••••••••••• Capítulo 11 •••••••••••
Impulsado por una mezcla de miedo y determinación, Auric se aferró a cada pista que encontraba, como si fueran migas de pan en medio de un bosque oscuro. Las instrucciones, misteriosas y crípticas, parecían dibujar el mapa hacia la creación de un cubo idéntico al que se había llevado a Lumi. No comprendía del todo por qué las seguía, pero una certeza ardía en su pecho: esa era la única senda que podía devolverle a su amado.
Guiado por aquella lista escrita en un idioma que no podía leer, pero que su corazón parecía entender, Auric inició una búsqueda que lo llevó por caminos extraños y olvidados.
En una tienda polvorienta de minerales, halló un cristal tan puro que le recordó a la primera vez que vio los ojos de Lumi, reflejando una luz que parecía no tener fin.
En un mercado de antigüedades, descubrió un trozo de tela iridiscente, tan suave y delicado como las caricias que se daban al amanecer.
Y, en lo profundo de un laboratorio abandonado, encontró un frasco con un líquido espeso y oscuro, ondulante, tan impredecible y misterioso como los secretos que aún guardaban el uno del otro.
A medida que reunía cada objeto, Auric sentía cómo un lazo invisible lo unía al cubo luminoso. No era solo una búsqueda… era como si una fuerza más allá de su entendimiento lo guiara, llevándolo por un camino que desafiaba toda lógica y razón.
Tras días de incesante búsqueda y experimentos, por fin reunió todos los componentes. Sus manos temblaban mientras los colocaba uno a uno, el corazón latiendo entre la expectación y el temor.
Auric se encontraba en una habitación llena de objetos extraños y misteriosos, todos ellos relacionados con la Taaffeite. Había libros antiguos, cristales raros y símbolos esotéricos que parecían contener secretos y misterios.
De pronto, una figura se materializó entre las sombras de la habitación. Era un anciano de mirada profunda, cuyos ojos parecían contener siglos de historias, y en sus labios danzaba una sonrisa enigmática.
—¿Qué es lo que buscas? —preguntó con una voz suave, pero cargada de un eco antiguo, como si proviniera de otro tiempo.
Auric dio un paso atrás, sorprendido por la aparición, aunque pronto recuperó la compostura.
—Busco una Taaffeite —respondió con firmeza, aunque en su voz se filtraba un matiz de urgencia—. Necesito encontrarla… para algo que lo cambia todo.
El anciano dejó escapar una breve sonrisa, pero sus ojos se tornaron serios.
—La Taaffeite no solo refleja la luz… refleja la esencia. Puede mostrar lo que eres… y lo que temes ser. También abre caminos que no existen en este mundo, pero que esperan ser recorridos en otro.
Auric sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Caminos hacia dónde?
—Hacia aquello que has perdido —respondió el anciano, sin apartar la mirada—. Pero cuidado… cada puerta que abre la Taaffeite exige un precio.
El anciano dejó escapar una leve sonrisa, como si revelara un secreto que llevaba siglos guardado.
—La Taaffeite posee un poder único —dijo con voz grave—. Puede enlazar dimensiones y abrir portales hacia mundos y realidades que escapan a la comprensión humana. Pero su fuerza no se entrega a cualquiera… Solo aquellos con un corazón puro y una intención cristalina pueden desatar su verdadero potencial.
Las palabras flotaron en el aire como un eco imposible de ignorar. Auric sintió una mezcla de asombro y desconcierto. ¿Acaso estaba frente a algo que desafiaba las leyes de la naturaleza?
—¿Cómo puedo encontrarla? —preguntó
finalmente, con una determinación que comenzaba a arder en su mirada—. Necesito saber la verdad.
El anciano giró hacia él, con la mirada fija y penetrante.
—Busca donde la luna se refleja en el agua… allí hallarás la Taaffeite. Pero recuerda: lo que verás en ese lugar no siempre será real… y lo que sea real, podría no dejarte regresar.
Auric sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Antes de que pudiera hacer otra pregunta, una densa niebla comenzó a colarse por las rendijas de la habitación, envolviéndolo todo en un velo plateado. Cuando la bruma se disipó, el anciano ya no estaba.
Solo quedó el eco de su voz en la mente de Auric, repitiendo una y otra vez la misma frase, como una llave invisible que abría algo más que un simple destino.
Auric permaneció solo en la habitación, con el eco de las palabras del anciano resonando en su mente. ¿Dónde la luna se refleja en el agua? La pregunta giraba como un enigma imposible… hasta que una imagen comenzó a dibujarse con nitidez en sus pensamientos.
La vieja cascada.
Recordó aquel rincón escondido entre montañas, abrazado por frondosos árboles, donde el murmullo del agua parecía susurrar secretos. Allí, en noches claras, la luna se posaba sobre la superficie como un espejo de plata.
Auric sintió un llamado profundo, un impulso que atravesó su pecho como un eco imposible de ignorar. No sabía qué le aguardaba, pero sus pies comenzaron a moverse antes de que su mente pudiera detenerlos. La niebla lo envolvía en un manto frío, mientras la luna, alta y serena, derramaba su luz sobre el camino.
Al llegar a la cascada, el rugido del agua le dio la bienvenida, pero la superficie del lago a sus pies estaba extrañamente tranquila, como si contuviera un secreto. La luna se reflejaba en ella con un resplandor hipnótico, creando un portal de plata líquida. Entonces lo vio: un destello, un brillo extraño en el fondo del agua. Su corazón se aceleró.
—¿Será… la Taaffeite? —pensó, sintiendo cómo la duda y la esperanza se mezclaban en su pecho.
Auric se aproximó al borde del río y se inclinó, tratando de descifrar el origen de aquel fulgor en las profundidades. La luz de la luna danzaba sobre la superficie, creando destellos plateados y sombras fugaces que distorsionaban su visión, como si el agua jugara a ocultar su secreto.
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Editado: 07.10.2025