•••••••••• Capítulo 10 ••••••••••
Lumi y Auric se precipitaban sin control hacia la inmensa atmósfera de Júpiter, como dos hojas arrastradas por un océano invisible. La gravedad del gigante gaseoso los reclamaba con una fuerza brutal, una atracción implacable que parecía arrancarles el aliento y la esperanza.
La turbulencia aumentaba con cada segundo. Las capas de nubes, inmensas y vivas, se cerraban sobre ellos como fauces colosales. Colosos de amoníaco y vapor de agua se arremolinaban en tormentas eléctricas tan vastas que podrían tragarse mundos enteros. Cada relámpago iluminaba por un instante sus rostros tensos, dibujando en ellos el miedo que no podían ocultar.
El rugido de la atmósfera se convirtió en un trueno constante que devoraba sus pensamientos. El aire, cada vez más denso y ardiente, presionaba contra sus cuerpos como si quisiera aplastarlos. Y mientras descendían, la certeza de que Júpiter no perdona se instalaba en lo más profundo de sus almas.
Pero justo antes de atravesar la furia de la atmósfera, algo imposible ocurrió.
Un tirón invisible los arrancó de la realidad.
La conciencia de Lumi y Auric se desprendió de sus cuerpos como humo escapando de una llama. En un parpadeo, ya no había calor, ni presión, ni rugido... solo un silencio inmenso y pulsante.
Flotaban en un océano sin horizonte, un espacio onírico donde el tiempo parecía haberse olvidado de existir.
Los sueños de ambos comenzaron a fundirse, retorciéndose y entrelazándose como raíces antiguas. Imágenes fugaces aparecían y desaparecían:
— Montañas que respiraban.
— Ciudades suspendidas en el aire.
— Criaturas mitológicas que los observaban con ojos llenos de siglos.
Todo era un mar de símbolos y metáforas vivas, un territorio donde la lógica no tenía poder. Y mientras navegaban por esa marea imposible, una sensación inquietante crecía en sus almas:
no estaban solos en ese lugar.
Lumi contempló un río de agua tan pura que parecía tejido de luz líquida. Corría sereno… hasta precipitarse en un abismo sin fondo, tragado por una oscuridad que no devolvía nada.
Auric, a su lado, alzó la vista: un árbol inmenso, de tronco antiguo y ramas que se desplegaban más allá de lo visible, como si quisieran abrazar el infinito. Cada hoja brillaba con un fulgor que parecía contener recuerdos olvidados.
Sus miradas se encontraron. Y en ese instante, supieron que lo que los unía iba más allá de la carne y el tiempo. Era un vínculo que respiraba en lo más hondo de sus almas.
La visión era tan intensa que sentían cada latido amplificado, como si recorrieran pasadizos secretos dentro de sus propias mentes y corazones.
Pero también había un peso invisible… una pregunta que flotaba en ese aire irreal:
¿Qué significaban esos símbolos?
¿Eran advertencias, promesas… o un mapa hacia algo que aún no podían comprender?
Y, sobre todo…
¿Qué les aguardaba más allá, en las entrañas de aquel planeta gaseoso que parecía observarlos?
En aquel reino suspendido entre el sueño y la tormenta, la conexión entre Lumi y Auric se tensó como una cuerda que no se rompe, sino que late. Un hilo invisible, hecho de suspiros, memorias y algo más antiguo que ellos mismos, los mantenía unidos.
El espacio onírico de Júpiter no era un simple escenario: respiraba, observaba, murmuraba en un idioma que no conocían pero que sus corazones entendían. Las nubes etéreas se retorcían formando rostros efímeros; los destellos de luz dibujaban símbolos que se desvanecían antes de ser comprendidos.
Cada paso que daban en ese paisaje líquido revelaba un secreto:
un fragmento olvidado de su infancia,
un deseo que temían confesar,
una verdad que dolía más que cualquier herida física.
El lugar parecía guiarlos… pero también tentarlos, como si quisiera que se perdieran en sus propios reflejos. Y ellos, atrapados entre el miedo y la fascinación, comprendieron que no estaban caminando sobre un sueño…
Estaban atravesando el corazón mismo de algo que los conocía mejor que ellos a sí mismos.
Lumi se vio niño otra vez.
Pequeño. Solo.
Sentado en un rincón frío, con el silencio como única compañía. La sensación de abandono le oprimía el pecho… hasta que, sin explicación, una figura apareció entre las sombras.
Era Auric.
No el Auric que conocía ahora, sino una presencia cálida, imposible, que se arrodilló frente a él y lo envolvió en un abrazo. No dijo nada… no hizo falta. En ese instante, el peso de su soledad se disolvió, reemplazado por una paz nueva, casi desconocida, como si siempre hubiera estado destinado a encontrar ese refugio.
Auric, en cambio, no miró hacia atrás, sino hacia adelante.
Una visión de su futuro se desplegó como un amanecer: él y Lumi, de pie, rodeados de rostros felices. Una familia. Una comunidad que los miraba con orgullo y amor. El aire estaba lleno de risas, de manos entrelazadas, de promesas cumplidas.
Era tan real que pudo sentir el calor del sol en su piel, el peso de un niño en sus brazos, y el latido tranquilo de Lumi junto al suyo.
Y en el fondo, una certeza que lo estremeció: no era un sueño cualquiera. Era un destino que ya lo estaba esperando.
Mientras avanzaban por aquel tejido de sueños y memorias, comprendieron que su unión no era una casualidad: era un hilo dorado, invisible, que los cosía al mismo destino. Tiraba de ellos con suavidad y firmeza, como si el universo mismo quisiera mantenerlos juntos.
Pero la luz nunca camina sola.
Entre los pliegues del sueño surgieron sombras líquidas, figuras sin rostro que se retorcían como humo vivo. Algunas se disfrazaban de viejos conocidos; otras eran meros espectros que susurraban promesas de separación.
El paisaje también cambió: mares de tinta que intentaban ahogarlos, vientos que soplaban en direcciones opuestas, puentes que se desmoronaban justo antes de alcanzarlos. Todo parecía conspirar para cortar ese hilo que los mantenía unidos.
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Editado: 07.10.2025