Lumen: Donde la curación se transforma en horror.

Capítulo 36: Las cenizas del Lumen

El Hospital Universitario Lumen era ahora una ruina humeante.

Donde una vez hubo pasillos llenos de experimentos ocultos, laboratorios clandestinos y criaturas deformes, solo quedaban escombros y ceniza.

Pero el horror no había desaparecido.

Alejandro, Gabriela, Clara, Méndez y Ana permanecían en las afueras del hospital, mirando el humo alzarse hacia el cielo nocturno. Ninguno hablaba. Ninguno sabía qué decir.

Porque, aunque estaban fuera, aunque habían escapado con vida…

No estaban seguros de haber ganado.

Gabriela fue la primera en romper el mutismo.

—¿Ahora qué?

Su voz era apenas un susurro, cargada de agotamiento.

Nadie respondió de inmediato.

Méndez pasó una mano por su rostro cubierto de polvo. Se veía más viejo.
—Nos aseguramos de que Ortega pagara… pero esta mierda no termina aquí.

Clara miraba los escombros, abrazándose a sí misma.
—No podemos contarle esto a nadie. Nadie nos creería.

—No importa si nos creen o no —murmuró Alejandro.
—Lo importante es saber si… de verdad terminó.

Todos lo miraron.

Porque sabían que no lo decía por Ortega.

Lo decía por ellas.

Las que tomaron el control del hospital antes de que colapsara.

Ana y la verdad que ocultó

Ana estaba apartada, con los brazos cruzados. Su respiración era rápida, nerviosa.

—Ana… —dijo Alejandro, con un tono más calmado.
—Tú trabajaste para Ortega. Sabes más de lo que dijiste.

Ella cerró los ojos un momento, como si no quisiera responder.

Pero ya no podía seguir callando.

—El Proyecto Theta… el Zeta… Ortega no trabajaba solo.

Gabriela sintió un escalofrío.
—¿Qué estás diciendo?

Ana levantó la mirada y por primera vez, parecía aterrada de verdad.

—Había más laboratorios. Más lugares como este.

Silencio. Un silencio que dolía.

Méndez sintió una mezcla de ira y frustración.
—¿Quieres decir que todo esto… solo era una pieza más de algo más grande?

Ana asintió lentamente.
—Lo que Ortega hizo aquí… otros lo están haciendo en otras partes.

Clara negó con la cabeza.
—No. No puede ser…

—Siempre hay más —murmuró Alejandro.

Sabía que Ortega no era el origen del horror.

Solo era un eslabón más en una cadena podrida.

Gabriela cerró los ojos con frustración.
—Entonces… no hemos detenido nada.

Ana tembló consciente del siguiente paso.
—Y si ellos descubren que el Lumen fue destruido… vendrán a limpiarlo.

Méndez frunció el ceño.
—¿A qué te refieres con "limpiarlo"?

Ana tragó saliva.

—Asegurarán que no quede ningún rastro de lo que pasó aquí. Y eso nos incluye a nosotros.

El hospital sigue respirando

El viento soplaba sobre las ruinas del hospital.

El polvo y la ceniza cubrían todo, pero aún así… algo no se sentía bien.

Alejandro, de pie al frente del grupo, sentía la misma presión en el aire que había sentido en el subsótano.

El hospital podía estar en ruinas… pero algo dentro de él todavía respiraba.

Y entonces, lo vieron.

Una figura entre los escombros.

No una criatura.

No un guardia.

Una mujer.

Su bata sucia se movía con el viento. Su cabello largo cubría parte de su rostro.

Era una de ellas.

No estaba huyendo. No estaba escondiéndose.

Estaba observándolos.

Y cuando Alejandro la miró directamente… ella sonrió.

La sangre de Alejandro se heló.

—Dios… —susurró Gabriela.

Méndez levantó su arma, pero Alejandro le sujetó la muñeca.

—No —dijo en voz baja.

La mujer inclinó la cabeza.

Y luego desapareció en las ruinas.

La pregunta sin respuesta

Nadie habló por un largo rato.

Clara tenía el rostro pálido.
—No… no murieron.

Gabriela negó con la cabeza, sin apartar la vista de las ruinas.
—No.

Méndez suspiró pesadamente.
—¿Eso significa que…?

Alejandro no respondió.

No podía.

Porque no sabía qué significaba eso.

Solo sabía que las que escaparon seguían allí.

Y que su historia no había terminado.




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