Luminel: El Chico Neón

Estrella del infinito

••••••••••• Capítulo 16 •••••••••••

Auric y Lumi se regalaron un día entero para ellos, lejos del bullicio y el peso gris de la ciudad. El sendero los condujo hasta un paraje sereno, donde el murmullo del viento se entrelazaba con el canto lejano de los pájaros, y la luz del sol, filtrada entre las hojas, caía sobre ellos como hilos de oro.

Avanzaban despacio, disfrutando del crujir de las hojas bajo sus pasos, hasta que Lumi se detuvo. Giró hacia Auric, y en su mirada latía un cariño tan profundo que las palabras parecían innecesarias.
—Me encanta estar contigo —susurró, con la voz temblando de emoción contenida.

Auric sonrió, y al tomar su mano sintió que el mundo entero se desdibujaba a su alrededor.
—A mí también me encanta estar contigo. Eres mi hogar, mi refugio… mi todo.

Lumi dio un paso adelante, borrando la distancia que quedaba entre ambos, hasta que su aliento se mezcló con el de Auric. Sus labios se encontraron en un beso suave, tan ligero que parecía temer romper la magia del momento; un beso que era más que un gesto: una promesa hecha piel.
—Te amo —susurró, y sus palabras flotaron en el aire como un murmullo eterno que el bosque, cómplice, guardaría entre sus hojas.

Auric lo sostuvo con delicadeza, respondiendo al beso con una ternura que parecía envolverlos en un refugio invisible.
—Yo también te amo —murmuró—. Más que a todo lo que habita en este mundo… y más allá.

El viento acarició sus rostros, y el bosque quedó en silencio, como si el universo entero se inclinara para escuchar ese instante.

Se dejaron caer en un rincón del claro, donde las flores silvestres pintaban un tapiz vivo y los árboles erguían su muralla de calma. El silencio los envolvió como un manto, cargado de todo lo que no necesitaba decirse. El sol, alto sobre sus cabezas, derramaba un calor dorado que parecía fundirse con su piel, avivando cada latido.

El tiempo perdió su forma, hasta que Auric se incorporó lentamente. Su sombra se proyectó larga sobre la hierba, y tendió la mano hacia Lumi. En sus ojos brillaba algo más que luz: era la chispa de una promesa.
—Vamos —dijo, con una sonrisa que ocultaba un misterio—. Hoy empieza algo que no olvidarás.

Un soplo de viento recorrió el claro, agitando las hojas como si el bosque entero contuviera la respiración… justo antes de que el primer presagio llegara.

Lumi se puso en pie y lo siguió, con la curiosidad ardiendo en su mirada. Auric lo guió por un sendero oculto, apenas visible entre la espesura, hasta que la vegetación se abrió como si cediera el paso a un secreto antiguo.

Ante ellos, se desplegó un jardín escondido bajo la sombra protectora de altos árboles. El aire estaba perfumado con el aliento dulce de un mar de rosas y lirios que pintaban el suelo con su abanico de colores. En el centro, un estanque de agua clara reflejaba el cielo como un espejo vivo, y un puente de madera, tan delicado que parecía flotar, lo cruzaba de lado a lado.

—Este es mi lugar favorito —dijo Auric, sin apartar la vista de la expresión de Lumi—. Quería compartirlo contigo.

Lumi se volvió hacia él, con los ojos brillando de emoción y lágrimas contenidas.
—Es perfecto… —susurró—. Como tú.

El silencio que siguió estaba lleno de promesas, mientras una ráfaga de viento agitaba las flores como si celebraran su encuentro.

Auric sonrió y lo estrechó en un abrazo que parecía desafiar al tiempo, como si quisiera retener ese instante para siempre.
—Tú también eres perfecto para mí —murmuró con una ternura que acariciaba cada palabra—. En todos los sentidos.

Sus labios se encontraron bajo la luz dorada del sol, y el mundo alrededor pareció desvanecerse, dejando solo el murmullo de la naturaleza y el latido compartido de sus corazones, como si estuvieran atrapados en un sueño del que no deseaban despertar.

Tras recorrer cada rincón del jardín secreto, decidieron quedarse, dejando que la magia del lugar los envolviera un poco más.

Tras recorrer el jardín secreto, decidieron quedarse a esperar el atardecer y permitir que la noche los envolviera en su manto de estrellas. Se acomodaron en el puente de madera, con los pies rozando la superficie tranquila del estanque, y permanecieron en silencio, observando cómo el cielo se vestía de tonos dorados, rosados y violetas.

Cuando las primeras estrellas comenzaron a encenderse sobre sus cabezas, Auric giró hacia Lumi. En sus ojos brillaba una ternura serena, como si guardara un secreto que solo él podía ver.
—¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti? —preguntó en voz baja.

Lumi sonrió, encogiéndose de hombros con una mezcla de timidez y curiosidad.
—¿Qué es? —preguntó.

Auric se inclinó hasta que sus labios rozaron la suavidad de su mejilla.
—Me gusta la forma en que me haces sentir… pero hay algo en ti que me desarma. Cada vez que la pena o la vergüenza te alcanzan, tu sonrisa se vuelve aún más hermosa, y tus mejillas se encienden de un rojo tan vivo… —su voz bajó, cómplice— como dos pequeños bombones que invitan a ser probados.

Sus dedos acariciaron su rostro con delicadeza.
—Contigo… es como si todo encajara. Como si el mundo entero se redujera a este instante, y yo estuviera, por fin, en casa.

Lumi lo miró con ternura y acercó sus labios a los suyos, sellando sus palabras con un beso.
—A mí me pasa lo mismo contigo —susurró—. Siento que he encontrado mi hogar… mi refugio.

Permanecieron abrazados, envueltos en un silencio lleno de significado, mientras las estrellas derramaban su luz sobre ellos. La noche parecía hecha de magia, y su amor, el centro invisible que sostenía todo el universo.

Entonces, Auric se incorporó y tomó la mano de Lumi con una suavidad que contrastaba con la chispa encendida en su voz.
—Ven —dijo—. Quiero mostrarte algo.

Lumi, intrigado, se puso en pie y lo siguió. Avanzaron por senderos bordados de flores, hasta que la vegetación se abrió para revelar una pequeña glorieta oculta, desde donde el cielo nocturno se desplegaba en todo su esplendor.




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