Luminel: El Chico Neón

El cubo oscuro y las alas de cristal

••••••••••• Capítulo 24 •••••••••••

El poder de la creación recorrió el cuerpo de Lumi como un torrente de luz viva, llenándolo de energía pura y vibrante. En un instante, un cambio deslumbrante ocurrió: de su espalda surgieron alas inmensas, blancas y brillantes, como si cada pluma estuviera tejida con la luz de mil estrellas. La luz que emitían bañaba toda la cámara, proyectando sombras danzantes sobre los jeroglíficos antiguos y haciendo que los símbolos del templo brillaran con un resplandor místico.

Lumi flotó ligeramente sobre el suelo, sintiendo cómo la gravedad parecía obedecer su nueva esencia. Una corriente de poder y claridad lo atravesaba, y cada respiración traía consigo un sentido profundo de propósito y paz, como si la creación misma lo hubiera elegido para este momento.

Auric retrocedió un paso, con los ojos abiertos de asombro y la boca entreabierta.
—¡Eres un ángel! —exclamó, con la voz temblando de incredulidad y maravilla.

Lumi extendió sus alas lentamente, sintiendo el peso del poder y la responsabilidad al mismo tiempo. Cada movimiento era una danza de luz pura, y su corazón latía al ritmo de la energía que lo rodeaba.
—Sí… lo soy —dijo con voz firme, resonando en la cámara—. Y ahora… sé que realmente tengo el poder.

El templo pareció responder a su presencia; las paredes vibraban suavemente, los símbolos brillaban y una brisa cargada de energía recorrió la cámara. La luz de sus alas se expandió, envolviendo todo a su alrededor, iluminando secretos antiguos y anunciando que un nuevo capítulo del destino del mundo acababa de comenzar.

El gato espacial flotó hasta Lumi, sus ojos brillando con orgullo y sabiduría ancestral.
—Has sido elegido para cumplir un propósito importante —dijo con voz firme—. Debes usar tu poder para traer paz y prosperidad al mundo.

Lumi inhaló profundamente, sintiendo cómo la determinación se apoderaba de cada fibra de su ser.
—Lo haré —dijo con convicción—. Usaré mi poder para hacer el bien y proteger a quienes lo necesiten.

Con un suave movimiento de sus alas resplandecientes, Lumi se elevó hacia el aire, dejando un rastro de luz que iluminaba el templo y las montañas a su alrededor. Auric lo siguió con la mirada, maravillado.
—¿Qué harás primero? —preguntó, la curiosidad mezclada con admiración.

Lumi sonrió, y su mirada se perdió en el horizonte, donde el cielo se teñía de tonos dorados y violeta.
—Empezaré por traer paz y armonía a un mundo que lo necesita —dijo, con voz serena pero llena de fuerza—. Y lo haré con la ayuda de Auric y del gato espacial.

Y con un último destello de luz de sus alas, Lumi se desvaneció en la distancia, dejando tras de sí un rastro brillante que parecía susurrar esperanza. Auric y el gato espacial permanecieron en silencio, admirando la majestuosidad de aquel ángel recién despertado y sintiendo en sus corazones que el mundo había cambiado para siempre.

Lumi se elevó en el aire, sus alas blancas y brillantes extendiéndose como rayos de luz pura. Cada batir resonaba en el cielo, llenando el aire con un poder palpable. Lentamente, sus alas comenzaron a transformarse: cristalinas y relucientes, refractando la luz del sol en destellos que cortaban el horizonte como un arcoíris de energía viva. Cada reflejo parecía amplificar su fuerza, convirtiéndolo en un faro de esperanza en medio del mundo.

Desde el horizonte, una sombra emergió con un aura oscura que parecía devorar la luz. Malakai descendía con alas negras y rígidas, sus plumas afiladas como cuchillas. Sus ojos brillaban con fuego malicioso, y el aire a su alrededor temblaba, cargado de una energía que absorbía la esperanza y la luz.

—¿Quién eres tú para pensar que puedes traer paz y armonía al mundo? —su voz resonó, profunda y cortante—. Yo he manipulado los hilos del destino durante siglos. Nadie me detendrá.

Lumi apretó los puños y sus alas de cristal centellearon, enviando destellos que hicieron que las sombras de Malakai danzaran y se retorcieran.
—No permitiré que sigas causando daño y sufrimiento —dijo Lumi con voz firme y resonante, cargada de determinación—. Te detendré… aunque cueste todo.

El viento rugió entre ellos, levantando remolinos de luz y oscuridad que chocaban como olas de energía. Las nubes parecían arder en tonos dorados y negros, y el cielo se tensaba como un lienzo a punto de romperse. Cada respiración contenía la promesa de una batalla que podía alterar el destino del mundo.

Y allí, suspendidos entre luz y sombra, los dos ángeles se miraron fijamente, conscientes de que el primer movimiento marcaría el comienzo de un enfrentamiento que resonaría por toda la eternidad.

Malakai sonrió, y sus alas negras se desplegaron con un aleteo que oscureció el cielo a su alrededor, proyectando sombras que parecían absorber toda la luz.
—Vamos a ver si puedes hacerlo —dijo, su voz resonando como trueno, cargada de poder y desprecio.

Con un choque de energía que hizo temblar el aire, la batalla comenzó. Lumi batió sus alas de cristal y una explosión de luz se expandió en todas direcciones, creando escudos resplandecientes y armas de energía que giraban y centelleaban como estrellas en miniatura. Cada golpe que lanzaba cortaba las sombras de Malakai como si fueran papel, pero su oponente no cedía.

Malakai respondió con maestría oscura, manipulando la realidad a su antojo: ilusiones retorcidas surgían de la nada, formando copias de sí mismo, trampas que distorsionaban la luz y tentaban los sentidos. Sombras serpentinas danzaban alrededor de sus alas negras, chocando contra los destellos de cristal de Lumi y haciendo que el cielo se llenara de un caos de luz y oscuridad.

Pero Lumi poseía un poder que Malakai no podía igualar: sus alas de cristal reflejaban y amplificaban la luz, convirtiendo cada rayo en un torrente cegador que desintegraba las ilusiones y empujaba hacia atrás la oscuridad. Cada movimiento suyo era una coreografía perfecta de luz, fuerza y determinación, elevándolo más allá de lo mortal.




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