Luminel: El Chico Neón

Orden de la sombra P.2

••••••••••• Capítulo 15 •••••••••••

Auric y Lumi habían dejado atrás cualquier rastro de duda. La caída de la Orden de la Sombra se había convertido en su única meta, y la ciudad, con sus rincones más oscuros, les susurraba que el tiempo se agotaba. Pasaron días sumergidos en un mar de datos confusos, viejas leyendas y nombres prohibidos que parecían pesar más que el aire.

Hasta que, al fin, surgió una pista inquietante. Un miembro de la Orden había sido visto entrando en un edificio abandonado, una estructura que, según los rumores, nadie atravesaba sin sentir que algo lo observaba desde la penumbra. El viento helado que rodeaba el lugar parecía arrastrar voces antiguas, y las sombras se alargaban como si esperaran su llegada.

Con el corazón ardiendo y la piel erizada, Auric y Lumi se internaron en la noche, sabiendo que aquel lugar podría ser la puerta… o la trampa.

Al llegar al edificio, comprobaron que no era más que un esqueleto de lo que alguna vez fue: muros agrietados, escombros esparcidos y un silencio espeso que olía a abandono. Sin embargo, las marcas en el suelo y las paredes —rasguños, manchas y restos de objetos rotos— sugerían que allí había ocurrido una pelea reciente.

Avanzaron por los pasillos oscuros, cuidando cada paso, hasta que descubrieron un corredor estrecho que parecía oculto tras una vieja estantería derrumbada. Siguiéndolo, llegaron a una escalera que descendía hacia una cámara subterránea.

En el interior, un grupo de miembros de la Orden de la Sombra se reunía alrededor de una mesa. Sus voces, graves y apresuradas, discutían un único tema: liberar a Tempest y desatar su poder para someter a toda la ciudad.

Auric y Lumi comprendieron que no había tiempo que perder. Estaban listos para intervenir… pero un crujido a sus espaldas les heló la sangre. No estaban solos. Una docena de figuras surgía de las sombras, cerrando el círculo a su alrededor.

—Parece que han caído en nuestra trampa… —dijo uno de los miembros, arrastrando las palabras con una sonrisa torcida que brilló bajo la luz tenue—. Ahora veremos qué hacer con ustedes.

El silencio que siguió fue más amenazante que cualquier grito. Auric y Lumi apenas se movieron, pero en sus ojos ardía una determinación inquebrantable. El murmullo lejano del viento se mezclaba con el eco de pasos acercándose, y el círculo de enemigos se cerraba como una marea oscura.

En ese instante, supieron que no había marcha atrás. La misión para detener a la Orden de la Sombra había alcanzado su punto de no retorno… y solo uno de los bandos saldría de allí.

La habitación subterránea se rompió en un estallido de caos. El silencio se hizo añicos bajo el rugido de la batalla: acero contra acero, gritos ahogados, destellos de magia que teñían las paredes con luces fugaces.

Auric se movía como una sombra veloz, esquivando y golpeando con la precisión de un depredador acorralado. Cada impacto enviaba a un enemigo al suelo. Lumi, con los ojos encendidos por la energía de Tempest, levantaba sus manos y liberaba explosiones de luz y viento que arrasaban a cualquiera que se acercara demasiado.

La habitación subterránea se rompió en un estallido de caos. El silencio se hizo añicos bajo el rugido de la batalla: acero contra acero, gritos ahogados, destellos de magia que teñían las paredes con luces fugaces.

Auric se movía como una sombra veloz, esquivando y golpeando con la precisión de un depredador acorralado. Cada impacto enviaba a un enemigo al suelo. Lumi, con los ojos encendidos por la energía de Tempest, levantaba sus manos y liberaba explosiones de luz y viento que arrasaban a cualquiera que se acercara demasiado.

—Bienvenidos a nuestra humilde morada —dijo Malakai, su voz impregnada de un sarcasmo afilado—. Aquí serán nuestros… invitados, hasta que yo decida lo contrario.

Auric y Lumi fueron arrastrados hasta una celda oscura y húmeda, donde el olor a moho y óxido parecía pegarse a la piel. Las cadenas se cerraron en torno a sus muñecas con un chasquido metálico que retumbó como un eco de condena.

Malakai avanzó despacio, observándolos con la calma de quien sabe que tiene todo el control.
—Son… fascinantes —susurró, ladeando la cabeza—. Habilidades únicas, determinación… un espíritu que intenta brillar incluso aquí abajo. Pero —sus ojos se entrecerraron— no son lo bastante fuertes para detenerme.

Se inclinó hacia Auric, tan cerca que podía sentir su aliento.
—Imaginen lo que podrían lograr si se unieran a mí. Un poder sin límites, la ciudad a sus pies… No tendrían que temer nunca más.

Luego, se volvió hacia Lumi, con una sonrisa que parecía atravesarlo.
—Pero sé que no aceptarán. Y eso me divierte. Porque me encanta ver cómo los héroes… se rompen.

Con un último vistazo cargado de amenaza, Malakai se dio media vuelta, dejándolos en la penumbra con el peso de sus palabras flotando en el aire.

Auric y Lumi se miraron en silencio, una mirada cargada de urgencia y entendimiento. Sabían que debían encontrar una salida… pero las paredes húmedas y las gruesas rejas de la celda parecían burlarse de cualquier intento. Al otro lado, Malakai observaba con deleite, como un cazador que prolonga el sufrimiento de su presa.

—¿Qué planean hacer con nosotros? —preguntó Auric, forzando la voz a sonar firme, aunque la tensión le apretaba el pecho.

Malakai esbozó una sonrisa lenta, calculada.
—Oh… tenemos planes para ustedes —respondió, saboreando cada palabra—. Planes que giran en torno a Tempest y su poder.

Se inclinó hacia la reja, dejando que su sombra se proyectara sobre ellos.
—Ustedes serán la ofrenda perfecta… el sacrificio que abrirá la puerta para liberar a Tempest. Y cuando eso ocurra, no habrá nadie que pueda detenernos.

Lumi sintió un escalofrío recorrerle la espalda al escuchar las palabras de Malakai. Cada sílaba pesaba como una sentencia. Debían escapar, y rápido… pero la celda era un muro sin fisuras, y el enemigo parecía tener el control absoluto, cada jugada pensada de antemano.




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