Lumen: Donde la curación se transforma en horror.

Capítulo 39: Los Otros han llegado

El amanecer sobre la ciudad no traía alivio. El grupo había logrado alejarse del hospital tras su colapso, pero no podían sacudirse la sensación de que aún estaban atrapados.

Nadie había hablado mucho desde que vieron a la mujer entre los escombros, no querían admitir lo que todos estaban pensando:

Las que escaparon seguían allí, y sabían que el grupo estaba vivo, Pero no eran las únicas, porque esa misma mañana, algo más llegó a la ciudad. Algo que no buscaba respuestas. Buscaba eliminar testigos.

La llegada de los Otros

Méndez fue el primero en notar el coche negro sin placas.

—No nos están siguiendo… pero están vigilando —murmuró, sin apartar la vista del vehículo estacionado al otro lado de la calle.

Alejandro miró de reojo. Dentro del coche, las ventanas tintadas ocultaban cualquier posible ocupante.

Clara, aún afectada por todo lo ocurrido, cruzó los brazos con inquietud.
—¿Podrían ser periodistas?

Gabriela negó con la cabeza.
—No. No es así como trabajan los medios.

Ana tragó saliva y habló en voz baja.
—Nos encontraron.

Todos la miraron.

—¿Quiénes? —preguntó Alejandro, aunque ya sabía la respuesta.

Ana bajó la voz aún más, como si temiera que la estuvieran escuchando.
—Los Otros.

Eliminar el problema

La Fundación Epsilon, el gobierno, o alguien más grande que Ortega. No importaba cómo se llamaran realmente, solo importaba que su trabajo era asegurarse de que nadie supiera lo que pasó en el Lumen. Y el grupo era el único cabo suelto.

Gabriela se estremeció.
—Si realmente quieren eliminarnos, ¿por qué no lo han hecho ya?

Méndez ajustó el cargador de su pistola.
—Porque nos están estudiando.

Clara lo miró con el ceño fruncido.
—¿Estudiando?

Méndez asintió.
—Antes de borrar a alguien, quieren asegurarse de que no haya nada útil que extraer.

Alejandro sintió un escalofrío.
—Entonces no solo nos quieren muertos. Nos quieren analizar primero.

Ana asintió lentamente.

—Y si descubren lo que vimos… —dijo en un hilo de voz.

No nos matarán rápido. —terminó Méndez.

Silencio, pesado y opresivo.

Porque todos sabían lo que eso significaba. No estaban escapando de un accidente.

Estaban en una cacería. Y ellos eran la presa.

El golpe inesperado

Entonces, todo ocurrió a la vez, el motor del coche negro rugió, se movió hacia ellos.

Méndez reaccionó al instante.
—¡Corran!

Pero antes de que pudieran moverse… El coche explotó.

La onda expansiva derribó a todos, fragmentos de metal y cristal volaron en todas direcciones. El cuerpo de un hombre vestido de negro salió despedido de los restos del vehículo.

Alejandro, aturdido, trató de levantarse, y entonces vio la silueta de una mujer de pie entre las llamas. Una de ellas.

Las que escaparon no iban a permitir que los Otros se llevaran a sus testigos, querían conservarlos.

El último giro

Alejandro sintió un escalofrío que ninguna temperatura podía causar, porque en ese instante lo entendió.

Las que escaparon no estaban cazando al grupo, estaban protegiéndolos, no por compasión, ni por venganza. Porque los necesitaban.

Gabriela, aún en el suelo, jadeó con horror.
—Dios…

Clara se llevó una mano a la boca.
—No nos dejan ir.

Méndez maldijo en voz baja.

Y entonces, la mujer entre las llamas sonrió.

Porque la cacería no había terminado.

Solo acababa de empezar.




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