Luminel: El Chico Neón

El anillo de los recuerdos

••••••••••• Capítulo 28 •••••••••••

Lumi regresó a la morada del anciano sabio tras haber derrotado al temible Devorador de Dimensiones. El aire mismo parecía estremecerse con su presencia, y al cruzar el umbral, encontró al anciano aguardando, erguido, con una sonrisa que irradiaba sabiduría ancestral. En sus ojos ardía un fulgor solemne, como si contemplara el nacimiento de una nueva era.

—Bien hecho, Lumi —proclamó el sabio, inclinándose con reverencia—. Has demostrado ser más que un guerrero: eres la llama que desafía la oscuridad.

Su voz resonó como un eco eterno, cargada de respeto y veneración. Y en ese instante, Lumi sintió que el peso de su victoria trascendía lo personal: un nuevo propósito lo envolvía, como si los destinos de incontables mundos se entrelazaran con el suyo. Avanzó hacia el anciano, quien, con gesto solemne, posó una mano sobre su hombro, sellando así el comienzo de una leyenda destinada a perdurar en los ecos del tiempo.

—Ahora que has derrotado al Devorador de Dimensiones —dijo el anciano sabio con voz grave y solemne—, debemos hablar del Anillo de Recuerdos Futuros.

Sus palabras cayeron como un presagio, cargadas de un peso que trascendía lo humano. Lumi sintió que estaba a punto de desvelar un secreto capaz de alterar los destinos mismos del universo.

—¿Qué más hay por saber del Anillo? —preguntó, con los ojos fijos en el sabio. Su voz revelaba una mezcla de asombro y urgencia.

En ese instante, Auric, aun recuperándose de la batalla, se acercó lentamente, atraído por la magnitud de la conversación.

—El Anillo de Recuerdos Futuros —prosiguió el anciano, su mirada perdida en horizontes invisibles— es un relicario de poder inconmensurable. Puede mostrarte las memorias de quienes lo portaron en tiempos olvidados… y también abrirte un umbral hacia aquello que aún no ha sucedido.

Su voz, impregnada de un conocimiento casi divino, resonó como si hablara no solo a Lumi y Auric, sino a las fuerzas eternas que vigilaban desde más allá del tiempo.

Lumi sintió cómo la intriga lo envolvía; en lo más profundo de su ser comprendía que debía hallar el Anillo de Recuerdos Futuros.

El anciano sabio lo miró con una expresión grave, como si sus palabras fueran a despertar memorias que yacían dormidas desde hacía milenios.
—El Anillo de Recuerdos Futuros —comenzó, su voz cargada de solemnidad— ha pertenecido a algunos de los seres más poderosos y sabios que han existido. Fue legado y carga de reyes que edificaron imperios, de visionarios que trazaron el rumbo de los pueblos, y de guardianes que ofrecieron sus vidas para contener la oscuridad.

Lumi sintió cómo la intriga lo envolvía; en lo más profundo de su ser comprendía que debía hallar el Anillo de Recuerdos Futuros.

Hizo una pausa, como si viera desfilar ante sus ojos las siluetas de aquellos nombres olvidados.
—Hubo un monarca, llamado Kaelthar el Inquebrantable, que lo usó para anticipar las guerras que amenazaban a su reino y guiar a su gente hacia la victoria. También lo portó Aeliria la Vidente, cuyos ojos vieron tanto los albores como la ruina de su civilización. Y antes de ellos, en tiempos aún más antiguos, fue custodiado por los Doce Sabios de la Aurora, quienes juraron emplear su poder no para gobernar, sino para preservar el equilibrio entre mundos.

Las palabras del anciano resonaban como un cántico ancestral, impregnadas de misterio y grandeza.

Lumi lo escuchaba fascinado, con el corazón latiendo con fuerza.
—¿Y qué destino aguardó a esos portadores? —preguntó, su voz temblando entre admiración y temor.

Auric, que hasta entonces permanecía en silencio, se acercó con los ojos abiertos de par en par, como si intuyera que aquella revelación marcaría el curso de sus vidas.

—Uno de los portadores más célebres del Anillo fue el rey Arin —dijo el anciano sabio, con voz solemne—. Fue un monarca sabio y justo, que empleó el poder del Anillo para guiar a su pueblo y proteger su reino de las sombras que lo acechaban.

El tono del anciano destilaba respeto y veneración, como si al pronunciar aquel nombre invocara la memoria de un hombre cuya grandeza trascendía el paso del tiempo.

Lumi escuchaba absorto, con la mirada fija en el sabio.
—¿Qué fue de él? —preguntó, movido por una curiosidad que ardía en su interior.

—El rey Arin —prosiguió el anciano, con un brillo solemne en los ojos— utilizó el Anillo para anticipar una catástrofe que habría consumido su reino en fuego y ruina. Gracias a la visión que el Anillo le concedió, pudo preparar a su pueblo y erigir defensas que detuvieron el desastre antes de que alcanzara sus muros. Así, su legado quedó grabado en los anales de la historia como el protector que desafió el destino mismo.

Lumi sintió un escalofrío recorrerle la piel.
—¿Y qué fue del Anillo tras su muerte? —preguntó, consciente de que la respuesta podría abrirle la puerta a un misterio aún más grande.

—El Anillo fue transmitido de generación en generación, hasta perderse finalmente entre los pliegues del tiempo —dijo el anciano sabio, con voz profunda y resonante—. Se cuenta que fue ocultado en un lugar seguro, protegido hasta que alguien digno de su poder llegara a reclamarlo.

Sus palabras flotaron en el aire como un eco antiguo, y por un instante, la luz de la morada pareció inclinarse sobre ellos, como si reconociera la magnitud de aquel destino. Las paredes estaban adornadas con símbolos olvidados, y el murmullo de siglos de sabiduría parecía recorrer cada rincón, impregnando el aire de misterio y solemnidad.

Lumi sintió cómo la determinación se encendía en su pecho, un fuego que le recordaba que su camino no sería fácil. Cada sombra parecía susurrarle advertencias, cada rayo de luz dorada que se filtraba por las ventanas parecía señalarle el rumbo. Sabía que debía estar preparado para enfrentar cualquier prueba, cualquier peligro que la búsqueda del Anillo le deparara.




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