¿Sabes qué es lo peor de todo, Ana? —murmuró.
—Ellas no están matando. No han dejado un solo cadáver.

Ana sintió que la piel se le erizaba.
—¿Entonces… dónde están?

Ortega apretó los dientes. No lo sabía.
Y eso lo aterrorizaba más que cualquier cosa.

Por primera vez en su vida, no entendía lo que estaba pasando.

El mensaje en los muros

Alejandro, Gabriela, Clara y Méndez avanzaban con cautela por un ala desierta del hospital. Sabían que Ortega estaba perdiendo el control, pero no entendían por qué.

Y entonces lo vieron.

En las paredes de los pasillos, escritos con algo oscuro y pegajoso —¿sangre?— había mensajes.

Frases cortas. Incompletas. Como si hubieran sido escritas a toda prisa.

"Nos quitaron los nombres."
"Nos enterraron vivas."
"Ahora despertamos."

Gabriela se estremeció.
—Esto no lo hicieron las criaturas.

Clara tragó saliva.
—Esto es de ellas.

Méndez frunció el ceño.
—¿Qué están intentando decirnos?

Alejandro se acercó a una de las paredes y pasó los dedos sobre una frase. Todavía estaba fresca.

—No nos están hablando a nosotros —susurró.
—Le están hablando a Ortega.

Las puertas que se abren solas

En otra parte del hospital, dos guardias patrullaban uno de los corredores que conectaban la planta principal con los accesos al subsótano.

—¿Oíste eso? —preguntó uno, girando la linterna hacia la oscuridad.

El otro negó con la cabeza.
—Nada. Ortega nos está volviendo paranoicos.

Siguieron caminando.
Pero detrás de ellos… una puerta se abrió sola.

Ninguno lo notó.

Un minuto después… ya no estaban.

La advertencia final

En su oficina, Ortega finalmente recuperó una de las cámaras de seguridad que se habían apagado. Mostraba un pasillo en el ala psiquiátrica antigua del hospital.

Y entonces, ellas aparecieron.

Las tres.
Caminando lentamente hacia la cámara.

Ana jadeó y dio un paso atrás.
—Dios mío…

Ortega no apartó la mirada.

Una de ellas —la líder— se detuvo justo frente a la cámara.

Se inclinó ligeramente… y susurró algo.

Las bocinas del hospital transmitieron su voz en un eco aterrador.

"Ya estamos aquí."

La pantalla se apagó.

Y en la puerta de la oficina de Ortega…

Se escuchó un golpe.




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