••••••••••• Capítulo 12 •••••••••••
Lumi sonrió, dejando que su mano buscara la de Auric hasta entrelazar sus dedos.
—Quédate en mi casa… aunque sea por un tiempo —susurró—. Podemos empezar de nuevo, sin prisas… y ver hacia dónde nos lleva.
Auric sintió que el corazón le latía más fuerte ante esas palabras.
—Nada me gustaría más —dijo con una sonrisa temblorosa—, pero… ¿estás seguro? No quiero invadir tu espacio.
Lumi negó suavemente, sin apartar la mirada de sus ojos.
—No es una invasión —murmuró—. Es lo que quiero. Quiero que estés aquí, conmigo. Y… después de todo lo que hemos pasado, creo que esta noche deberíamos compartirla.
Un silencio lleno de significado los envolvió. Afuera, el mundo seguía su curso, pero en ese instante, lo único real era la mano que sostenían y la promesa silenciosa que flotaba entre ellos.
Auric sintió una oleada de alivio y gratitud.
—Gracias, Lumi —dijo con una sonrisa sincera—. Me encantaría quedarme contigo.
Caminaron juntos hacia la casa de Lumi, un refugio cálido y acogedor que parecía esperarles desde siempre. Al cruzar el umbral, Auric tuvo la extraña, pero reconfortante sensación de haber encontrado un hogar… un lugar donde podía ser él mismo, sin máscaras, y sentirse a salvo.
Lumi lo guió con calma por cada habitación, señalando pequeños detalles y compartiendo historias. Auric se sorprendió al descubrir que cada objeto, cada rincón, parecía guardar un significado especial, como si todo formara parte de un relato silencioso que solo Lumi conocía.
Finalmente, llegaron al dormitorio. La luz tenue acariciaba el espacio, y el ambiente estaba impregnado de intimidad y calidez, como si el tiempo se detuviera allí. Lumi se acercó, rozó suavemente el rostro de Auric… y lo besó, con una ternura que hablaba más que las palabras.
—Quiero que sientas que esta es tu casa —dijo Lumi con voz serena—. Quiero que sepas que aquí estás a salvo… que puedes ser libre.
Las palabras calaron hondo en Auric. No era solo lo que decía, sino la manera en que lo miraba, como si en esos ojos pudiera encontrar un horizonte donde descansar. Sabía que junto a él había hallado algo único, algo que no pensaba dejar escapar.
Los días siguientes se convirtieron en un pequeño mundo compartido. Se despertaban con la luz de la mañana, preparaban el desayuno juntos y, después, salían a descubrir la ciudad: callejones escondidos, cafeterías con aroma a historia, parques donde el tiempo parecía detenerse. Y en cada rincón, encontraban una excusa para reír, conversar o simplemente caminar en silencio, sintiéndose completos.
Auric comprendió que su hogar no estaba hecho de paredes y techos, sino de la presencia de Lumi. Él era su refugio, su pilar… y, sin darse cuenta, también se había convertido en su mejor amigo.
Por las noches, se acurrucaban en el sofá, envueltos en una manta que parecía resguardar no solo del frío, sino del mundo entero. Entre susurros y risas suaves, hablaban de sueños y planes imposibles, como si dibujaran juntos un mapa del futuro. Para Auric, era sencillo: su propósito no estaba escrito en ningún libro… estaba sentado justo a su lado.
Una mañana, Lumi se despertó temprano. La luz dorada del amanecer se filtraba por las cortinas mientras él caminaba descalzo hacia la cocina. El sonido suave de la sartén y el aroma dulce de los panqueques se mezclaban con el inconfundible perfume del café recién hecho.
Auric despertó con esa fragancia acariciándole los sentidos. Medio adormilado, se dejó guiar por ella hasta la cocina. Allí, vio a Lumi de espaldas, concentrado, vertiendo la mezcla con una precisión casi artística. La escena tenía algo hipnótico: la luz bañando su silueta, el vapor elevándose en espirales, el sonido del café goteando.
—Buenos días —dijo Lumi, girándose con una sonrisa que parecía iluminar más que el sol—. ¿Quieres desayunar?
Auric se acercó despacio, como si cruzara el marco de una fotografía que quería recordar para siempre, y le besó suavemente la mejilla.
—Sí… me encantaría —respondió, con esa mirada que decía más que cualquier palabra.
Compartieron el desayuno como si fuera un pequeño ritual: el aroma del café, el calor de los panqueques recién hechos, y esa conversación ligera que parecía flotar entre ellos como una melodía suave. Auric sentía que cada instante con Lumi era una hebra más en el tejido de una vida que apenas empezaban a bordar juntos. Y en lo más profundo, sabía que estaba exactamente donde el destino lo había querido llevar.
Cuando terminaron, Auric se levantó y caminó hacia la ventana. El sol, alto y sereno, derramaba su luz dorada sobre la ciudad, pintando todo con una calma casi sagrada. Cerró los ojos un instante, respirando hondo, como si quisiera guardar para siempre la certeza de que su hogar no eran las paredes que lo rodeaban, sino la persona que estaba a unos pasos de él.
—¿En qué piensas? —preguntó Lumi, acercándose con un tono tan suave que parecía formar parte del silencio.
Auric se volvió hacia él, con una sonrisa que contenía más de lo que las palabras podían explicar.
—Nada… solo estoy agradecido. Por esto… por nosotros.
Los ojos de Lumi brillaron, y su sonrisa fue como una promesa que no necesitaba ser pronunciada.
—Yo también estoy agradecido —dijo con un hilo de voz—. Te amo, Auric.
Auric lo abrazó con fuerza y le besó los labios.
—Yo también te amo, Lumi —dijo, como si quisiera grabar esas palabras en el aire.
Esa noche, el cielo se rompió en mil rugidos. El viento golpeaba las paredes como un animal furioso, y los relámpagos bañaban la habitación con destellos blancos y efímeros. Los truenos, profundos y violentos, parecían nacer desde las entrañas de la tierra.
Auric y Lumi dormían en habitaciones distintas, pero la tormenta arrancó a Lumi de sus sueños. Se quedó unos segundos en la oscuridad, escuchando el golpeteo de la lluvia… hasta que una luz, intermitente y débil, se filtró desde el pasillo.
#772 en Fantasía
#63 en Ciencia ficción
fantasia amor magia tristeza, ciencia ficcion fantasia y romance, mundos paralelos viajes en el tiempo
Editado: 07.10.2025